Por Luis Tonelli.-

Los analistas pensaban que el Presidente Macri iba a poder compensar con gestión la falta de política inherente a la novedad que significaba una nueva fuerza en la Presidencia y comandada por un Ingeniero, gracias a lo que parecía un atributo natural en un gobierno de CEOs.

La enorme sorpresa es que si en algo no ha brillado el macrismo en el poder ha sido justamente en eso que se lo creía imbatible. La gestión en estos primeros meses de gobierno ha sido quizás el punto más débil, y no la política, del nuevo Gobierno. Y esto se evidencia en dos indicadores macro que están relacionados muy fuertemente en nuestra economía. En primer lugar, el de la actividad económica. En segundo lugar, el de la ejecución presupuestaria.

Hay fuertes indicios de que el macrismo en el poder cometió dos de los errores más habituales en un nuevo gobierno, pero que lo hizo “a lo bestia” como diría Gila (menores de 40 consultar Wikipedia): 1) subestimar la situación heredada, 2) sobrestimar las capacidades propias para recomponer la situación.

En la subestimación de la herencia convergieron, por un lado, la idea de que el escenario de una transición sin crisis habilitaba a que los problemas fueran más manejables. Y por otra parte, el gurú Durán Barba sostenía que era mejor no tirar malas ondas que generaran expectativas negativas que afectaran al consumo (y tenía razón).

En la sobreestimación de las capacidades propias influyó sin dudas el hecho de que todo agente de inversión extranjera advertía a Macri que si ganaba las elecciones “los argentinos íbamos a tener que comprar paraguas de aluminio para prevenir que los fajos de billetes verdes que iban a caer profusamente no nos abollaran la cabeza”. Era clave en esto la confianza que despertarían funcionarios provenientes del mundo de los negocios sumada a su capacidad para trasplantar la eficiencia privada al mundo de los asuntos públicos.

Consecuentemente, el Gobierno adoptó un esquema de administración por resultados, parcelando las políticas públicas en tramos del que sería responsable cada funcionario competente, supervisando la eficacia total del proceso dos “controllers” con cargo de secretarios, debajo del Jefe de Gabinete.

Asimismo, los novísimos funcionarios una vez en sus cargos, se empeñaron en evaluar al personal heredado y a los procedimientos en vigencia, deteniendo procesos en marcha hasta que quedaran convencidos de su eficacia y transparencia o bien, de la necesidad de desactivarlos, redefinirlos o reemplazarlos por otros.

A esto se le suma que, siendo funcionarios provenientes de las más altas jerarquías de la empresa privada han puesto un comprensible cuidado en no exponer su importante patrimonio personal a los riesgos de los embargos por cuestiones judiciales al terminar el mandato. Todo lo cual era perfectamente razonable y dentro de lo esperable en una administración de la cosa pública mediante herramientas privadas.

Déjenme ayudarme en el análisis con una simplificación brutal con el perdón del ocasional lector profesional de las ciencias económicas. Voy a asemejar el crecimiento a tomar un baño de inmersión: uno tiene que llenar la bañadera con un mix confortable de agua fría y agua caliente. El agua fría, en mi metáfora elemental, representa a las inversiones privadas y el agua caliente al gasto público.

La Argentina, bajo el kirchnerismo, era una bañadera repleta de agua caliente. La actividad económica dependía casi en absoluto del big push esta la que movía el consumo. Ya agotada la posibilidad de responder a la demanda de dólares (por la compra de electrónicos de Tierra del Fuego, autos nacionales construidos con el 60% de sus partes importadas, energía en barcos, y turismo y fuga de capitales) ingresando ellos sólo por una menguada venta se soja, la inflación se volvió galopante y la actividad privada se resintió siendo compensada por mayor empleo público. Situación insostenible, pero como demuestra el caso Venezolano, insostenible en el mediano plazo.

El propósito, también loable y justificado del nuevo gobierno, era/es reemplazar una parte sustancial de agua caliente con el agua fría que proveerían sin lugar a dudas los inversores extranjeros tal como incluso se lo volvieron a asegurar al Presidente Macri en Davos.

Pero las cosas lamentablemente no fueron en el mundo real tal como se pensaban en el mundo ideal. Algo muy típico en todas partes y más por estas playas. Pese a que el Gobierno hizo todo bien respecto al levantamiento del cepo y la cuestión de los hold outs, lo dinerillo de afuera no vinieron y no parecen venir. La mufa se apoderó rápidamente de la economía, el pisar el gasto público afectó el consumo, y sin moverse el proceso de licitaciones, la actividad se ralentó lo que llevó a que la recaudación fuera menor y creciera el déficit. Banco Central y Ministerio de Economía entraron en conflicto, en una discusión del origen del huevo: había que primero bajar la inflación para desatar el crecimiento, o sin crecimiento no había recaudación y por lo tanto no había ni baja del déficit ni, por lo tanto, menor inflación.

Y así estamos: no viniendo el agua fría de las inversiones (y para cumplir con los requisitos que ella demanda, el país se encaminaría hacia una recesión tremenda) y sin poder meter más agua caliente, el gobierno solo pudo bajar el nivel del agua, y mucha gente empezó a quedar fuera del circuito de consumo, o sea, en nuestra metáfora, fuera de la bañadera.

Pero el Gobierno se vio beneficiado porque el destape de la corrupción K, le dio un cheque para poder decir que estaba arreglando la bañera y la cañería y por lo tanto, si no era en este semestre, el crecimiento sería en el próximo. Ahora parece que destinará endeudamiento (que es agua tibia, porque hay que pagarla en algún momento) para desatar la obra pública y así que comience a moverse la rueda económica. Nada diferente de lo que hizo el kirchnerismo, sólo que esta vez es con el dinero que se pide prestado, y que se supone que será bien gastado y destinado a mejorar la productividad argentina, para evitar el estrangulamiento que sucede cuando no nos prestan más. (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)

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