Por José Luis Milia.-

«Soy marino de mi Patria
Yo resguardo su heredad
Mi destino está en las olas
En las olas de la mar.»
Anónimo, Canción del marino.

Cuarenta y tres hombres y una mujer se hicieron a la mar un día. No estoy haciendo la crónica de un crucero de placer ni estoy contando un chiste procaz. Se hicieron a la mar porque era su trabajo. Un trabajo que solo se sustenta si uno tiene para ello una vocación de hierro. Un trabajo por demás peligroso que ninguna aseguradora de riesgo bancaría sin una prima multimillonaria. Un trabajo por el que recibían menos, mucho menos, que lo que una puta de televisión cobra por contar su última encamada; pero eran marinos y era su obligación vigilar un mar que está en manos de depredadores y ladrones, un mar al que los argentinos, acostumbrados a mirar tierra adentro no le prestamos atención ni, menos aún, nos interesa.

Eran submarinistas y como todos los hombres de armas de la Argentina, hacía años que estaban acostumbrados a usar materiales obsoletos, remendados y vencidos en su vida útil. Acostumbrados a ser menospreciados por el poder político, a recibir el constante descrédito que les hacía saber que para una parte importante de la Argentina ellos sobraban -esa Argentina de mierda llorona, mentirosa y cobarde- y que su destino solo les importaba a familiares y a muy poca gente más.

No obstante, en esta situación política y social de desprecio al uniforme y a la vida militar que venimos viviendo desde hace más de treinta y cinco años, ha habido, y los hay, miles de chicos, capaces, inteligentes y, fundamentalmente, buenas personas -por los cuales no se moverá jamás ningún canal de televisión- que han despreciado un futuro cómodo, sin traslados agobiantes y económicamente satisfactorio, para hacer la carrera de las armas. Muchas veces nos preocupamos por ver una juventud mediocre y hedonista que se emborracha o droga cada fin de semana y nos hemos olvidado, de manera infame de aquellos que eligen su destino por encima de las satisfacciones materiales.

Es que lo políticamente correcto- esa savia “intelectual y progre” que envenena los cerebros cagones de políticos y periodistas- han decidido que todo hombre de armas debe empezar su vida activa cargando con el pecado original de una guerra librada en una época en que ellos eran niños, y de la que estos paniaguados olvidan que no fueron la Instituciones Armadas de la República las que la iniciaron.

No hace falta ser muy despierto para darse cuenta que este odio, amasado por los que perdieron la guerra, tuvo su paroxismo bajo un gobierno de iletrados y ladrones que usaron a quienes odiaban a las FF.AA. porque ello les daba los fueros “progres” necesarios que les permitió robar a destajo. A partir de esto cualquiera puede pensar si no se retacearon recursos en las reparaciones de media vida del submarino A.R.A. “San Juan” -¿recuerdan el infame “¡al agua pato!” gritado en el astillero?- y que si estas se llevaron a cabo de la mejor manera fue gracias a la capacidad técnica de los obreros del astillero y nada más. Aún flota en los mentideros navales la leyenda que cuenta que en lugar de cabillas de acero o madera dura, a la fragata A.R.A. “Libertad” le habían repuesto cabillas de plástico.

Que hoy la desaparición del submarino A.R.A. “San Juan” nos concentre en los problemas de la Armada Argentina no significa que las otras Fuerzas lo estén pasando bien. Deberíamos, los argentinos, hacernos varias preguntas: ¿Cuántos pilotos de combate de la F.A.A. han muerto en entrenamiento?, pero peor aún, ¿Cuántos pilotos de la F.A.A. han abandonado la carrera, no solo por los bajos sueldos sino también por la falta de medios para entrenarse?; ¿Cuántos helicopteristas y otros especialistas de Ejército han seguido el camino de los de la F.A.A. por las mismas razones?

La respuesta es una, a los políticos argentinos les pesan las Fuerzas Armadas, ellos serían felices si el país fuera una Costa Rica desarmada y siguen creyendo, en su ignorancia, que el haber decidido que la República no tenga hipótesis de conflicto nos convierte automáticamente en inatacables.

Cuarenta y tres hombres y una mujer se hicieron a la mar un día y hoy sabemos que el mar se los llevó. Hoy la palabra más repetida en radio, diarios y televisión es ¡Héroes!, dichas por tipos que hasta ayer no se privaban de críticas o ninguneos o exaltaban la figura de un roñoso dedicado al corte de rutas decidiendo sin pruebas que la Gendarmería se lo había cargado. Que esa chusma de lameculos los llame héroes a los tripulantes del A.R.A. “San Juan” es una banalización infame del heroísmo, que se limiten a mostrar las lágrimas de esposas, madres, padres e hijos de los que se llevó el mar porque eso vende y eso, y no otra cosa, es lo que les interesa.

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