Por Luis Alejandro Rizzi.-

La RAE tiene dos acepciones para la palabra mediocre: “de calidad media” y la segunda “de poco mérito tirando a malo”. Lo grave es que ése es el nivel o la altura del tiempo de la Argentina; somos una sociedad de poco mérito o de calidad media, que es lo que explica su retraso que, según Juan José Llach y Martín Lagos, habría comenzado a partir de 1930. Otros más optimistas lo ubican en los últimos 40 años. Marco Lavagna decía que en 1974 en el país había un 4% de pobres y hoy los estima en un 28%.

Conviene recordar con Llach y Lagos que, para 1910, nuestro PBI per cápita era el 99% de los 16 países más avanzados y hoy cayó a un tercio del promedio de las economías más avanzadas.

Diría que es obvio que este largo proceso de retraso y decadencia ha sido protagonizado por nosotros, que sería lo primero que deberíamos asumir, y quizás la clave sea que hemos convertido a los medios en fines.

Pasó con las políticas proteccionistas que en ciertas épocas pudieron tener justificación o responder a doctrinas puntuales como fue la de los deterioros de los términos del intercambio expuesta por Raúl Prebisch que comprobó cómo entre 1930 y 1945 cayó el poder de compra de nuestras exportaciones.

Dando un salto de años lo mismo ocurrió con la convertibilidad de nuestra moneda dispuesta por la ley 23928 en marzo de 1991 que se mantuvo con la misma paridad hasta la crisis del 2001, cuando ya en 1995 el tipo de cambio de 1 peso = 1 dólar ya resultaba irreal y solo podía mantenerse en base a un endeudamiento reciente que en algún momento debería estallar como realmente ocurrió. Sin embargo en las elecciones de 1999 la alianza obtuvo el triunfo electoral por su compromiso de mantener el régimen de convertibilidad y esa paridad que ya era insostenible.

El régimen de convertibilidad debió servir para cambiar nuestra cultura económica y sacarnos de lo que se llama “la dependencia del sendero” que es el condicionamiento del presente por lo ocurrido en el pasado y esto tienen especial relación con el fenómeno de la inflación que nos ha hecho creer que la emisión sin límite ni pauta alguna genera riqueza.

Se nos ha hecho convicción que los bienes públicos y los derechos no tienen costo que es lo mismo que pensar que la riqueza se genera sin el esfuerzo que demanda el crecimiento.

Pues bien los seis candidatos a la presidencia se han enredado en esa dependencia del sendero que es lo mismo que decir que no han tenido el mérito necesario para salir de la mediocridad imperante.

Con distintos discursos los postulantes a la presidencia reniegan de las políticas de ajuste, que si lo pensamos bien solo significa que una sociedad debe vivir de acuerdo a lo que es capaz de producir, y hacen hincapié en la necesidad de recibir inversiones para financiar el crecimiento, como medio para superar esta crisis anestesiada que estamos padeciendo.

Al mismo tiempo explican que el gobierno “k” viene practicado un severo ajuste que se traduce en una inflación del mil por ciento en los últimos diez años y un similar porcentaje de devaluación de nuestro peso, y si nos guiamos por el “blue” o el famoso “contado con liqui”, estamos en un porcentaje más alto.

Estos hechos han deteriorado el sistema económico nacional, nos ha sumergido en un déficit fiscal del 7 u 8% del PBI, con una presión fiscal insostenible y una caída del intercambio comercial que este año podría arrojar un resultado negativo o neutro en el mejor de los casos.

Los niveles de productividad de nuestra economía están muy por debajo de Brasil y Chile en el orden regional y de la UE en el internacional, lo que significa que nuestro PBI potencial está bastante lejos del real, como lo explicó Marco Lavagna en ASAP (Asociación Argentina de Presupuesto y Administración financiera pública).

Como vemos los candidatos discurren sobre las políticas de ajuste que viene imponiendo la realidad, cuando la cuestión sería como salir de los ajustes permanentes a los que estamos condicionados desde que se inició este largo proceso de atraso. El atraso es un ajuste.

Los candidatos con mayores posibilidades apuestan a la llegada de inversiones, en un primer momento del BID y EL BANCO MUNDIAL, pero éste último exige que previo a recibir nuevos desembolsos se debería cumplir con los fallos pendientes de pago en el CIADI. Esta condición impediría no solo el desembolso de dinero sino el otorgamiento de garantías a futuros inversores externos.

También dicen que el país tiene talento y recursos naturales cuya explotación nos podría llevar a niveles superlativos de desarrollo y crecimiento, pero omiten decir que estos talentos y estos recursos siempre estuvieron disponibles y hoy estamos como estamos…

Lo que omiten decir es que tenemos que salir de esta ya agobiante mediocridad y para ello necesitamos una generación de dirigentes capaces de convencernos que necesitamos producir como primera condición un cambio cultural.

Los cambios culturales no se producen en una escuela, sea primaria, secundaria o universitaria, sino que nacen de actitudes frente a los problemas y cuestiones que se deben resolver a diario por el solo hecho de vivir. Diría que el cambio de cultura necesita un clima favorable que debemos crear y ese cambio de clima debe ser propuesto por la política.

Ese cambio debe ser consecuencia de convocatorias simultaneas donde se le presente a la gente nuevas experiencias.

Doy un ejemplo. Las empresas del Estado son en general deficitarias, supernumerarias y utilizadas como destinos políticos y en muchos casos conceden beneficios al personal que se financian con los impuestos que pagamos como contribuyentes, lo que no sólo es injusto sino inmoral ya que el marginal que compra un alimento o una gaseosa está pagando beneficios de los que carece. Me pregunto: es esto justicia social.

Es probable que haya algunas empresas que lisa y llanamente podrían eliminarse y otras que por la naturaleza de los servicios deberían mantenerse en la órbita del estado, sin perjuicio de su posible concesión al sector privado.

A lo largo de los años se utilizaron variados métodos para agilizarlas, nacieron las sociedades del Estado, que se suponía funcionarían con mayor fluidez, pero ninguno logró resultados efectivos.

Hoy sería interesante proponer nuevos sistemas de gestión, que incluso deberían servir como ejemplo para la actividad privada.

Uno de esos cambios sería la incorporación del personal a la gestión empresarial en un lapso que podría ser de dos a tres años para su plena instrumentación y aplicación.

Previamente habría que, según la particularidad de cada empresa, diseñar un proyecto analizarlo y una vez aprobado, elegir los medios para su ejecución. Los postulantes deberán capacitarse y compenetrarse de los problemas que deberán ser enfrentados y resueltos y sobre todo ponderar que el derecho a participar en la gestión conlleva obligaciones y responsabilidades.

Luego de la participación en la gestión, vendrá la cuestión de la participación del personal en los resultados de la empresa, esto tiene que ver con el nivel salarial posible y la participación anual en los resultados sean ganancias o pérdidas. Los derechos del personal dependerán de los resultados que sean capaces de obtener.

Lo que debemos tener en cuenta que todo derecho tiene un costo y que los derechos que no pueden financiarse son meros papeles pintados.

En estos pocos renglones hemos visto como se puede proponer y protagonizar el necesario cambio cultural.

Este es el desafío pendiente y lamentablemente en esta elección ha faltado la audacia mínima para ser convocados a este salto de calidad.

No basta con decir que “yo garantizo esto o lo otro” o “yo lo sé hacer” o que “tenemos la confianza y capacidad intacta” o que “hemos lanzado tal o cual propuesta”, porque si tenemos todo eso ¿Por qué mierda no lo hicimos ya?

Señores candidatos “…es la mediocridad…” no se dieron cuenta…

Share