Por Elena Valero Narváez.-

Las frecuentes quiebras del orden democrático mucho tiene que ver con una socialización política que no impulsa la formación y vigorización de un sistema de partidos que limite la intromisión de las corporaciones como el ejército, la Iglesia, los sindicatos, empresas y otras organizaciones, en el conflicto político. Las corporaciones están diseñadas para defender intereses sectoriales, no poseen una perspectiva general de los problemas, no son organizaciones de funcionalidad política pero tienen un arma de la que los partidos carecen: la coacción política. Pueden crear situaciones que lleven a dictaduras, incluso al totalitarismo. Los golpes de estado están ligados por lo general a esta dinámica: el Estado interviene necesariamente ante los conflictos que decantan de golpear directamente al poder en busca de demandas sectoriales. La debilidad del sistema de partidos los ha provocado en varios países de Latinoamérica. Nuestro país es buen ejemplo. El ejército como sector más preparado para mantener el orden, tuvo que intervenir en reiteradas oportunidades, quebrando el precario orden democrático. Los políticos sobrepasados lo pidieron a gritos.

Los partidos son indispensables no solo para dar información sobre las demandas de los votantes sino para conciliarlas viendo si tienen posibilidades de ser satisfechas dentro del contexto histórico en que se vive. Deben ofrecer soluciones probables a los problemas del total de la sociedad aunque representen a un sector de ella. Las corporaciones cuando la democracia se debilita aparecen en la escena política para disputarles su rol.

Los sindicatos, empresas y otros grupos significativos en pos de sus propios intereses, tienden a distorsionar los mecanismos autoreguladores del mercado y a crear privilegios para las corporaciones de más capacidad de presión sobre el gobierno. Le pasan la carga que representan los privilegios y dádivas que les otorga el gobierno a otros sectores sin capacidad para presionar. Las corporaciones siempre tienden a liberarse de la protección de los partidos procurando ponerlos a su servicio. En un contexto similar al que describo, el entonces coronel Perón con un liderazgo improvisado utilizó los medios de una endeble democracia para destruirla. Su alianza con la Iglesia, el Ejército y los sindicatos, permitió la primera dictadura electiva de la Argentina. Fue apoyada por amplios sectores de la población.

Es necesario, a través de la educación, diseminar una cultura favorable a la democracia, que muestre la importancia de sus pilares: el sistema de partidos la institucionalización de la opinión pública y el mercado del voto. Sumarle el respeto por la propiedad privada y el estado de derecho.

Decidirnos por la democracia, por más imperfecta que sea, nos permite deshacernos de malos gobernantes sin violencia Es la mejor opción con la que contamos hasta ahora. El sistema político democrático prescribe normas provisorias y perfectibles para elegir pero la responsabilidad recae libre y enteramente sobre las personas. La gama de alternativas también es limitada.

El mercado del voto donde compiten partidos políticos con propuestas de gobierno alternativas, es el único método, no arbitrario, que a pesar de sus imperfecciones no depende de un gobernante autoritario, sino de la decisión de miles de ciudadanos y de un marco normativo común cuyo resguardo depende del Estado. Este marco es el fundamento del sistema de partidos y no la mera existencia de estos.

Los desmanes que sufren países vecinos son perpetrados por vándalos que no se han incorporado a las estructuras políticas democráticas, han resultado proclives a ser captadas por liderazgos antipartido situados al margen de las normas democráticas. Se le añaden ideas anticapitalistas que hacen un conjunto peligroso en la lucha por terminar con la democracia. Los partidos son los encargados de permitir una participación política ordenada. Están especializados en la competencia política para alcanzar el poder de la sociedad global mediante la ocupación del gobierno para dirigir el Estado. Donde la democracia por una causa u otra no funciona bien y el sistema de partidos, no logra robustecerse, la democracia suele ser la víctima.

En estos días Chile muestra que la incorporación creciente de sectores sociales, antes marginales, se ha hecho difícil, es acompañada por una inmensa revolución de las expectativas en el plano psicológico por la mayoría de los chilenos. Se amplió la movilidad social abriendo los canales a la participación política, ello acelera nuevos y más altos niveles de aspiraciones desatando graves conflictos para la estructura democrática.

Hay ideas que deterioran la fe y la práctica de la democracia. Ésta es importante para mantener la paz. Como bien lo expresa von Mises, la democracia no es una institución revolucionaria sino el mejor sistema para evitar revoluciones y guerras civiles porque hace posible adaptar pacíficamente el Gobierno a los deseos de la mayoría o, en la primera elección, deshacerse de quienes gobiernan. Sin embargo, gobierno del pueblo no significa que prevalezca la masa, aclara Mises, se pretende a los mejores pero deben demostrar su capacidad política convenciendo a los ciudadanos, en vez de hacerlo con tanques en la calle. Sin embargo, la democracia no garantiza a los mejores, puede que se elija un gobierno bueno, regular o malo si las ideas de la gente son equivocadas.

En Argentina es lamentable que no se haya fortalecido un sistema de partidos. Con Macri presidente hubieron esperanzas de que comenzara a formarse, pero ahora cabe la posibilidad de que el nuevo Gobierno kirchnerista intente debilitar los embriones de partidos que existen, -unidos de vez en cuando por intereses políticos o particulares- y trate de crear un “Movimiento”, a semejanza del de Perón. El Movimiento trata de terminar con los partidos y con la democracia. Fue objetivo del socialismo marxista, el fascismo, el nacional socialismo y los anarquistas. También es el de los populismos, los cuales los aceptan, transitoriamente, hasta alcanzar el poder. Luego la idea es terminar con ellos y también con la política, para pasar a la “administración” hecho que lleva a la burocratización y estatización de la sociedad como a la creación de un “antipartido”.

En las situaciones de crisis, como la actual en Bolivia, el poder tiende a concentrarse. No solo en los autoritarismos, también en las democracias, para poder resolver más rápidamente los conflictos e imponer el orden. Ello puede derivar también en despotismos.

Bolivia como Chile y Argentina, en muchos aspectos tan distintos, muestran que todo Gobierno debe satisfacer las necesidades, expectativas, e intereses generales, aunque no sea totalmente, para que se mantenga el orden social. Algunos gobernantes, se exceden para aumentar su poder tratando de eliminar otros poderes, provocando inquietud, ansiedad, por lo que el ejercicio del mandato y su obediencia se hace cada vez más débil o se pierde. Altas cuotas de poder como las que se apropiaron Evo Morales y Nicolás Maduro, hacen que se hayan animado a manipularlo en su propio beneficio y en los de sus amigos, quienes recibieron recompensas institucionales o prebendarías. Perdieron de este modo credibilidad y consenso, dos elementos fundamentales para conservar el poder.

Los partidos reclaman en democracia que sus líderes se acepten mutuamente. Su existencia responde a que la democracia directa es imposible en una sociedad de altos grados de complejidad. La gente le entrega al partido y a su liderazgo la representatividad de su poder político. Aunque se elige entre oligarquías este sistema permite no solo que se las revoque periódicamente sino que se las controle por varios medios, evitando el poder absoluto. Todos pueden aspirar a los cargos electivos.

Subrayando el carácter cooperativo de la sociedad, vuelvo a Mises: por cuanto la división del trabajo exige la paz, el liberalismo aspira a montar el sistema de gobierno que mejor la salvaguarda: el democrático”.

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