Por Jorge Enrique Yunes.-

Quisiera no haber tenido que utilizar este título, pero la cruda realidad que vivió el país durante más de una década me impide ser benévolo en este sentido. De lo contrario, le estaría haciendo un flaco favor a la Nación. Creo que la Argentina se merecía más respeto por parte de la «administración» K. La gran mayoría de los connacionales clamó por ello y lo expresó a través de las distintas redes sociales y en la vía pública con los corajudos cacerolazos que enfrentaron una y otra vez a la patota «K» que pretendía callarlos. Nada de eso ocurrió y el descontento generalizado con las “políticas” aislacionistas implementadas por la Ex-Presidenta recorrió el país como un reguero de pólvora.

La libertad fue cercenada en aras de un pseudo proteccionismo que el gobierno Kirchnerista manipuló caprichosamente a su antojo en franco desmedro de los derechos constitucionales de los ciudadanos, plasmados en nuestra vapuleada Carta Magna.

Transformó a las instituciones democráticas en espectros de una añeja y añorada realidad. La inseguridad campeó en todos los frentes y se enseñoreó con la complacencia de una justicia garantista que se esmeró en proteger al victimario, sin siquiera volver su mirada hacia la víctima.

La pobreza estructural miró con desdén los subsidios que el poder central, casi arrebatadamente, se obligó a hacer llegar a los más necesitados. El gobierno «K» siguió repartiendo pescado, en vez de proveer al pueblo de cañas de pescar.

La ex Presidenta nos aturdió con sus acalorados discursos en cuanta obra pública forzadamente inauguraba, mientras un séquito de obsecuentes batían palmas y se disputaban un lugar de privilegio que los ubicara cerca de ella, con el afán de obtener al menos su sonrisa complaciente. Pero todo quedaba allí, en el puntapié inicial. Luego el partido no se jugaba. Quedaba estático. Congelado. Nos quedamos sólo con la piedra fundamental. Verdaderamente desolados.

Con su conducta política bordeó la ilegitimidad de ejercicio. Tentó a la suerte. Jugó con la exasperación de los honestos. No se cansó de probar nuestra paciencia.

Fue un verdadero festival de la corrupción. Un campeonato de delitos cometidos como no se conoce en la historia del País y del que aún no podemos mensurar sus verdaderas consecuencias porque sin solución de continuidad se van descubriendo e investigando nuevos ilícitos que nos dejan azorados y perplejos.

Consecuencia de todo ese dislate fue la estrepitosa derrota electoral sufrida. El Kirchnerismo finalmente tendrá entonces que asimilar y comprender que la mansedumbre de un pueblo honesto y trabajador, no es precisamente desidia. No es estupidez. No es inercia abúlica. Sino respeto institucional. Acatamiento este que solo se pierde para encontrar nuevamente en su camino a aquellas instituciones democráticas que no supo o no quiso respetar, y que constituyen en sí mismas el legítimo refugio de todos aquellos que pretendemos el tratamiento de ciudadanos.

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