Por Elena Valero Narváez.-

La Historia nos enseña a qué hay que temer, por eso están preocupados los argentinos. Se habla de “la grieta”. En realidad eso expresa que, en vez de intentar ser responsables en la investigación de soluciones para los males que nos aquejan, se busca al enemigo, en vez de cooperar para salir de la crisis hacia una Argentina mejor, se pone en peligro vivir en paz.

Los que se aferran a la grieta son los que tienen como único fin destruir al contrario, que no es otro que el opositor. Es así como la política se ha convertido en desprestigiar a la persona, en vez de discutir ideas.

Los políticos creen que la democracia consiste en atraer votantes con cantos de sirena alejados de lo posible que permite la realidad. Por ello, los subsidios y dádivas se han convertido en derechos, no solo del que realmente lo necesita, sino del que más protesta. Los que se han adueñado de la calle, en su mayoría militantes manejados por políticos o intelectuales anti sistema, por falta de educación, no comprenden que pidiendo más y más, en un ámbito de escasez, se perjudican a sí mismos.

Las políticas distribucionistas inhiben el crecimiento necesario para vivir mejor. Expropiar a los ricos para darles a los pobres es la peor acción de gobierno. Se esquilma al empresariado haciendo inviable demandas por lo menos más lógicas como son la salud y la educación. Una economía competitiva necesita, imprescindiblemente, de leyes que desactiven el conflicto laboral, incentivando que las negociaciones entre empresarios y trabajadores se guíen por las ganancias reales de las empresas. La cooperación empresarial y laboral es necesaria para una transición hacia una empresa que pueda enfrentar la competencia extranjera y dejar de lado la protección del Gobierno.

No podremos resurgir si no se educa para entender, que la mejor política para que funcione la economía, es permitir al empresario, quien arriesga sus recursos, tener expectativas de ganancia sin que el Gobierno cree desigualdades arbitrarias con ventajas políticas y burocráticas, con enormes grados de corrupción.

Una política de apertura económica no fue aceptada ni por quienes gobiernan ni por parte de la sociedad. Es así que mirando hacia el futuro va a ser difícil en una democracia débil como la nuestra, que se tome la decisión de hacer las reformas estructurales que se necesitan para despegar. Aunque, por milagro, se elija el rumbo correcto, recomponer la economía, requerirá tiempo; los inversores tardaran en recuperarse del enquistado trauma nacional, producto de un Estado expropiador que se resiste a apoyar la actividad privada, la ataca con impuestos distorsivos, leyes obsoletas que promueven el desempleo, por temor a un millonario juicio laboral, por ejemplo. La legislación no tiende a la protección de la libertad de los intercambios que promueven más innovación y posibilidades de aprendizaje en los ensayos que propone la vida, sino a maniatar a la sociedad civil provocando medidas intervencionistas del Gobierno adversas a la funcionalidad de los intercambios. Así es como se suceden las crisis.

Si la gente no se desprende de falsas creencias, como la de considerar explotador al sistema capitalista y, en vez, creer que el Estado debe velar por todos “desde el nacimiento hasta la tumba”, aumentará la pobreza y el poder del Estado sobre la vida de los ciudadanos.

A los argentinos les cuesta asumir la responsabilidad de su propia vida. Hoy se respira en un ambiente de desesperanza, desencanto, pérdida de la ilusión de que por fin nos acercaríamos, hacia una sociedad como la chilena. Las elecciones de octubre nos amenazan con un futuro incierto. Si bien la experiencia nos muestra, sin disimulo, que las políticas de barreras económicas, control de cambios, y presupuestos con elevado nivel de gasto, mucho mayor que el de las posibilidades reales, es perjudicial, hay políticos y sectores sociales que aún no lo creen, por ello, es posible, que continúe la política de engrandecimiento del Estado, de subsidios y dadivas, más exacción fiscal e inflación, con sus desagradables consecuencias, derrumbe político, económico y ético.

Morigerar la pobreza depende de reducir el déficit fiscal, por ello, ordenar el Estado es prioridad. Hace unos días, se le ha permitido al Banco Central volver a emitir por lo que aumentará la inflación. Se continúa queriendo curar con la misma medicina.

Otro de los problemas, sino el principal, a resolver, es el del imperio de la ley. Este, desde hace muchos años, ha dejado de ser una meta general para convertirse en privilegio de los que mandan o tienen la posibilidad de influir sobre los jueces. Así vivimos en ascuas por temor a que no se cumpla con el respeto a las minorías y que no se juzgue y castigue a quienes lo merecen.

La podredumbre del sistema judicial debería ser atacada, no basta con una buena política económica, necesitamos jueces que nos aseguren, con sus actos, que son responsables, que no se conviertan en instrumentos del Gobierno. La gente tiene que sentirse protegida, segura, para gozar de los derechos constitucionales de “trabajar y ejercer toda industria lícita, de navegar y comerciar, de peticionar a las autoridades, de entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino, de publicar sus ideas sin censura previa, de usar y disponer de su propiedad, de asociarse con fines útiles, de profesar libremente su culto, de enseñar y aprender”.

Insisto en la defensa de la democracia por la cual podemos juzgar la performance de los gobiernos y sacarnos de encima a los que son ineficientes o pretenden un camino hacia la restricción de la libertad. Ante tanta manifestación callejera, piqueteros, intelectuales, personajes de la calaña de Juan Grabois, devotos de la acción directa, es pertinente recordar, que los mismos pilares de la democracia pueden servir para su destrucción. Es el único sistema político que puede auto eliminarse.

Para alcanzar soluciones razonables nuestro voto debe ser responsable, deberíamos exigir progresar en un ambiente superador de las diferencias que dividen, con un clima propicio a las actividades económicas. No claudicar en la defensa de las instituciones que nos protegen del autoritarismo, ni ser complacientes ante cualquier intento de concentración del poder. Herbert Spencer nos alertó sobre políticas socialistas que esclavizan al individuo a toda la sociedad con programas de bienestar social que obligan a trabajar bajo coacción para satisfacer los deseos de los otros. Nuestro amo puede ser uno o la comunidad.

La acción principal de un buen gobierno debe consistir en respetar y fortalecer la acción electiva de las personas, por lo tanto, su libertad y autonomía, estimulando sus emprendimientos voluntarios, dejando de lado la política de privilegios y dádivas a partidos y corporaciones. La sociedad es un proceso natural y no un proyecto artificial, fruto de la meditación iluminada de políticos o filósofos, a los cuales, obviamente, podemos recurrir para intentar mejorar nuestra vida.

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