Por Hernán Andrés Kruse.-

Releyendo el “dogma Socialista” de Esteban Echeverría encontré el siguiente párrafo: “Los tiranos y egoístas fácilmente ofuscaron con su soplo mortífero la luz divina de la palabra del Redentor y pusieron, para reinar, en lucha al padre con el hijo, al hermano con el hermano, la familia con la familia. Ciego el hombre y amurallado en su yo creyó justo sacrificar a sus pasiones el bienestar de los demás, y los pueblos y los hombres se hicieron guerra y se despedazaron entre sí como fieras (…) El egoísmo es la muerte del alma. El egoísta no siente amor, ni caridad, ni simpatía por sus hermanos. Todos sus actos se encaminan a la satisfacción de su yo; todos sus pensamientos y acciones giran en torno de su yo; y el deber, el honor y la justicia son palabras huecas y sin sentido para su espíritu depravado. El egoísmo se diviniza y hace de su corazón el centro del universo. El egoísmo encarnado son todos los tiranos”. Echeverría pensaba en Juan Manuel de Rosas quien en aquel entonces detentaba la suma del poder público. Sin embargo, la historia de nuestro país ha demostrado que también los gobernantes democráticos desplegaron un egoísmo desenfrenado y un maquiavelismo sin igual para conseguir lo único que les importaba: conservar el poder.

Valga como ejemplos, para no irnos tan atrás en el tiempo, Cristina Kirchner y Mauricio Macri. Echeverría los hubiera defenestrado con su pluma. Luego de su notable victoria en octubre de 2011 Cristina tuvo todo a su disposición para hacer una gran presidencia. Fracasó por una simple y contundente razón: primó en ella su egoísmo desenfrenado, lo que la condujo a ejercer el poder pensando exclusivamente en su continuidad en 2015. Se olvidó del bien común público, de conducir los destinos del país en base al consenso y al diálogo. Puso todo su empeño en profundizar la grieta que había surgido en 2008 a raíz del conflicto por la resolución 125. En 2013 su sueño reeleccionista se desmoronó como un castillo de naipes. A partir de la derrota en las elecciones de medio término se dedicó a planificar el mejor camino a seguir para retornar en 2019. Y llegó a la conclusión que lo mejor para ella era que su sucesor no fuera Daniel Scioli sino Mauricio Macri, su antagonista preferido. ¿Por qué? Porque imaginó (y lo que está pasando ahora en el país le está dando la razón) que un gobierno de Macri sería tan calamitoso que el pueblo terminaría rogando por su regreso. Ello explica su inacción durante la campaña electoral de 2015. Apostó, pues, por la derrota de Scioli.

Es probable que Cristina haya tenido en mente aquella frase de Mao “cuanto peor, mejor”. Cuanto peor le vaya a Macri, mayores serán sus chances de retornar al poder en 2019. Por su parte, Mauricio Macri seguramente fue consciente de la estrategia de Cristina. Luego de asumir el 10 de diciembre de 2015, ha venido gobernando hasta el día de la fecha confrontando con la ex presidente. Macri siempre necesitó tenerla de enemiga y Cristina siempre necesitó tenerlo de enemigo. La grieta, magistralmente descripta por Echeverría, fue una estrategia compartida por ambos contendientes. El egoísmo de los políticos más poderosos del país es, qué duda cabe, gigantesco.

Cristina apostó por el fracaso de Macri. Macri, por el miedo a un retorno del kirchnerismo. Ambas apuestas están en lo cierto. Macri fracasó pero ello no ha impedido que sean millones los argentinos dispuestos a seguir confiando en él con tal de que Cristina no vuelva a ser presidente. En este juego de suma cero el gran perdedor es el pueblo argentino. Porque tanto Cristina como Macri lo están manipulando de tal manera que al llegar la hora de votar, lo que primará será la emoción y no la razón. El próximo presidente dependerá de cuál odio impone sus condiciones: si el odio a Macri o el odio a Cristina. Si quienes odian a Macri son más en número que quienes odian a Cristina, Alberto Fernández será el próximo presidente. En cambio, si quienes odian a Macri son menos en número que quienes odian a Cristina, Macri conseguirá la reelección. La elección que se avecina será la elección del odio.

“El egoísta no siente amor, ni caridad, ni simpatía por sus hermanos. Todos sus actos se encaminan a la satisfacción de su yo; todos sus pensamientos y acciones giran en torno de su yo”. Cristina Kirchner y Mauricio Macri dan fe de ello.

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