Por Norberto Zingoni.-

Estoy esperando el debate que harán esta noche los dos candidatos a la presidencia en las elecciones argentinas. Y luego esperaré el resultado de la segunda vuelta (balotaje dicen que se dice) del domingo que viene. Todo ha sido muy complicado. Este gobierno (dicen que pierde las elecciones del domingo que viene) se está hará unos diez años en el poder. Yo, cuando se produjo el lío del 2001, esperaba que el gobierno que asumiera pudiese dar trabajo y algo de la tranquilidad social que se había roto aquella semana de los cinco presidentes. Hacían bromas los muchachos con aquello de “el que fue a Sevilla perdió su silla”. Y que por el apuro había jurado de presidente un ordenanza de la Casa Rosada. Hasta que se dieron cuenta y lo hicieron renunciar, al pobre. Dicen. Yo esperaba que nuestros políticos hubieran aprendido la lección aquella del “que se vayan todos”. Y que el presidente que asumiera luego de semejante lío gobernara tranquilito. Y manso. Pero pasó que el presidente que ganó (un gobernador de la Patagonia) hizo todo como para quedarse en el poder veinte o treinta años. Él y su esposa. Y cuando el tipo terminó su mandato de cuatro años le pasó la posta a su esposa. Me imagino el diálogo en la cocina, mientras se hacía un cordero patagónico al horno: “¿querés ser presidente, vos, vieja?” El cocinero oficial era un tal Rudy, que se inició como chofer del jefe K y que -dicen- se hizo millonario en euros y en corderos ya que -dicen- que se compró varias estancias en el sur. Volviendo a lo que estábamos. Uno esperaba que alguien o algo le hiciera reflexionar al jefe K de darle a otro (que no sea la esposa de uno) el sabot. Pero no, el jefe K siguió y siguió. Hasta que se murió. De un infarto. Y uno esperaba entonces que la señora, compungida y toda de negro, estuviera un tiempito en el gobierno y se volviera al sur. Viuda. Pero joven aún. Y bonita. Podría casarse con alguien de plata, pensé. Pero no. También ella se quiso quedar. Parece que es un mal sureño eso de quedarse. Con todo. Vamos por todo. Decía. Y uno esperaba que los opositores le ganaran. Y le ganaron nomás. Un gaucho de apellido Narváez la desafió y le ganó. Y uno esperaba que el gaucho se le pusiera firme. Pero no, al otro día nomás, lo fue a ver al jefe K y… otro más al que el jefe se comió con cordero patagónico y todo. Y así llegamos a hoy en que esperamos muchos que ese muchacho de la Capital se le anime al candidato del quede. Pero déjeme contarle, mientras esperamos el debate, que hace mucho tiempo -esto de la espera me lo hizo acordar- también esperábamos siendo casi niños que terminara de gobernar una gente que se hacía llamar libertadores, revolución libertadora, y que había derrocado al peronismo. Y esperábamos -mi familia de Pergamino era toda peronista- a que acabara ese gobierno. Y vino el 73. Nosotros festejamos en la fábrica la vuelta de Perón. Pero el ambiente estaba caldeao. Tiros por todas partes. El delegado gremial desapareció. Nadie preguntó mucho. Había -dicen- gente que te mataba por nada. Esperábamos que terminaran los tiros, pero no. Siguieron tirando, ya al final al bulto. Y entonces llegaron en 1976 los militares de nuevo, los que habían dejado el gobierno un ratito, en el 73. Un chupetín, diríamos, nos dejaron. Y esperamos siete años más, mi amigo, siete años esperando que se vayan también esos otros. Que venían a reprimir a los tiros a aquellos otros, que andaban también a los tiros. Y cuando terminó eso esperábamos que la democracia rompiera este maleficio. Este gualicho de que parece que nunca llega el día, diría yo. En las afueras de Pergamino supe de una bruja que hizo ¡un exorcismo de Argentina! Dicen. Y entonces esperamos que el radicha que ganó pusiera las cosas en orden. Pero le dieron más golpes que bolsa de arena en el gimnasio. Y se fue. Esperamos que volviera. No vino más. Y apareció un gaucho con patilla y poncho. Dicen, dicen no lo sé, que se vino a caballo de La Rioja. Ahora me parece que me estoy confundiendo con aquel cantor Cafrune. Y así llegamos al día de hoy. Espero no dormirme para el debate. Me estoy acostando temprano. Desde que murió la vieja, no sé, estoy como perdido. Me duermo a cualquier hora y me despierto, no sé, por decir, a las tres de la mañana, tomo mate, ¡a esa hora! Y el domingo que viene, que espero que gane el mocito de la capital, me voy a la casa de mi hija. Vienen sus amigos y quiere que el asado se lo haga yo, el marido, no digan nada, pero no sabe ni encender el fuego. Espero que el asado me salga bien. Espero.

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