Por Carlos Pissolito.-

Una compra acorde con el Destino Manifiesto: Nos enteramos por la prensa que el Presidente de los EEUU, Donald Trump, quiere comprarle Groenlandia a Dinamarca. «Se podrían hacer muchas cosas. Esencialmente, es un gran negocio inmobiliario», Trump acotó. Al respecto, la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, le respondió que el territorio autónomo no estaba a la venta.

Suena raro, pero para entenderlo hay que ponerlo en contexto. Para lo cual, valga recordar que las compras de territorio supieron ser populares en otras épocas. Sin ir muy lejos, por ejemplo, el propio EEUU, le compró Luisiana a Francia en 1803, duplicando su territorio durante la presidencia de Thomas Jefferson. Luego, la obligó a España a cederle La Florida en 1819 y, por último, adquirió Alaska de la Rusia zarista en 1867. Todo ello, sin contar los territorios conquistados a México, manu militari, o las pintorescas islas hawaianas obtenidas tras un golpe de Estado perpetrado por ciudadanos norteamericanos en 1898.

Llegado a este punto, habrá varios que nos recuerden que los EEUU son un caso especial y que toda es angurria territorial es consecuencia de su doctrina del Destino Manifiesto. Una que expresa la creencia de que los Estados Unidos de América son una nación destinada a expandirse desde las costas del Atlántico hasta las del Pacífico y más allá.

Lo que pocos saben, es que la misma tiene un origen religioso, ya que se basa en la frase: “Por la Autoridad Divina o de Dios”. Y que la misma se puede remontar a la llegada de los primeros colonos, quienes eran, en su mayoría, de origen protestante y puritano.

Al respecto, John Cotton, un ministro puritano, lo afirma con todas las letras en 1630, al sostener que ninguna nación tiene el derecho de expulsar a otra, si no es por un designio divino como el que tuvieron los israelitas. Un pensamiento muy conveniente a la hora de lidiar con los denominados “pueblos originarios”.

Por su parte, el historiador William E. Weeks, remarca la existencia de tres razones principales usadas por los defensores del Destino Manifiesto. A saber: 1ro. La virtud de las instituciones de los EEUU; 2do. La misión para extender estas instituciones, rehaciendo el mundo acorde a esa imagen y 3ro La decisión de Dios de encomendarles a ellos la consecución de esa misión.

Como nos ha ocurrido casi siempre, la buena literatura es mucho mejor que cualquier tratado de Sociología o de un libro de Historia, para encontrar una respuesta. En este caso, el genial Joseph Conrad, nos dice en “Nostromo”, una novela sobre un país sudamericano que pretender ser salvado de la pobreza y la corrupción por un empresario norteamericano que:

“Hay algo siempre irresponsable en la rapacidad de las apasionadas, bien intencionadas razas del Sur, que no es obstáculo para el oscuro idealismo de las del Norte, que ante el menor incentivo sueñan con nada inferior a la conquista de la tierra.”

Este idealismo fue muy bien estudiado bajo la denominación de la “destrucción creativa”, por el sociólogo alemán Werner Sombart y popularizado por el economista austriaco Joseph Schumpeter en su libro “Capitalismo, Socialismo y Democracia” de 1942. «El proceso de Destrucción Creadora», escribe Schumpeter con mayúsculas, «es el hecho esencial del capitalismo», siendo su protagonista central el emprendedor innovador.

Cuando de emprendedores se trata: Pero, nos preguntamos ¿quién o quiénes vendrían a ser estos emprendedores?

Para Sombart, los hay de dos tipos. Los que vienen de la ciudad de Florencia y los que vienen de Venecia. Dos ciudades italianas que ya en el siglo XIII peleaban entre sí, en los albores del Capitalismo moderno. Mientras los súbditos de la primera eran devotos de la negociación para obtener lo que querían; los de la ciudad de los canales, estaban mejor predispuestos para las empresas violentas como la conquista y el imperio.

La sucesiva evolución del Capitalismo nos lleva hacia su última etapa evolutiva del mismo, la del Turbocapitalismo, descrita por el estratega norteamericano, Edward Luttwak, como un regreso a sus orígenes: la de los barones bandidos y la de los corsarios emprendedores de los siglos XVII y XVIII.

Sobran en la historia personajes como los descritos por Luttwak. Desde un Sam Houston, el empresario hacedor de Texas y el responsable de derrotar al general mexicano Antonio López de Santa Anna. O del corsario inglés, Walter Raleigh, favorito de Isabel I, la Reina Virgen. Tampoco, hay escasez de organizaciones “emprendedoras” como la Compañía Británica de las Indias Orientales, responsables de la conquista, la administración y la explotación de la India o del mercado del opio en China por muchos años.

La pregunta pertinente es como, hoy, todo este revival se materializa. Veamos.

Lo primero, es notar la creciente privatización de la violencia. Un fenómeno a cargo de modernos ejércitos de condotieros al servicio de Estados cansados de sus responsabilidades, cuando no, de grandes corporaciones comerciales. Como ha sido el caso paradigmático, pero no único, de BlackWater en Irak y en Afganistán.

Lo segundo, es el uso, cada vez más habitual, de mecanismos comerciales agresivos para la compra, explotación y usufructo de cuestiones antes reservadas a los Estados, como cursos de agua, reservas naturales y grandes campos de laboreo agrícola en países extranjeros. Como es el caso de las agresivas compras de tierras y de cosechas por parte del gobierno chino en ciertos países africanos.

Lo tercero y, más importante, es la prédica de ciertos grupos y organizaciones, tanto globales como no gubernamentales, que abogan por una mayor conciencia planetaria para la explotación de recursos, que pese a estar bajo la tutela de soberanías nacionales, ellos engloban en la categoría de “bienes de la humanidad”.

De qué lado estamos: ¿Del filo o del mango?: En esta última categoría se destacan tres territorios. La Amazonia, principalmente, brasileña, el Polo Norte y, ahora, la Antártida, por el momento libre de soberanía, pero no de ambiciones en ese sentido. Por ejemplo, para sólo citar al más citado de todos ellos, se dice que la superficie de la selva amazónica se ha reducido de un 20%, desde 1970. Esas ONG, pero también la ONU, advierten que: «Estamos destruyendo el Amazonas para alimentar vacas».

Nos preguntamos cuánto falta para que los poderosos, sean estos organizaciones transnacionales, potencias o grandes corporaciones comerciales pasen de las palabras a los hechos. De hecho, esta discusión sobre la utilización de la Amazonia, bien puede ser el obstáculo mayor para la firma del promocionado acuerdo UE/Mercosur.

La sabiduría gauchesca de nuestros paisanos nos advierte que frente a un cuchillo, no es lo mismo estar del lado del filo que del lado del mango.

Bueno en esta y en este preciso momento de extrema debilidad nacional, nos toca estar parados del peligroso lado que corta, pero, ¿quiénes serían los que manejan el mango?

Bueno, todos aquellos que ambicionan cosas que tenemos y que hasta nos sobran. Los que pueden ir de una economía Turbocapitalista, a secas, como la de los EEUU o la Gran Bretaña; pero también, provenir de un Capitalismo de Estado como el chino y hasta de alguna mega corporación como la ONU.

Es bueno estar advertido sobre ello.

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