Por Juan Manuel Otero.-

¡Qué misteriosos son los laberintos de la memoria!

Estamos en vísperas de un trascendental momento en la historia republicana de nuestra Patria, próximos a la elección de quien regirá por cuatro años nuestros destinos y seguimos sin aprender nada de las experiencias vividas.
Hoy me asaltan recuerdos del 2003, cuando debimos ir al cuarto oscuro con una sola consigna: votar al adversario del mayor corrupto que hubiera pisado la Casa Rosada.
Quienquiera que hubiera sido el candidato, le habríamos votado. Seguramente que sería mejor que Menem. Y si bien sacó un 22% (UN VEINTIDÓS POR CIENTO!!!!) de los votos, la “atomización” de los aspirantes hizo que finalmente fuera electo sin necesidad de segunda vuelta. El absoluto rechazo al caudillo de Anillaco hizo que ni siquiera se presentara a pelear la revancha.
Y así nos fue con este tío. Una década perdida, una década de corrupción, una década que dividió aún más a los argentinos, a causa del odio inyectado desde los despachos oficiales.
Menem quedó a la altura de Pulgarcito.

Y volvemos a vivir aquella experiencia. Hoy el oficialismo es minoría; el rechazo se palpa en el aire, pero la soberbia de los candidatos no les permite constituir un frente que seguramente ganaría por amplio margen.
Entonces seguiremos transitando la misma senda, seguiremos cargando la piedra cual moderno Sísifo.

Tal vez Macri, Massa, Stolbizer, Rodríguez Saá, respondan algún día por esta otra oportunidad tristemente desperdiciada.
Pero ya será tarde… una nueva piedra sobre nuestras espaldas.

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