Por Alberto Buela.-

El periodista Luciano Román acaba de escribir un artículo imperdible sobre “la universidad progresista, enamorada de sus propios dogmas.”

Es que la universidad argentina, desde la caída del peronismo en 1955, a través de la influencia de los hermanos Romero, Francisco y José Luis, se puso al servicio de la inteligencia foránea. Y a partir de allí, con la ayuda de personajes como Risieri Frondizi, Gregorio Klimosky, Eduardo Rabossi (primer secretario de Estado de los derechos humanos con Alfonsín), y más acá con Shuberoff, Jaím y Cía., construyeron un pensamiento único y políticamente correcto.

Alguno me dirá, ¿pero son todas autoridades de la Universidad de Buenos Aires? Es que cuando la UBA estornuda el resto se resfría o peor se engripa o engrupa. Vaya uno a saber.

Lo cierto es que, hoy como ayer, las universidades nacionales tradicionales como las nuevas municipales, son coto de caza de aquellos que piensan lo mismo.

Con solo echar un vistazo a las tesis que se han hecho y a las que se vienen haciendo; con ver el listado de autores que los profesores recomiendan; con observar los trabajos de esos mismos profesores, que son inobjetables porque no tienen objeto, podemos apreciar que el sesgo ideológico que campea en todos es el de la izquierda progresista.

No hay lugar para el peronismo más genuino, ni para el nacionalismo de Patria Grande. Todo se resume en miasma cósmico o cómico de un pensamiento que no piensa por sí, sino que como un espejo opaco: imita y encima, imita mal. Imita desde hace 70 años a los autores europeos y norteamericanos. Nunca un hispanoamericano y menos a un argentino.

Hoy el discurso de “esta universidad” es el inclusivo y así abre sus puertas a las minorías gays, aborteras, permisivas, izquierdosas, con concursos digitados donde la decisión se tomó ya de antemano, pero le cierra las puertas a la diversidad, a los que piensan distinto a “como se piensa”, a los patriotas, a los criollos, a aquellos que no piden nada y dan todo.

Esta universidad que se proclama inclusiva, es exclusiva para los que viven de ella y vegetan en ella durante toda su vida útil. Es la que le saca ventajas al erario público con becas y canonjías de todo tipo, produciendo un Sorondo, esto es, el cero más rotundo y más redondo.

Esta universidad solo defiende sus propios intereses. Los de las oligarquías profesorales y becarias. Los alumnos son solo la justificación de sus prebendas.

Su proclamado pluralismo es una fake news, pues no hay un solo profesor de la universidad pública argentina que puede decir: “no soy demócrata, soy monárquico” como afirmó el filósofo Pierre Boutang en la Sorbona de París, en la época que yo estudiaba allí, y a nadie se le movió un pelo. Ni nadie osó expulsarlo de la cátedra de metafísica que presidía.

Claro está, en la Sorbona se respeta el pluralismo, mientras que en las nuestras “se hace como” que se respeta, pero en realidad en todas ellas gobierna el totalitarismo progresista. Que para colmo gobierna, no para enseñar sino solo para defender sus propios privilegios.

El disenso está prohibido y la resistencia a otra versión posible -el disenso es eso- “enmascara en nombre del progresismo un profundo conservadurismo.”

Share