Por Hernán Andrés Kruse.-

En el lejano diciembre de 1974 La Prensa publicó un artículo de Jorge L. García Venturini sobre el término “kakistocracia”. Esa palabra, de origen griego, describía al gobierno de los peores, tanto desde el punto de vista ético como técnico. Había que ser valiente para criticar de esa manera al gobierno de María Estela Martínez de Perón, quien había asumido en julio a raíz del fallecimiento de Perón. En aquel entonces era difícil concebir un gobierno peor que el de Isabel, signado por la mediocridad, la desidia y, fundamentalmente, la violencia. Lamentablemente, la experiencia isabelina no nos dejó ninguna experiencia ya que a partir de su derrocamiento, salvo honrosas excepciones, fuimos gobernados por emblemas de la kakistocracia.

Dos de los ejemplos más relucientes de gobernantes kakistocráticos son, a mi entender, Mauricio Macri y Alberto Fernández. Creo no equivocarme si afirmo que ambos cuadros políticos son mucho más parecidos de lo que supone la mayoría del pueblo. Son cínicos, mentirosos, perversos, fríos. Creen que los argentinos somos pueriles, ingenuos, inmaduros. En los últimos días ambos pusieron una vez más de manifiesto su oscura y viscosa personalidad.

La semana pasada, en las horas previas a la celebración de la Navidad, el ex presidente concedió un reportaje al polémico y popular periodista Baby Etchecopar. Consideró que la pandemia no hizo más que poner en evidencia la “ineptitud”, “mentira” e inmoralidad” del gobierno de Alberto Fernández. “Una cosa para la gente humilde que fue muy clara: un año y medio en la provincia de Buenos Aires con los chicos afuera del colegio. Entonces ahí se dieron cuenta. Estos que me dicen que se preocupan por mí, que por eso me dan un plan pero si no quieren educar a mis hijos es porque quieren que mis hijos dependan de ellos como estoy dependiendo yo. Me están cagando. Quieren que mi hijo también entre en un plan. Hasta el peor planero sueña que su hijo tenga otra vida”. “No consiguieron las vacunas, nos metieron el cuento de la Patagonia y finalmente tuvieron que irse a poner de rodillas dos años después a conseguir las vacunas (Pfizer) que ya tenían los chilenos hace mucho tiempo con 50 mil muertos de más. Se vacunaron ellos primero, nos encerraron con el dedito y estaban de fiesta ellos todos los días”.

Es cierto que el gobierno cometió gruesos errores en el manejo de la pandemia, algunos rayanos en la negligencia criminal. Ahora bien ¿con Macri de presidente nos hubiera ido mejor? Recuerdo una frase escalofriante que pronunció el ex presidente: “que mueran los que se tengan que morir”. Ello significa que de haber estado Macri en la presidencia y no Alberto Fernández, el número de infectados y fallecidos hubiera sido mucho más grande. Su gobierno se hubiera cruzado de brazos, al mejor estilo Jair Bolsonaro o Donald Trump. Hubiera puesto en práctica el clásico principio liberal “dejad hacer, dejad pasar”, lo que hubiera ocasionado una catástrofe sanitaria sin precedentes.

Luego se refirió al préstamo que le otorgó el FMI. “El mundo quiere que la Argentina sea parte” y por eso fue el apoyo que recibió del FMI. “Por eso nos dio el apoyo el mundo, a través del Fondo esa cantidad de plata para pagar las deudas que ya teníamos, no fueron deuda nueva”. “Nosotros nos endeudamos menos que Cristina y dejamos el país sin déficit”. A comienzos de 2018 Mauricio Macri se quedó sin crédito externo. Expresado en términos coloquiales: Wall Street le bajó el pulgar. No tuvo más remedio, por ende, que correr desesperado en ayuda del Fondo Monetario Internacional, comandado en ese momento por la francesa Christine Lagarde, ex funcionaria del corrupto presidente galo Sarkozy. Con el apoyo de Donald Trump, el FMI desembolsó más de 50 mil millones de dólares para ayudar a Macri en su carrera por la reelección. No le sirvió de mucho ya que en octubre de 2019 la fórmula del FdT venció cómodamente a la fórmula de Juntos. ¿Qué paso con esa montaña de dinero? Hasta hoy la respuesta sigue siendo un misterio insondable.

Pasemos ahora a su sucesor, Alberto Fernández, otro emblema de la kakistocracia. En las vísperas navideñas habló por televisión. Dijo, entre otros conceptos, lo siguiente: “Este ha sido un año difícil para todos y todas. Pero también ha sido un año en el que demostramos que podemos superar nuestros problemas. Nos comprometimos, por ejemplo, colectiva e individualmente con la campaña de vacunación y hoy estamos en una cifras que son comparables con las de los países europeos”. “Este fue también el año que dio inicio a la recuperación económica. Después de tanto dolor y tanta postergación, estamos avanzando y creciendo”. “Vamos por el buen camino. Encontramos la vía de la recuperación, la senda del crecimiento”.

Luego de leer estas palabras me pregunté si Alberto Fernández hablaba en serio. Porque cuesta creer que haya mentido de manera tan obscena. Mientras todos estábamos recluidos en nuestros hogares la primera dama celebró en julio del año pasado su trigésimo noveno aniversario en Olivos, rodeada por una nutrida concurrencia. En aquel entonces nadie podía salir a la calle y mucho menos celebrar cumpleaños. Meses más tarde estalló el escándalo del vacunatorio vip. Mientras millones de argentinos, fundamentalmente los que superamos la barrera de los sesenta años, aguardábamos con impaciencia la primera dosis de alguna de las vacunas en danza, nos enteramos de que los amigos del poder habían sido vacunados (algunos de ellos con las dos dosis). Miles de muertes se pudieron haber evitado si el plan de vacunación hubiera funcionado como correspondía. Lo real y concreto es que fuimos obligados a encerrarnos durante casi un año mientras una selecta minoría hacía caso omiso a las prohibiciones. El presidente se olvida que las clases estuvieron suspendidas dos años, provocando un daño irrecuperable a miles de estudiantes de todos los niveles. Sin embargo, para el presidente “vamos por el buen camino”. No opina lo mismo el sesenta y cinco por ciento del electorado que no lo votó en las elecciones de noviembre.

Que Mauricio Macri y Alberto Fernández hayan llegado a la presidencia por el voto popular no hace más que poner en evidencia la sabiduría de Domingo Faustino Sarmiento (“hay que educar al soberano”), la aterradora vigencia de la kakistocracia.

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