Por Paul Battistón.-

Un cincuenta por ciento de pobreza es un claro indicador de que hay gente que no come (por lo menos lo suficiente), un léxico encajado en 200 palabras completado artísticamente con sonidos guturales y exceso de onomatopeyas indica que no hubo algo que pueda llamarse plenamente educación. Con 120 mil muertos, la salud no ha sido cuidada, la ciencia de la salud está herida o incompleta.

La democracia no nos dio de comer, no nos educó, ni cuidó de nuestra salud. ¿Debía hacerlo? ¿Era condición necesaria para estar bien comidos, cultivados y sanos?

¿Fue la mentira impiadosa para reafirmar la democracia o sólo para establecer la herramienta inicial de nuestra destrucción?

Navegamos 40 años de progresismo (con una pequeña interrupción donde se preparó para dar el salto final) sólo para arribar a otra afirmación de incumplimiento instantáneo, continuo y efectivo, una intromisión del estado llamada cuidado.

“El estado te cuida” es la herramienta eficaz para contener los desvíos del postulado alfonsinista y además expoliarnos de cuanto resultado surja del sentido común.

Perdimos la comida, la educación y la salud en nombre de la democracia; será ahora el turno del trabajo, la propiedad privada y la libertad en nombre del estado.

Un estado de intromisión nunca visto, de sectarismo adoctrinante con sagrados relatos de lo que se considera hecho sin haber sido.

Un estado que reclama una profundización democrática de esa democracia a la que se indicó como única necesaria para la concreción del postulado alfonsinista surgido del histrionismo oportunamente triunfalista. No es de esperar resultados diferentes de los mismos métodos.

La doctrina del estado presente está aniquilando el estado natural de las cosas. Una asignación universal por hijo, una por ser viejo, otra asomando con mote de salario solo por ser.

El maná cayendo desde principio a fin de lado a lado lanzado por las manos creadoras del Dios-padre-estado surgido de la más pura profundización democrática la de la voluntad de no hacer nada.

Estamos en el transcurso de la efectiva transformación de una sociedad de clase productiva en una de miseria aceptada como sustentable. Y todos los desastres tienen vía libre gracias a la aceptación inerte de esos cambios.

¿Es válido el sometimiento a un empobrecimiento gradual de una población que en gran parte con su esfuerzo apunta en dirección contraria sólo por la suma sufragista de la comodidad miserable de quienes han aceptado la sumisión ciega a un supuesto estado que requiere la divinidad de sus conductores?

La mitad de un padrón guiado por los postulados de falso cuidado y sometimiento cuidadoso ha decidido la pobreza del resto validando un camino con final de colapso. No hay discusión necesaria sobre ese final a la vista en fracasos circundantes y propios sobradamente probados. Se puede discutir en nuestro caso particular algo que no ha ocurrido en el resto de los paralelismos cercanos pero que se asoma como una sospecha intimidante con altas probabilidades, la desaparición de nuestra nación. Doscientos años de constante retroceso territorial de intromisiones foráneas, de litigios son un antecedente lógico de nuevos intentos por nuevos métodos de lo mismo. La creación de conflictos y reclamos ancestrales mágicos validados por el funcionamiento de un estado antinacional, observados con el asombro de una improbabilidad deseada por la clase media, ignorada por los alimentados de las manos del Dios-padre-estado y atizados por quienes transformaron ese estado en el asiento de su ideología y sacro bienestar.

El camino sinuoso de la destrucción gradual y decrecimiento constante de la riqueza generada lleva hacia la meta de la miseria sustentable. Para quienes lo aprueban, es sustentable desde la omnipresente mano del estado que todo lo da y lo convierte en derecho.

La fe ciega les levantara la mano al final del recorrido reclamando de la comunión servida por Jim Jones, quien no la levante por padecer un mínimo grado de cuestionado asombro será sentado a la mesa de pasteles de Yiya Murano. El resto será arrastrado por la destrucción.

La democracia les fue el medio para colonizar un estado y ahora ambos corrompidos son el arma para acabar con una nación. Habrá quienes disfruten de la ceguera comiendo de la mano del estado hasta que éste les dé el veneno final. Habrá quienes hagan de la miopía ejercicios patrióticos eludiendo ver posibles finales y avisos de alerta contentándose con la preservación de reglas que hacen a escritos e instituciones para tranquilidad de su conciencia.

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