Por José Luis Milia.-

François Hollande se habrá sentido decepcionado con su visita al parque de la memoria; vulgar y urbano, carece éste de la grandeza desnuda de cualquiera de los cementerios militares que pueblan el Chemin des Dames. Posiblemente se haya preguntado por que ese memorial que, según le contaron, se hizo para recordar a 30.000 “desaparecidos” tiene tanto lugar anónimo; pero, como invitado, sabe que siempre es mejor no curiosear y limitarse a lo que había venido a hacer, un homenaje que sin duda alguna alegró su corazón de izquierda, un homenaje que en Francia le costaría su conchabo político pues nunca faltaría alguien que recordara que las homenajeadas- dos monjas de pasado dudoso- se dedicaban a lo mismo que los que tiraban al blanco en Bataclán.

Sin embargo, es un lujo que se puede dar. La Francia política exporta, escondido en la bolsa de los droits de l’homme, todo lo necesario para subyugar esos derechos; junto a la Legión Extranjera van los Hermanitos de Foucauld, en pareja con los expertos en guerra contrarrevolucionaria expide monjas versadas en gimnasia subversiva, pero han sabido vestirse con un ropaje cultural y político que hace que los cerebralmente colonizados de todo el mundo acepten que un homenaje hecho por un político francés sirve tanto como una foto con el Papa, aunque estas estén hoy, algo devaluadas.

En realidad, homenaje más u homenaje menos, de lo que se trata acá es simplemente de esa “virtud”, la hipocresía, inherente a los políticos de todo el mundo pero que en el caso de los políticos franceses, en especial de izquierda, adquiere ribetes de epopeya. M. Hollande es un socialista francés que de haber nacido en otras épocas bien podría haber integrado gabinetes como el de Ramadier, Mendes-France y Mollet, donde eran socialistas o radicales socialistas desde los ministros de colonias hasta los Altos Comisionados de estos gobiernos en Indochina y Argelia sin olvidar a los jefes de policía, de extrema confianza, que estos “próceres” llevaban a las colonias. Que el socialismo francés y sus prohombres caminen plácidamente por la historia como si nada tuvieran que ver con gobiernos que organizaron, provocaron o permitieron, según los casos y según los periodos, el uso de la tortura y la eliminación física a lo largo de su imperio es un ejemplo de cinismo manifiesto, pero son franceses y ellos mismo se han perdonado.

De Hanoi a Noumea, de Tananarivo a Dakar, de Rabat a Argel en el siglo pasado o desde Trípoli a Alepo hoy, no hay un solo integrante de gobierno socialista francés que por sí o por salpicaduras no tenga las manos manchadas de sangre, pero siempre pueden darse una vuelta por estas pampas para, si cuadra la ocasión, darnos una lección sobre derechos humanos aunque el número de muertos que cargan en sus espaldas sea varias veces múltiplo de ese número cabalístico que nos obsesiona: 30.000.

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