Por Juan José de Guzmán.-

Nadie que haya elegido por vocación estudiar medicina hubiera pensado en otra cosa que no fuera en defender la vida ante la muerte. Como tampoco aquel que hubiere optado por el derecho, imaginado algo diferente a la justicia dirimiendo entre la honradez y la corrupción, la probidad frente al cohecho.

Sencillamente porque lo que moviliza como proyecto de vida en cualquier alumno universitario tiene más que ver con los valores supremos que cada disciplina persigue.

Sucede que, con el correr de los años, frente a esos ideales de juventud aparece en escena el pragmatismo, al que suele confundirse con “la realidad”. Una vez aceptada como tal, el velo detrás del que se oculta el materialismo comienza a correrse, dejando a merced de las tentaciones los valores con los que crecimos.

En su breve paso por la vida, los mortales se entregan sin descanso a la materialización de sus sueños terrenales. Durante el derrotero, muchos subliman esos instintos primarios. Otros descargan ante el diablo el peso de su conciencia entregando a cambio la moral.

Freiler tal vez sea un ícono de esa justicia que hoy aborrecemos y necesitamos recuperar.

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