Por José Luis Milia.-

Vivimos la Argentina del destape. Así como cualquier reventada habla sin tapujos ante cuanta cámara de televisión se ponga a tiro de sus afanes coitales con algún famoso, hoy se posa de obsecuente sin disimular el servilismo miserable que la actitud conlleva.

¿Es despreciable ser un lameculos patrón en la Argentina de hoy?, considerando la palabra patrón como aquella que define una medida de referencia, no como otra cosa. Si bien no he perdido la brújula y creo, como creen muchos, que el obsecuente es fundamentalmente un rufián con mentalidad de albañal, al considerar a aquellos que no son como nosotros pero que su voto tiene el mismo valor que el nuestro, la respuesta deriva del no sé al no rotundo; los tiempos han cambiado y se supone que con el cambio temporal los principios mutan, o al menos eso es lo que quieren hacernos creer.

Si el obsecuente patrón fuera un fenómeno de otras tierras sería hasta divertido, pero lo tenemos acá y entonces la cosa pasa a cambiar de color ya que el obsecuente patrón no tiene grandeza -se defeca en ella- solo aspira a lamer calzones hasta llegar al lugar donde pueda imponerle a otros las ordalías que él sufrió.

Una de las cosas más patéticas que muestra el obsecuente patrón es la corte con la que se rodea, compuesta, obviamente, por obsecuentes menores que buscando su lugar al sol no escatiman halagos y lambetadas al estilo de las que su jefe prodiga a quien lo manda, porque- nos habíamos olvidado de definirlo- un obsecuente debe su vida política a otro obsecuente o, peor aún, a alguien tan ordinario que solo con los halagos de inferiores puede vivir feliz.

El obsecuente, resentido y falso, es un peligro en sí mismo. Un peligro para toda la sociedad si esta estuviera compuesta de seres dignos y no de haraganes distraídos, expertos en el “no te metás” -la mayoría- o amansados chupamedias que esperan su turno. El obsecuente, con tal de llegar donde se propuso, donde su desasosiego le indicó que era su destino, puede matar a la madre, violar a la hermana o hablar de la vastedad intelectual de alguien que es incapaz de hacer la “O” con un compás siempre en la medida que el primate lisonjeado sea pariente- preferiblemente hijo- del mandamás adquirido.

Digamos las cosas como son: la obsecuencia -prima bastarda de la lealtad- es en Argentina una “virtú peroncha”, y digo esto aún en el convencimiento que hay peronistas, muchos, que se dejarían cortar la lengua antes que de su boca saliera una lisonja para la presidente, pero es la realidad partidaria que día a día vemos.

No sé si es verdad, o simplemente una leyenda urbana, la respuesta de Cámpora cuando Perón le preguntó la hora, “la que Ud. quiera, mi general”, dicen que dijo; pero, como signo de estos doce años, no en vano se llama “La Cámpora” el soporte juvenil de este gobierno.

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