Por Jacinto Chiclana.-

Desde que el 10 de diciembre del año pasado, ilusionados y contentos, comenzamos a alentar la esperanza de que la plaga de hambrientas e inescrupulosas langostas nos abandonaría para siempre y comenzaría a regir, por fin, el tiempo de rendir cuentas por tanta barbarie cometida por la horda invasora.

Se han transformado ríos de tinta en cientos de miles de escritos y pronunciado millones y millones de palabras, descubriendo primero, ampliando y detallando después, y colmándonos de asombro día a día hasta la actualidad, para describir la verdadera dimensión de esta suerte de enorme y generalizada asociación ilícita, organizada para materializar el sistemático saqueo del estado en distintos niveles, sin permitirnos visualizar excepciones ni rincones en donde no se hayan llevado algo.

Trenes conquistados por la herrumbre, manzanas y manzanas de casas semiderruidas aun antes de haber sido estrenadas, sin techos, sin puertas y saqueadas a lo largo de los tiempos, hospitales y escuelas en estado desastroso, miles de enormes caños valiosísimos oxidados y abandonados a lo largo de kilómetros y decenas de calamidades más, recostadas en el contraste de empresarios enriquecidos que en casi todos los casos, cobraron las obras que debían hacer como si ya las hubiesen entregado terminadas.

Demostraciones obscenas de riquezas inconcebibles por parte de funcionarios que supuestamente vivían de sus sueldos y emporios inmobiliarios millonarios en dólares, obtenidos hasta por simples camareros con perfiles de pinches lustradores de calzado.

Al mismo tiempo que íbamos descubriendo el horror, numerosos encuestólogos profesionales, más o menos prestigiosos, han pulsado las cuerdas de sus encuestados, midiendo el inexorable descenso de las famas y los honores de los cabecillas de la horda oscura y sus secuaces de menor jerarquía y a la luz del permanente descubrimiento de sus miserias abrumadoras y sus negociados obscenos, se nos fueron cayendo las mandíbulas inferiores en un inexorable gesto de asombro y se nos fue haciendo crónico el convencimiento de haber sido unos reverendos pelotudos, engañados sin atenuantes por una manga de ladrones de cuarta, desprolijos y despreocupados, convencidos de que se quedarían veinte años aferrados al poder, para esquilmarnos en una violación permanente y hasta resignada y consentida.

Transcurridos más de ocho meses desde aquella feliz llegada del viento purificador, que nos ilusionó con el barrido irremediable de los miasmas de pudrición, encontramos nuestro presente dividido en dos partes, ninguna de las cuales puede sacarle ventaja a la otra.

Por un lado, experimentamos en carne propia las medidas, muchas veces titubeantes, de las nuevas autoridades nacionales, que intentan sacarnos del atolladero, aunque permanecemos un tanto temerosos, pues vislumbramos que en sus esfuerzos, o mejor dicho en los nuestros, no estarían dispuestos en reparar en costos ni chiquitajes y la cosa se pone cada día más difícil y complicada, porque notamos una cierta renuencia a utilizar algún tipo de anestesia, que habilite el pasaje más horrendo con el menor dolor.

Los “repentinistas” de shock le han doblado el codo a los gradualistas y entonces los costos de los servicios públicos, trepan con la misma facilidad con la que los muchachos y muchachas de la horda acrecentaron sus fortunas.

Alguna justicia los frena o los posterga, pero la ansiedad gana la calle, junto con los avivados de siempre que llevan agua para sus molinos y agitan la pandereta social, ya de por sí revuelta y caótica.

Por el otro lado, un montón de magistrados que venían haciendo la plancha desde hace varios años, cuidándose como de hacerse pis en la cama, parecen haber alcanzado de golpe todo el coraje y la determinación que les hacía falta y avanzan a paso más o menos redoblado contra la “capitosta” y los numerosos amanuenses de la horda, aunque siempre, bajo el lema remanido y falaz de respetar los “plazos y procedimientos procesales”, con excesiva cautela, poco disimulo y pasitos no muy largos. No sea cosa que aparezca alguna carpeta incómoda por ahí.

En conclusión, nuestros deseos de justicia montan el negro y brioso caballo del Zorro, mientras la triste realidad cabalga a grupas del enorme y pesado Sargento García.

Pero el quid de la cuestión es otro.

Lo grave y desmoralizador, lo que aterra e indigna, es que siguen haciendo lo que se les canta el aparato de sentarse que comparte zona geográfica con el huesito dulce…!

Nuestro presente convive aún con ellos y, parafraseando a varios personajes que llegaron o se agrandaron junto con la horda, “el juez no tuvo los huevos…”, “se metió la orden de detención en el orto”, “hicimos una pirueta y dejamos pagando a la policía”, juntaron unas pocas docenas de impresentables con prontuarios que harían enrojecer de vergüenza al Gordo Valor y fueron en patota a apoyar a una señora que debía declarar por un faltante de varios cientos de millones de pesos y un total desmanejo de los fondos públicos que le fueron confiados. Una señora que, por una rara constitución orgánica, tiene invertidos algunos órganos del cuerpo y expele por su boca lo que debería salir por otro lado.

Sí, es cierto que esta “dulce viejecita” tiene nada menos que ¡87 años! y, curiosamente, esas circunstancias puramente cronológicas parece que le permiten estar a salvo de todo, cuestión que no parece aplicarse en otros casos en que, con edades superiores aún, sobrellevan la más dura cárcel sin atisbo alguno de enternecimiento.

Lo cierto es que, ¡oh sorpresa!, si hubiésemos hecho un ranking con los antecedentes de quienes fueron a apoyarla, incluido el ex número diez de la cabeza quemada, tendríamos que reflotar la famosa Cinta Azul de la Popularidad de la Brand Barometric Asociation.

Claro que no termina ahí.

Lo muy grave y desmoralizador es que dos señoras conductoras o periodistas, o como pretendan llamarse, inviten a un patotero de pacotilla a su programa y no tengan el mínimo de dignidad y manejo de su propio programa para impedir que denigre a un periodista que sólo cumplía con su obligación de preguntar lo importante.

Lo grave es que este taita de historieta, esta caricatura absurda de matón orillero, portador impune de verborragia de cebita mojada, este guapo de miga de pan resquebrajado, cultor a ultranza de la guapeza del griterío y el atropellamiento, para ocultar que no es otra cosa que una mascarita insolente de aquellos taitas arrabaleros que desvelaran al gran Borges, dejando claro que es tan sólo un cagón amanerado que se agranda ante las mujeres, todavía no haya tenido la fortuna, o mejor dicho el martes trece, de encontrarse con alguien que le enseñe cuanto es dos más dos.

Lo grave también es el tímido ensayo de protección hacia el periodista, ejercido con reverente temor y balbuceantes interjecciones por estas dos señoras y que no hayan exhibido el mínimo de dignidad y una pizca de ovarios para expulsar a ese energúmeno impresentable que les manejó su propio programa con desfachatez y soberbia y las apabulló, envalentonado como todo cagón solapado.

Lo grave es que sigan invitando a semejante energúmeno. Que, amigo o no de Franciscus, ha evidenciado signos de tener la misma inteligencia que una ameba, por lo que, salvo ser tan impresentable como quien lo nombró en su cargo, es viciado de nulidad absoluta lo que pueda decir en su materia o en cualquier otra cosa que requiera un mínimo de inteligencia.

Lo grave es que la sacerdotisa etrusca, ahora sin auriga de alto octanaje, aún siga teniendo docenas de custodios que todos nosotros pagamos y estando seriamente sospechada de ser la jefa de la horda que saqueó a la Nación, aún siga teniendo prensa y convocando a cuanto zurdaje anda suelto, mientras exhibe sus costosos relojes y su ausencia absoluta de coherencia.

Lo grave es que parece que no aprendemos nada y todos, cultores confesos y entusiastas de los anos contra natura, sigamos pendientes de ellos y no los confinemos, de una vez y para largo tiempo, al ostracismo de la cafúa, con o sin traje a rayas.

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