Por Hernán Andrés Kruse.-

“En ciertos períodos la nación se aduerme dentro del país. El organismo vegeta; el espíritu se amodorra. Los apetitos acosan a los ideales, tornándose dominadores y agresivos.” (José Ingenieros)

“Cuando un grupo o un pueblo cede en su afán de promover a los mejores, entra indefectiblemente en un tobogán y pasando por los mediocres termina en los peores.” (Jorge L. García Venturini)

El FdT y una reacción de manual

La situación económica es extremadamente grave. Todos hablan de la suba descontrolada del dólar blue pero la verdad es que lo que sucede es que se desploma el peso. Como tantas veces ha sucedido en nuestra historia, hoy carecemos de moneda. Sólo se trata de papel pintado. Su poder adquisitivo es prácticamente nulo. Pero lo peor es la reacción del gobierno. En efecto, hasta ahora el presidente de la nación se muestra perplejo, anonadado. Su extrema pasividad no hace más que echar leña al fuego. Cuesta creer que desde que se produjo la intempestiva renuncia de Guzmán Alberto no haya tomado decisiones drásticas para contrarrestar el clima de desasosiego que se ha apoderado del país.

Ante tanta impotencia, el presidente puso en práctica una reacción de manual: culpar a otros de todas las desgracias. En un acto de presentación de obras de ciencia y tecnología, y flanqueado por Juan Manzur y Daniel Filmus, Alberto expresó Fuente: Perfil, 22/7/022): “Somos conscientes de los problemas macroeconómicos que tenemos, somos muy conscientes de que la crisis global hace más difícil cualquier solución y también suma incertidumbres y temores”. “Quiero transmitirle a cada argentino, que se quede tranquilo, que estamos trabajando y que superamos todos los problemas que ya superamos y esto vamos a poder hacerlo”. Pidió a la sociedad que “entienda lo que está pasando. Los necesito a todos movilizados, acompañando la oportunidad de la Argentina de crecer con dignidad. Poniendo a cada argentino en cada lugar de trabajo”. Dirigiéndose al sector privado, le advirtió que “no me van a torcer el brazo porque sé que cuento con todos y cada uno de ustedes”. Luego acusó al campo de no liquidar 20 mil millones de dólares, especulando con una mayor rentabilidad.

Al igual que en 2008, el presidente ubicó al campo en el centro del ring. Hace catorce años el motivo de la guerra entre Cristina y el campo fue la famosa resolución 125, elucubrada por el entonces ministro de Economía Martín Lousteau, quien hoy es un ferviente anticristinista. Luego de cuatro meses en los que el país estuvo al borde del colapso institucional, el Senado, gracias al voto de Cobos, se inclinó a favor del campo. Hoy el motivo de una nueva guerra es la decisión del campo de no liquidar varios miles de millones de dólares producto de la cosecha. Aquella experiencia dejó un claro mensaje: el gobierno de Cristina quedó maltrecho y pagó las consecuencias políticas en la elección de medio término de 2009, cuando las urnas castigaron a la presidenta con extrema severidad. Hoy Alberto se empecina en cometer el mismo error. Qué sentido tiene hacerse el bravucón si en los hechos todo quedará en la nada. ¿Alguien puede realmente creer que un presidente cuya autoridad está por el piso está en condiciones de desafiar al campo? La relación de fuerzas favorece netamente al poder agropecuario.

Consciente de ello la oposición salió rápidamente a encolumnarse detrás del campo, tal como aconteció en 2008. Dijo el diputado Mario Negri (Fuente: Perfil, 22/7/022): “¿Quién le tuerce el brazo al presidente? El campo ya liquidó 20 mil millones de dólares, no se le pueden exigir que liquiden otros 20 mil millones si la brecha cambiaria es superior al 100%”. “Este mensaje de Alberto Fernández sólo aportó grageas de desesperación, no sumó credibilidad”. Por su parte, su colega Martín Tetaz expresó que “la crisis es de naturaleza políticas”. “No se va a resolver hasta que ocurra una de dos; o el gobierno muestra unidad anunciando un plan concreto, o se van”. “Para ganar tiempo, el gobierno puede tomar alguna medida económica de corto plazo, como eliminar las retenciones por un mes para acelerar la, liquidación del campo, o de mediano plazo”. También abogó por un desdoblamiento del mercado cambiario, “pero nada de eso resuelve el problema de fondo”. Por su parte, el diputado José Luis Espert desafió al presidente a que concurra a la Exposición rural 2022: “Ojalá que venga. No tengo ni idea que hará, pero hay que tener huevos. Debería venir a los lugares donde no está cómodo”.

Como bien señala Tetaz, la crisis es esencialmente política. Lo más grave es la ausencia de autoridad presidencial. Nuestro sistema político es híper presidencialista. Los constituyentes de 1853, inspirados en el pensamiento alberdiano, dotaron a la figura del presidente de amplios poderes para hacer frente a la anarquía que imperaba en aquellos tiempos tumultuosos. Quien está sentado en el sillón de Rivadavia debe mandar y hacerse respetar. Si no logra hacerlo, fracasa irremediablemente. Pasó con María Estela Martínez de Perón y Fernando de la Rúa. En relación con los dichos de Espert, cabe reconocer que tiene razón. Palermo ha sido siempre un escenario complejo para el presidente que no supo granjearse la simpatía del poder agropecuario. Cabe recordar la estruendosa silbatina que sufrió el entonces presidente Alfonsín cuando visitó la Exposición Rural en 1988. Pero claro, Alberto no es don Raúl.

A patada limpia

En este complejo contexto el FdT reaccionó como lo hizo el peronismo a lo largo de su historia: a patada limpia. En la lucha contra la inflación, por ejemplo, hizo flamear una vez más la bandera de los controles y las persecuciones. Martín Pollera, flamante secretario de Comercio, decidió que no hay otro remedio que la fiscalización estricta de los aumentos de precios. Desde el ministerio de Economía se informó acerca de la intensificación de tales operativos para desarticular maniobras especulativas en varios supermercados e hipermercados. Los controles estuvieron a cargo de los inspectores de dicho organismo, de la AFIP y de ARBA, el organismo que recauda en el territorio de Kicillof. Como frutilla del, postre, Pollera embistió contra el gobierno de Mauricio Macri: “Estamos planificando para garantizar el mejor proceso de fiscalización. El macrismo la destruyó pasando de 500 inspectores a 12” (fuente: Clarín, 23/7/022). En sintonía con el funcionario, la senadora nacional Juliana Di Tullio expresó que había llegado el momento de que la policía federal allane las cuevas que están desparramadas por las ciudades del país, fundamentalmente en CABA.

Resulta incomprensible que en pleno siglo XXI continúen aplicándose en Argentina medidas de esta índole para combatir el flagelo de la inflación. Ello es así porque el gobierno yerra en el diagnóstico al culpar a los formadores de precios y a las cuevas de la inflación. Nadie duda que quienes remarcan los precios y trabajan en las cuevas lejos están de ser patriotas. Ellos hacen su negocio: sacar la mayor tajada posible del caos económico reinante. Pero ese caos es la consecuencia de la incapacidad del gobierno de hacer frente a la inflación. Después de tantas décadas de fracasos cuesta entender que todavía se apliquen semejantes medidas. Einstein tenía razón: “Hay que estar loco para creer que se obtendrán resultados diferentes aplicando los mismos métodos”. Si los controles de precios siempre fracasaron ¿por qué ahora serías diferente? ¿Porque ahora la economía están en manos de Silvina Bataquis? Si la política del látigo siempre fracasó estrepitosamente ¿no ha llegado la hora de confiar más en la libertad económica? ¿No ha llegado el momento de que el gobierno controle el gasto público, deje de emitir de manera irracional, confíe más en la soberanía de los consumidores? ¿No ha llegado el momento de que el gobierno corte de una vez por todas el cordón umbilical que lo mantiene preso del poder del establishment económico? Para eso es fundamental contar con agallas, una cualidad ausente en el presidente.

El FdT encontró al culpable

La semana pasada tuvo lugar una feroz corrida cambiaria. El dólar blue se descontroló dejando al descubierto el escaso valor de nuestra moneda. Para esconder su propia incapacidad, el gobierno encontró el culpable perfecto: el ex ministro Martín Guzmán. Quien actuó de portavoz fue Agustín Rossi. en declaraciones a FM Milenium afirmó: “No recuerdo corridas que hayan llevado tanto tiempo. La última semana de Guzmán parecía que la teníamos controlada, pero la renuncia de Guzmán disparó la inestabilidad nuevamente”. “Fíjense la paradoja, porque Guzmán que durante dos años y medio dijo que uno de sus objetivos era tranquilizar y desestresar la economía, pero su renuncia le pegó a la economía un pico de estrés que no veíamos desde la derrota de Mauricio Macri en las PASO de agosto de 2018”. “Desde el punto de vista social, por lo que yo he hablado con los ministros que son responsables de esas áreas y con los gobernadores, la verdad es que diría que la cuestión social está bastante contenida”. “La economía sigue funcionando, no se ha cortado la cadena de pagos y se sigue generando empleos” (Fuente: Clarín, 23/7/022).

Es cierto que la intempestiva renuncia de Guzmán dañó a la economía. Pero el ministro no actuó por su cuenta sino a las órdenes del presidente de la nación. Las decisiones de Guzmán reflejaron la voluntad de Alberto. En consecuencia, la fenomenal corrida de la semana pasada se debió fundamentalmente a la carencia de autoridad del presidente. Conviene recordar lo que aconteció durante la segunda presidencia de Carlos Menem. Su ministro de Economía, Domingo Felipe Cavallo, pretendía situarse a la par del riojano. En otros términos: Cavallo se creía igual a Menem, políticamente hablando. El riojano le demostró que el único importante era él. Cansado de sus bravuconadas el presidente lo despidió e inmediatamente lo reemplazó por el ortodoxo Roque Fernández. La economía ni se inmutó. Menem le demostró quién mandaba. Martín Guzmán, en cambio, puso dramáticamente en evidencia la nula autoridad de Alberto. Ello explica el daño que provocó su abrupta retirada del gobierno. Pero conviene tener en cuenta lo siguiente: es altamente improbable que Guzmán haya tomado semejante decisión sin el guiño del FMI y de su mentor, el Nobel Joseph Stiglitz. Se verá cómo se desarrollan los acontecimientos pero la renuncia de Guzmán quizá refleje la intención del FMI de bajarle el pulgar al gobierno nacional. En este sentido, la decisión de Mauricio Claver-Carona, presidente del BID, no hace más que confirmar esta presunción.

Al gobierno le queda, sin embargo, una última carta por jugar. En realidad, es la única. Esa carta no es otra que la obediencia total a las “sugerencias” del FMI. Así lo acaba de señalar Carlos Melconian, titular de la IERAL de la Fundación Mediterránea: para cumplir con las metas de la segunda revisión del FMI el gobierno deberá ajustar la economía. Dijo Melconian (fuente: Perfil, 26/7/022): “Si no hay ajuste, esos 4000 millones de dólares no van a entrar; si no barajamos y damos de nuevo este programa, ese dinero no va a entrar. La nueva exigencia será volver a la ruta de los números fiscales, monetarios y externos”. Consideró que el acuerdo firmado por Guzmán no puede ser cumplido y que la democracia está obligada a solucionar el problema económico. De ahí la imperiosa necesidad que de una vez por todas la clase política arriba a acuerdos básicos que permitan a la Argentina salir del atolladero en que se encuentra. Y agregó: “La falta de confianza y de credibilidad la estamos construyendo ahora. La propuesta debe ser explicitada y explicada con claridad”.

El mensaje es el de siempre: la única solución es aplicar el programa ortodoxo del FMI. Es probable, entonces, que la corrida cambiara de la semana pasada haya sido un mensaje para el gobierno. No fue casualidad que ayer (lunes 25), mientras Batakis estaba conversando con Georgieva, el dólar blue bajó 16 pesos. ¿De golpe los mercados fueron benévolos con el gobierno? Sólo se trató de una nueva advertencia, íntimamente ligada con la de la semana pasada, advertencia que puede ser expresada de esta manera: “el dólar blue no se descontrolará mientras ustedes hagan buena letra”.

La mejor defensa es un buen ataque

Se suele atribuir al estratega y filósofo chino Sun Tzu la frase “no hay mejor defensa que un buen ataque”. Pues bien, resulta muy útil para explicar la decisión del bloque de Diputados del FdT de denunciar a la oposición por ser protagonista de maniobras golpistas tendientes a desestabilizar al gobierno. Acorralado por una crisis económica por el momento incontrolable, el oficialismo decidió recuperar la iniciativa política ejecutando una maniobra de manual: responsabilizar de la debacle a la oposición.

El domingo por la mañana apareció publicado en las redes sociales un duro comunicado del oficialismo en el que se acusa a la oposición de ser golpista. Dice el texto: “Una brutal corrida cambiaria que pretende una devaluación abrupta de la moneda nacional. Pedidos de juicio político a nuestro presidente de la nación. Amenazas hacia nuestra vicepresidenta de la nación. Acciones violentas contra el Instituto Patria. Ex militares convocando a las Fuerzas Armadas. Dirigentes políticos y operadores mediáticos planteando el adelantamiento de las elecciones”. Se está en presencia de “una acción sistemática de desestabilización política y económica”. “Los hechos son muy claros” (Fuente; Clarín, 24/7/022).

Vayamos por partes. Nadie duda de la existencia de sectores que desean la caída del gobierno. Es más, seguramente importantes franjas de la sociedad participan de ese anhelo. En varios programas políticos opositores se respira un aire de victoria cada vez que el dólar blue pega un salto o el presidente comete un yerro. Pero de ahí a responsabilizar a toda la oposición del derrumbe económico hay un largo trecho. Nadie duda de la existencia de grupos de presión económicos que desean una brusca devaluación de la moneda. Siempre los hubo. Todavía está fresca en nuestra memoria la acción desestabilizadora de esos grupos en las postrimerías del gobierno de Alfonsín. Pero lo que omite el documento de los legisladores del FdT es también harto evidente: la incapacidad supina del presidente de ejercer el poder como corresponde, su ausencia absoluta de autoridad para ganarse el respeto y la confianza, el desprecio de Cristina por su persona, la petulancia del ministro de Economía renunciante, la miopía de la política exterior, etc., etc. El gobierno ha cometido demasiados errores, muchos de ellos no forzados. La carencia de idoneidad de Alberto es escalofriante. Tal es así que hasta el inepto de De la Rúa queda mejor parado si se lo compara con el actual mandatario.

El documento encierra, además, otro peligro: la tentación de acusar de golpista a cualquiera que ose criticar, de aquí en más, al gobierno. Porque de ahí a la autocensura hay un pequeño paso. Y si hay autocensura no hay libertad de prensa y de expresión. Plantear, como acaba de hacer el diputado Espert, un juicio político contra el presidente lejos está de ser una actitud golpista. Lo mismo cabe decir respecto al pedido de elecciones anticipadas. Tanto el juicio político como las elecciones anticipadas están previstos en la Constitución. Hace unos días renunciaron los primeros ministros de Gran Bretaña e Italia y la democracia continúa como si nada en esos países. Pero claro, como estamos en Argentina el fantasma del golpismo continúa rondando por ahí. Además, los diputados del FdT deberían alguna vez reconocer la participación del peronismo en las caídas de Alfonsín y De la Rúa. Porque la fuerza política que hoy se siente amenazada es la misma que celebró la hiperinflación alfonsinista y la peor crisis institucional de la Argentina contemporánea. En definitiva, el, documento en cuestión flaco favor le hace a la estabilidad democrática.

La imposibilidad de quedar bien con todos

Si hay una enseñanza que deja la política argentina es que es imposible quedar bien con Dios y con el Diablo. Alberto Fernández lo acaba de poner de manifiesto una vez más. Ayer (martes 26) se cumplió un nuevo aniversario del fallecimiento de Eva Perón. En ese marco el presidente se dirigió a Chapadmalal para homenajearla en uno de los complejos de turismo social que impulsó cuando estuvo junto a Perón. Dijo Alberto (Fuente: Perfil, 26/7/022): “La política está muy convulsionada en Argentina y el mundo. Mientras nosotros celebramos estar abriendo un hotel más y seguimos trabajando para que en el 2023 esté funcionando a pleno, otros no lo pensaron así”. Se comparó con Eva al manifestar que tanto su gobierno como el de ella lucharon contra quienes “creían que la distribución no debe hacerse de modo igualitario, los que promueven el individualismo y creen en la meritocracia”. “Eva luchó contra todos ellos y están presentes: son los que especulan con los precios, hacen faltar mercadería, promueven inflación haciéndole sentir a la gente que la moneda se va a devaluar, esperan un momento en que la Argentina se debilite para vender lo que tienen que vender”.

El presidente utilizó la figura de Eva Perón para embestir contra el campo, elevado nuevamente a la categoría de enemigo público número 1 por el gobierno nacional. Su incendiario discurso tuvo como destinataria a la militancia cristinista, enemiga del campo a partir del conflicto desatado por la resolución 125. Alberto dijo lo que la militancia cristinista quería escuchar. Horas más tarde, el Banco Central anunció un nuevo instrumento (dólar soja) para motivar a los productores agropecuarios a que vendan su cosecha de soja. Con esa decisión el presidente intentó congraciarse con los muchachos del campo. En cuestión de horas el presidente trató de quedar bien con la militancia cristinista y con los productores agropecuarios, es decir quedar bien con Dios y con el Diablo.

El resultado de semejante estratégica fue la esperada: tanto la militancia cristinista como los productores agropecuarios se irritaron con el presidente. Por la noche varios panelistas del programa oficialista conducido por Pablo Duggan no ahorraron críticas a la decisión del Banco Central y el conductor puso al aire un duro mensaje de Pedro Peretti, muy molesto con Alberto. Por su parte, Gustavo Grobocopatel expresó: “Nadie cree que con esta medida se vaya a resolver el problema. Ojalá esto resuelva los problemas, yo soy escéptico y ojalá me equivoque” (fuente: Perfil, 27/7/022). Emerge en toda su magnitud la inoperancia del presidente. Cuesta creer que un dirigente con tanta experiencia política haya cometido semejante error táctico. A veces pareciera que no es consciente de la gravedad de la situación. Los ánimos están por demás caldeados, hay mucha bronca y un gran desasosiego en vastos sectores de la población. El horno, qué duda cabe, no está para bollos. Sin embargo, el presidente no hace más que echar leña al fuego. La gran duda es si lo hace adrede o por pura impericia.

Anexo

El pensamiento de Karl Marx: La sociedad de productores de mercancías

Cuando los productores toman la decisión de efectuar un intercambio de productos, les interesa saber fundamentalmente “en qué proporciones se cambiarán unos productos por otros”. Estas proporciones quedan fijas por la fuerza de la costumbre, como si emergieran de la propia naturaleza de las mercancías. Para Marx, el carácter de valor de las mercancías únicamente se consolida al funcionar como magnitudes de valor. Tales magnitudes cambian de continuo, al margen de la voluntad y el conocimiento de los productores que participan en los cambios. Es necesario que el proceso de producción de las mercancías se desarrolle íntegramente “para que de la propia experiencia nazca la conciencia científica de que los trabajos privados que se realizan independientemente los unos de los otros, aunque guarden entre sí y en todos sus aspectos una relación de mutua interdependencia, como eslabones elementales que son de la división del trabajo, pueden reducirse constantemente a su grado de proporción social, porque en las proporciones fortuitas y sin cesar oscilantes de cambio de sus productos se impone siempre como ley natural reguladora el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción, al modo como se impone la ley de la gravedad cuando se le cae a uno la casa encima”. El tiempo de trabajo determina la magnitud de valor y he aquí, enfatiza Marx, el secreto oculto que se esconde detrás de los valores relativos de las mercancías, cuyas oscilaciones son aparentes.

A continuación Marx analiza las formas de la vida humana. Opina que su análisis científico ha seguido hasta ahora un camino que se opone a la realidad ya que comienza con los resultados establecidos previamente por el proceso histórico. Las formas que hacen posible la transformación de los productos en mercancías son “formas naturales de la vida social” mucho antes de que los hombres comenzaran a buscar alguna explicación al contenido de las mismas. Ello explica por qué el estudio de los precios de las mercancías indujo a los hombres a investigar la manera como se determina la magnitud de valor, y porqué el hecho de que las mercancías se expresen en dinero los indujo a establecer su carácter valorativo. Ahora bien, la forma dinero no hace otra cosa que encubrir los vínculos sociales entre los productores privados. Decir que la levita y las botas, por ejemplo, se refieren a la mercancía lienzo como “materialización general de trabajo humano abstracto”, constituye para Marx un absurdo. Sin embargo, cuando los productores de levitas (los sastres) refieren sus mercancías (las levitas) a la mercancía como equivalente general (el lienzo, el oro, la plata o la mercancía que fuere), no hacen otra cosa que referir sus propios trabajos privados al trabajo social colectivo “bajo la misma forma absurda y disparatada”. Las formas a las que alude Marx configuran “las categorías de la economía burguesa”. Se trata de esquemas conceptuales (“formas mentales”, dice Marx) legitimados por la sociedad a través de los cuales “se expresan las condiciones de producción de este régimen social de producción históricamente dado que es la producción de mercancías”. Son formas mentales históricamente dadas, ajustadas a un tiempo social, político y económico determinado: el capitalismo burgués. Por eso es que el misticismo del mundo de las mercancías desaparece tan pronto cuando el análisis se desplaza hacia otras formas de producción económica. El carácter misterioso que presenta el producto del trabajo tan pronto reviste forma de mercancía sólo cuando está vigente la forma burguesa de producción.

En una solitaria isla está Robinson. Por una cuestión de supervivencia, está obligado a ejecutar una serie de trabajos útiles para satisfacer sus necesidades fundamentales. Se dedica con ahínco a fabricar herramientas, construir muebles, domesticar animales, pescar, cazar, etc. Se trata, obviamente, de un buen número de funciones productivas. Sin embargo, Robinson es perfectamente consciente de que no son otra cosa que manifestaciones de trabajo humano. Al estar solo, se ve obligado a distribuir el tiempo y sus funciones lo más racionalmente que puede. Meticuloso y detallista, tiene anotados en su inventario los objetos útiles que tiene a su disposición, las diversas operaciones que debe ejecutar y, finalmente, el tiempo de trabajo que demanda, término medio, la fabricación de determinadas cantidades de los productos que necesita para sobrevivir. Las relaciones que existen entre Robinson y los objetos materiales de que dispone son claras y sencillas, conteniendo “todos los factores sustanciales del valor”.

Marx compara el ejemplo de Robinson con la Edad Media europea, a la que califica de tenebrosa. El hombre no es independiente. Vive sojuzgado por los señores de la gleba. Tanto las condiciones sociales de la producción material como las relaciones entre las personas están caracterizadas por su sumisión. En consecuencia, carece de sentido afirmar que los trabajos y sus productos poseen una realidad fantástica diferente a la realidad. Dice Marx: “Aquí, los trabajos y los productos se incorporan al engranaje social como servicios y prestaciones. Lo que constituye la forma directamente social del trabajo es la forma natural de éste, su carácter concreto, y no su carácter general, como en el régimen de producción de mercancías”. Lo que el vasallo produce es función del tiempo que le demanda su trabajo, teniendo perfectamente en claro que se trata de una porción de su propio esfuerzo dedicado a producir algo en beneficio de su señor. En definitiva, “las relaciones sociales de las personas en sus trabajos se revelan como relaciones personales suyas, sin disfrazarse de relaciones sociales entre las cosas, entre los productos de su trabajo”.

Marx pone como ejemplo el trabajo de una familia campesina. Sus miembros producen todo lo necesario para sobrevivir: trigo, ganado, hilados, lienzo, vestidos, etc. Tales artículos implican para la familia productos de su trabajo privado, pero lejos están de relacionarse como mercancías. Los trabajos que dieron origen a estos productos (la agricultura, la ganadería, el hilar, el tejer, el cortar, etc.) son naturalmente funciones de la familia en cuyo ámbito está vigente la forma más elemental de división del trabajo. En esto no hay diferencia alguna con la producción de mercancías. Las funciones se distribuyen en función de la edad, el sexo y las condiciones naturales del trabajo, las que se modifican al compás del cambio climático. Pero en este ámbito el trabajo (graduado en función del tiempo que insumió en producir el producto) “reviste la forma lógica y natural de un trabajo determinado socialmente”. Ello se debe a que en este régimen familiar las fuerzas individuales, padre, madre e hijos, únicamente trabajan como órganos de la estructura familiar que los cobija (“la fuerza colectiva de trabajo de la familia”, según la terminología de Marx).

Marx imagina una asociación de hombres en libertad que despliegan su fuerza laboral con medios colectivos de producción, constituyendo la sumatoria de cada fuerza individual de trabajo una importante fuerza de trabajo social. Las normas que guiaron el trabajo de Robinson son las que guían el trabajo de los hombres libres. Antes, las normas poseían un carácter individual; ahora, un carácter social. Los productos que elaboraba Robinson tenían como destino final la satisfacción de sus necesidades. El producto colectivo de la asociación de hombres libres es de índole social, lo que significa que tiene un doble destino. Una parte del producto social “vuelve a prestar servicio bajo la forma de medios de producción”; la otra parte constituye los medios de vida de los individuos asociados, aquello que será consumido por ellos para seguir viviendo. En consecuencia, surge la cuestión de su distribución, cuyo carácter dependerá fundamentalmente de la naturaleza del cuerpo social de producción y del “nivel histórico de los productores”. En esta asociación el productor participa en el proceso colectivo de producción en función de su tiempo de trabajo. A raíz de ello, al trabajo le corresponde representar una doble función: “Su distribución con arreglo a un plan social servirá para regular la proporción adecuada entre las diversas funciones del trabajo y las distintas necesidades. De otra parte y simultáneamente, el tiempo de trabajo serviría para graduar la parte individual del productor en el trabajo colectivo y, por tanto, en la parte del producto también colectivo destinada al consumo. Como se ve, aquí las relaciones sociales de los hombres con su trabajo y los productos de su trabajo son perfectamente claras y sencillas, tanto en lo tocante a la producción como en lo que se refiere a la distribución”.

Por último, Marx vincula la sociedad de productores de mercancías con el cristianismo, tocando una cuestión que más adelante será profundizada por Max Weber: la relación del sistema económico con el factor religioso o espiritual. ¿Por qué el cristianismo es la religión más adecuada para la sociedad de productores de mercancías? Porque en dicha sociedad su “régimen social de producción consiste en comportarse respecto a sus productos como mercancías, es decir, como valores, y en relacionar sus trabajos privados, revestidos de esta forma material, como modalidades del mismo trabajo humano…”. Qué mejor que una religión que hace un culto del hombre abstracto para legitimar espiritualmente a una sociedad de esta índole. Y para afinar su análisis, Marx considera que dentro del cristianismo, es el protestantismo la forma religiosa que mejor se adecua a la sociedad de productores de mercancías. En épocas pretéritas, el hombre desempeñaba un rol secundario en el proceso de transformación del producto en mercancía. Los organismos sociales de aquél entonces eran infinitamente más sencillos y rudimentarios que los de la sociedad burguesa, y se apoyaban en un sistema de señorío y esclavitud. El escaso desarrollo productivo de esos organismos sociales se veía reflejado en las religiones naturales y populares que pululaban por doquier. El proceso material de producción se desprenderá de su carácter místico cuando sus protagonistas sean hombres libres, capaces de conducir ese proceso de manera racional. Pero para que ello suceda será fundamental que la sociedad cumpla con una serie de requisitos materiales de existencia que son el resultado de un largo y penoso proceso evolutivo.

(*) Carlos Marx: “El Capital”, Libro Primero, Sección Primera, Capítulo I, FCE, 1973.

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