Por Malú Kikuchi.-

La posverdad es un neologismo últimamente muy usado, lo que no implica que la “posverdad”, sin haber sido bautizada de esta novedosa manera, no haya sido usada desde siempre. Lo que es un fraude a la opinión pública.

Quizás fraude suene muy fuerte, pero en alguna medida, lo es. La definición más certera sería: “distorsión deliberada de una realidad; influenciar apelando a las emociones y a las creencias profundas.”

También se podría decir que es una mentira emotiva que intenta crear, motivar, moldear la opinión pública sobre un tema. Por ejemplo, las distorsionadas noticias sobre nuestra desgraciada guerra de los 70.

¿Cuándo aparece la palabreja por 1ª vez? Hay varias versiones: una en 2010, un bloguero estadounidense llamado David Roberts la usó en una revista electrónica llamada “Grist”. Habló de una cultura política casi totalmente desconectada de la política pública objetiva.

Oxford sostiene que “posverdad” fue usada por 1ª vez por el dramaturgo serbio/estadounidense Steve Tesichan, en su libro “The Nation”, donde se refiere a los escándalos de Watergate, Irán, contras y Guerra del Golfo.

Dice: “Nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en algún mundo de la posverdad.” No, no se equivoque, lo escribió sobre los EEUU, no lo escribió sobre los argentinos.

O sobre cualquier otro país, todos han tenido y tienen verdades objetivas que difícilmente no hayan sido modificadas por la posverdad. Y la mayor parte de la culpa cae sobre los medios de comunicación, que “bajan línea”.

Los medios tienen intereses económicos y responden a esos intereses, que no siempre tienen que ver con lo real, con el hecho objetivo. Entonces, partiendo de ese hecho real, la noticia es contada de cierta manera.

Los periodistas que dependen de los medios, aceptan bajadas de línea. Tienen que comer ellos y sus familias y se supone que están de acuerdo con la línea editorial del medio, Verbitsky no trabajaría en La Nación.

Por eso hay tan pocos periodistas independientes, peleando por un $ cada día más difícil de conseguir, pero convencidos que los hechos hay que contarlos como son, justamente para no manipular a la opinión pública.

Los periodistas hasta no hace demasiado tiempo, desde 1983, dejaron de ser periodistas para ser “comunicadores” y un rango más arriba, “formadores de opinión”, hecho que nunca es debidamente aclarado. Está mal.

Es lícito que un periodista aclare, si viene al caso, su posición sobre determinado tema, pero diciendo que es su manera de pensar a partir de un hecho real que no debiera calificar de ninguna manera.

Porque la noticia se basa sobre un hecho objetivo y se sabe que los seres humanos no son objetos, son sujetos y siempre le van a dar a la noticia su impronta, pero de ahí a inventar números falsos y cambiar la historia, hay un largo trecho de eso que hoy se llama “posverdad”.

Es desde siempre, esperemos que no sea para siempre. La revolución francesa además de asesinar, fue un fracaso monumental; duró desde 1789 hasta los 2 Directorios 1795/1797, el golpe del 18 Brumario 1799 de Napoleón Cónsul; en 1804 emperador, a su caída 3 reyes, Luis XVIII, Carlos X y Luis Felipe de Orléans; una corta república 1848-1852, otro imperio hasta 1870 y recién ahí una 3ª y auténtica república que duró hasta 1940.

Pero se adora esa fracasada revolución y se la toma de ejemplo. Perfecto ejemplo de la posverdad. La Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler también tuvieron su posverdad, aunque la llamaron de otra manera.

Sin llegar a esos excesos, la posverdad nos maneja, le imprime velocidad a las noticas, las llena de ruido y de colores, informa a su manera, sin haber dado tiempo para formarse y el resultado es el mundo en el que vivimos.

No importa que el nombre de la mentira sea novedoso y “fashion” y “cool”, sigue siendo una mentira. Apostar por la verdad ayudaría a equivocarse menos y a ser realmente ciudadanos libres para poder elegir bien.

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