Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del jueves 19 de mayo Infobae publicó una entrevista que le concedió el diputado nacional del FPV Juan Cabandié al periodista Ceferino Reato. Criticó el veto del presidente a la ley antidespidos -“Si la veta, me parece una irresponsabilidad porque la ley tiene un objetivo muy claro, que es cuidar el trabajo”- y reconoció que durante la época K hubo corrupción- la corrupción es un mal “inherente a todas las sociedades, no solo la Argentina. Hay un solo camino, que es la corrupción cero. También la hay incluso en este gobierno; me gustaría conocer lo de la valija de Gabriela Michetti en un vuelo desde Ecuador, que la encontraron lleno de joyas, y sobre el presidente Macri, las cuentas off shore que sí tenían movimientos con Brasil. Siempre dijimos que hay que investigar, pero hay que investigar todo y a todos”. Sin embargo, rescató la figura de la ex presidente: “por ella, por supuesto que pongo las manos en el fuego”. Consideró que hay una embestida de la justicia contra las principales figuras del kirchnerismo: “Yo no tengo dudas de que, parcialmente o en su totalidad, detrás de la estigmatización que integrantes de la justicia federal están haciendo con el FPV y con Cristina está el gobierno de Macri; es la autopista que han elegido para tomar las medidas más impopulares que se han conocido en los últimos trece años”. Pero lo más relevante de la jugosa charla del legislador con Reato fue su contundente afirmación sobre las chances de Cristina en una eventual elección presidencial compitiendo contra Macri: la presidente ganaría sin ningún tipo de duda, “hoy, el año pasado, el anterior; eso no lo dudo”.

Tal como lo sostiene Cabandié, Cristina Kirchner barrería con Mauricio Macri si dentro de un mes hubiera elecciones presidenciales. En realidad, barrería también con Daniel Scioli, Sergio Massa y con cualquier eventual competidor de todas las fuerzas políticas intervinientes en la competencia electoral. La razón es muy simple: Cristina Kirchner sigue siendo el cuadro político más brillante que dio la Argentina desde la época de Arturo Frondizi. Dueña de una inteligencia superlativa y de una capacidad oratoria excepcional, y con una carrera política prolífica y prolongada, Cristina Kirchner sería una rival durísima para Mauricio Macri, Daniel Scioli, Sergio Massa o el que fuere. ¿Se imagina, estimado lector, si en lugar de Daniel Scioli hubiera estado Cristina Kirchner en el debate presidencial del 15 de noviembre? Lo hubiera apabullado a Mauricio Macri porque hubiera puesto en evidencia lo que es en verdad el actual presidente: un hombre del montón, mediocre intelectualmente, que tiene serios problemas para hilvanar oraciones y para leer un texto. También hubiera destrozado a Daniel Scioli y Sergio Massa. Scioli hubiera directamente comenzado a balbucear delante de la presencia omnisciente de Cristina. Y a Massa lo hubiera tratado como un “che, pibe”. Emerge en toda su magnitud la razón de Juan Cabandié. Cristina hoy le ganaría de taquito al presidente Macri, pero no solo por su superioridad intelectual y moral, sino también por su superioridad como gobernante. En efecto, Cristina demostró poseer una aplastante capacidad de gestión y una voluntad de hierro en comparación con Macri. Basta con tener un poco de memoria.

Cristina Kirchner dio comienzo a su primera presidencia el 10 de diciembre de 2007. Había ganado las elecciones presidenciales bastante holgadamente, pero fue favorecida por la participación de Roberto Lavagna, quien le birló a Elisa Carrió cerca de tres millones de votos, una cantidad lo suficientemente relevante que hubiera hecho posible el ballotage entre Cristina y la chaqueña. Apenas se sentó en el sillón de Rivadavia, le estalló en el rostro el escándalo de la valija de Antonini Wilson, un extravagante “empresario” que habría “colaborado” para la campaña electoral del kirchnerismo. La prensa armó un escándalo de proporciones pese a que habían pasado muy pocas horas del inicio del primer período presidencial de Cristina. Lo de Antonini Wilson fue apenas el aperitivo. A comienzos de marzo de 2008, el ministro de Economía Martín Lousteau, apoyado por Cristina, decidió, a través de la resolución 125, incrementar las retenciones al maíz, al girasol y otros productos del campo. Se trató de una medida normal, propia de un gobierno capitalista pero que está a favor del Estado de Bienestar. Las entidades agropecuarias-la Sociedad Rural, Confederaciones Rurales Argentinas, Coninagro y Federación Agraria-elevaron la resolución 125 a la categoría de “acto de guerra”. Horas más tarde los máximos referentes de esas entidades iniciaron una cruzada con el evidente propósito de forzar la renuncia de Cristina. El “campo” recibió inmediatamente el apoyo de los grandes medios de comunicación, de los máximos referentes de la oposición y de los sectores medios y medios altos de la sociedad. En aras de la “preservación de las instituciones de la República” el poder agropecuario inició un plan de lucha que incluyó prolongados e inhumanos cortes de ruta y cacerolazos. Los máximos dirigentes agropecuarios pasaron a ser las “estrellas” de la política, los máximos referentes de las instituciones consagradas por la Constitución Nacional. Lejos de amilanarse, la presidente, con el apoyo incondicional de Néstor Kirchner, redobló la apuesta. La antinomia kirchnerismo-antikirchnerismo se hizo muy virulenta. Fue entonces cuando comenzó a germinar el odio a Cristina Kirchner. Ese nefasto sentimiento emergió claramente durante los cacerolazos que tuvieron lugar durante ese ajetreado primer semestre de 2008. Miles y miles de personas, fundamentalmente mujeres, exhibieron pancartas con una frase lapidaria: “yegua, morite de una vez”. Aquel obsceno “viva el cáncer” de la década del cincuenta del siglo pasado había resurgido con inusitada violencia. Confieso que me sorprendieron esas manifestaciones de odio de los sectores medios altos hacia la figura presidencial. Luego de fracasadas las negociaciones, la resolución 125 fue tratada en el Congreso. Fueron dos sesiones épicas, históricas. En diputados el FPV sufrió una severa sangría de diputados, comandados por el ex gobernador Felipe Solá y el extinto gobernador de la Bota Jorge Obeid. La victoria del FPV fue muy ajustada, preanunciando lo que acontecería en Senadores. En el recinto donde brilló Lisandro de la Torre, el vicepresidente de la nación traicionó a Cristina y, con su voto no positivo, garantizó la victoria del “campo”.

El gobierno de Cristina quedó groggy. La gran pregunta que todos nos formulábamos era: ¿y ahora qué? La presidente había sufrido un desgaste enorme a raíz de cuatro meses durísimos, donde la estabilidad política estuvo en juego. En esa situación límite Cristina sacó a relucir lo mejor de ella: el temple. ¿Se imagina, estimado lector, a un De la Rúa o a un Macri en la misma situación? Consciente de que su imagen positiva había caído en picada, decidió redoblar la apuesta. El parlamento se transformó en la caja de resonancia de la guerra ideológica que estalló entre el kirchnerismo y el antikirchnerismo, representado por la Coalición Cívica, el radicalismo, el socialismo y sectores del peronismo. La batalla por la 125 dejó sus huellas. Cabe afirmar que hubo, para el kirchnerismo y la oposición, un antes y un después del voto no positivo de Cobos. La derrota del oficialismo en las elecciones de medio término de 2009 fue una consecuencia directa de la guerra contra el campo. Cristina había recibido el segundo gran golpe en la mandíbula desde su asunción en 2007. Pero la presidente no tiró la toalla. Por el contrario, decidió seguir presentando batalla y a fines de ese año el Congreso sancionó por abrumadora mayoría la Ley de Medios, norma que daría lugar a otro serio conflicto. Esa ley significó para al multimedios Clarín una declaración de guerra. A partir de entonces descerrajó sobre el gobierno todo su poder de fuego. Sin embargo, la imagen positiva de Cristina se recuperó de manera asombrosa, especialmente luego del fallecimiento de Kirchner. En octubre de 2011 el 54% del electorado la reeligió. Fue una victoria abrumadora, una de las más holgadas de la historia electoral argentina. Al reasumir el 10 de diciembre de ese año la presidenta tenía el país en sus manos.

Hacía ocho años que el kirchnerismo estaba en el poder. Hacía cuatro años que el antikirchnerismo hostigaba a Cristina. Nunca lo dijo públicamente pero el tema se desparramó como reguero de pólvora: Cristina quería reformar la Constitución para presentarse en las elecciones presidenciales de 1015. Aquella desafortunada frase-“vamos por todo”-pronunciada en Rosario en febrero de 2012 fue utilizada por el multimedios Clarín y sus satélites comunicacionales para acusarla de pretender instaurar en el país un sistema político similar al chavismo. Fue entonces cuando entraron nuevamente en escena los caceroleros para demostrarle a la presidente su poder de convocatoria. Hubo un cacerolazo a comienzos de noviembre que asombró por su magnitud. Después hubo otros en 2013 pero no tan convocantes. Durante la segunda presidencia de Cristina la economía comenzó a desbancarse. Para colmo, en febrero de 2012 se produjo un trágico accidente que repercutió hondamente en los argentinos: el accidente ferroviario de Once. Sin llegar a los guarismos de 2008 y 2009, la imagen positiva de la presidente comenzó nuevamente a descender. En las elecciones de medio término de 2013 el oficialismo perdió y a partir de entonces todo se le hizo cuesta arriba al gobierno. Para colmo, en el verano de 2014 el ministro Kicillof devaluó la moneda y entró en escena la tan temida inflación. La presidenta jamás logró recuperar la iniciativa política. El desgaste luego de ocho años de gobierno era evidente. Cualquier mandatario lo hubiera sufrido. A pesar de ello, cuando terminó su segundo mandato la situación social, económica e institucional, sin ser brillante, lejos estaba de presentar un panorama tan sombrío como el que pintaba el multimedios Clarín.

Sin embargo, la suerte del gobierno estaba echada. Una inflación amenazante, un candidato oficialista librado a su suerte y un candidato de Cambiemos blindado por el poder mediático concentrado, tornaron inevitable el cambio de gobierno el 22 de noviembre. La asunción de Macri el 10 de diciembre pasado fue la antítesis de la asunción de Cristina el 10 de diciembre de 2007. El flamante presidente pasó a la categoría de “niño mimado” del establihment. Con el viento a favor y un consenso muy importante, Mauricio Macri demostró de entrada quiénes serían los ganadores y quiénes serían los perdedores durante su gestión. Mientras Cristina hizo todo lo que estuvo a su alcance para garantizar la inclusión social de todos los argentinos, Macri está haciendo lo imposible por repartir la torta entre pocos, tal como lo hizo Menem en la década del noventa. Al igual que los “ilustres” antecesores Menem, De la Rúa y Duhalde, Macri garantizó una gigantesca transferencia de recursos de los trabajadores (los perdedores) a los grupos económicos concentrados (los ganadores). ¡Qué diferencia con Néstor Kirchner y Cristina! Por si ello no hubiera resultado suficiente, Macri profundizó la grieta devaluando, imponiendo tarifazos y despidiendo gente. Cambiemos es, pues, lo contrario del kirchnerismo. Eso sí, enarbolando las banderas de la concordia nacional, la pobreza cero y la creación de trabajo con calidad. ¡Cómo, por ende, Cristina no le ganaría a Macri si hubiera elecciones el domingo que viene! Más que ganarle, lo apabullaría. Porque si bien es cierto que se le puede mentir a algunos todo el tiempo y a todos durante un tiempo determinado, no se le puede mentir a todos todo el tiempo, como pretende hacer Macri. Porque por más que lo piense el presidente, el pueblo no es tan tonto y a la larga sale del letargo y se rebela.

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