Por Elena Valero Narváez.-

Aún hoy los detractores de la democracia y el capitalismo se esfuerzan en mostrar que todo pasado fue mejor. Rescatan de las sociedades tradicionales la seguridad y el arraigo que, ciertamente, brindaban a la gente. La responsabilidad consistía en cumplir, estrictamente, con lo prescriptivo. Eran muy diferentes de las sociedades abiertas actuales, donde las personas son libres de elegir entre alternativas. Ello torna la vida, si bien placentera, también inquietante, porque uno debe ocuparse a cada minuto como actuar; al dejar la sujeción colectivista del pasado se eleva en muchísimos grados la responsabilidad personal la cual nos lanza a un mundo de zozobra e inseguridad.

Pero, la contracara, es el goce de la libertad que nos ha permitido mejorar enormemente el nivel de vida, desarrollar intensamente la creatividad personal y social, como también experimentar una más rica vida espiritual y material, prolongando nuestra existencia sobre la tierra.

En cuanto al conflicto político, ya no depende su resolución, solamente de una elite. Con la democracia ampliada son varias las oligarquías que compiten y es la mayoría de la población quien elige representantes revocables. Participan todos los estratos sociales y se explicitan los conflictos permitiendo, de este modo, ordenar la lucha por el poder, evitando, como ocurría en el pasado, la destrucción de bienes y personas.

Si observamos la historia de Rusia, el país desde donde se exporto el comunismo y sus variantes, podemos notar, claramente, que la experiencia socialista de Lenin, Stalin, y sus sucesores, detuvieron el proceso de modernización que comenzó con Pedro El Grande. Los comunistas utilizaron elementos modernos que los países occidentales exportaban al mundo entero, pero, si bien ayudaron a mejorar, no implicó un rumbo hacia el progreso sino a fijar un sistema que los mantuvo fuera del increíble desarrollo que se dio en varios países europeos destruidos por causa de la segunda guerra mundial. Un trabajador, con su esfuerzo, puede beneficiarse con mejor medicina, longevidad, recreación, servicios, comodidades, y puede gozar de una cultura superior, entre tantas otras cosas.

El Gobierno argentino pretende regresar a los tiempos históricos antiguos, cuando, quien se enriquecía, lo hacía mediante el robo y la violencia y no por la producción y la productividad como se hace, actualmente, en los países demo-capitalistas,

Aquí no se busca igualdad jurídica, sino igualdad en la pobreza. Lo ha demostrado la larguísima cuarentena. No se ha confiado en la responsabilidad personal, la iniciativa individual, la capacidad de innovación y el conocimiento, herramienta indispensable para el progreso. Quitaron a la gente el derecho a decidir su vida controlando e interviniendo la economía y las decisiones personales.

Se aumentó la incertidumbre y el miedo porque nos mantuvieron viviendo con permiso durante cuatro meses. La responsabilidad individual la tuvimos que meter en el bolsillo. Y aún no se avizora un programa de medidas que nos ayuden a pasar la tormenta, en la que sin duda nos estamos introduciendo.

Con la crisis encima, pasan por alto que el mercado es saludable si se vela creando las condiciones por su correcto funcionamiento. Debilitaron la actividad privada olvidando que siempre es la primera en responder cuando surgen problemas económicos. El Estado enormemente desarrollado, una vez más, está revelando su inoperancia, como, así también, el intervencionismo. Pero no se vislumbra un cambio. La interna feroz que se percibe, claramente, en el gobierno, pone por delante del presidente Alberto Fernández a Cristina Kirchner. Ya conocemos sus intenciones.

La interferencia del Gobierno bloqueará la competencia y la iniciativa empresarial. Es probable, que inspirado desde las sombras por la ex presidente, intente ampliar aun más su poder controlando la propiedad, la familia, y la religión, además de las ideas de cualquier tipo que tengan las personas. Prometerá terminar con la incertidumbre y los problemas, apelando a soluciones definitivas, que llevan a un “mundo feliz”. Estamos viendo como gestiona poderes especiales para avanzar sobre la sociedad civil, afectar los derechos individuales, e intervenir en la dinámica de los mercados, privilegiando intereses de personas, corporaciones y grupos de presión. Su posición es nacionalista, proteccionista en lo económico y también en lo cultural, estatista es el rumbo general. Procura aumentar la autoridad del estado.

El resultado será el de siempre: la teoría dice que todo es de todos, pero el socialismo real muestra que todo es del gobierno. En la práctica, no cumple con la teoría: burocratiza todo lo existente, hasta la cultura, extermina las vías de la creatividad, profundiza el dominio del gobierno, concentrando el capital y el poder.

¿Qué quedará cuando fracase? Administrar la pobreza y el atraso por no haber elegido poner al país a la altura de su tiempo, como lo hicieron en Argentina, los Padres de la Patria. La libertad fue el combustible que permitió tener la base de sustentación del desarrollo económico del siglo XIX, que perduró hasta casi mitad del XX, cuando la iniciativa individual fue el resorte del progreso agrícola-ganadero y de la producción industrial. Las comunicaciones modernas permitieron exportar nuestros productos e importar los que necesitábamos. La estructura institucional se complejizó y creció la importancia práctica y teórica de la actividad científica y tecnológica. El trabajador progresó y vivió mejor. El adelanto no fue solo económico sino político y ético.

No aprendimos de este buen ejemplo. Hoy, en Argentina, no solo está en juego la economía sino que existe la posibilidad de ir hacia un régimen político autoritario si no se organizan las fuerzas políticas sintetizando aspiraciones, intereses e ideas, en alguna propuesta realista que ofrezca una salida esperanzadora en la ciudadanía. No se debería desconfiar de la responsabilidad personal partiendo de la base equivocada de que con controles cada vez mayores se puede manejar la sociedad. La URSS nos mostro el fracaso de esta política. No logro la meta de crear el paraíso en la tierra: destrucción del estado, del ejército, elecciones libres en todos los poderes, abolición de las clases sociales, posibilidades de vida iguales para todos. Por el contrario, el proyecto ideado por un grupo de intelectuales no solo fracasó, produjo un inmenso costo de vidas humanas.

Necesitamos gobernantes que batallen por reforzar el sistema de partidos, la opinión pública y la sociedad civil. Y que dejen atrás las ideas locas de querer ir hacia sociedades donde los ciudadanos cumplen las órdenes de un poder autoritario del que depende la vida de todos. Reemplazar la economía capitalista por la economía planificada implicaría perder la libertad, aceptar solo órdenes de un gobierno que controlaría nuestra vida y actividades. El trabajador se debería conformar con los salarios que ordenaran quienes gobiernan, se consumiría según los precios que impusieran. Dejaríamos de ser los dueños de nuestro destino, el futuro dependería de las ordenes de las autoridades, que nos dirían cómo y qué producir monopolizando las decisiones. La estamos aspirando de a poco, junto con la pandemia, ayudados por la crisis que ha aumentado peligrosamente la larguísima cuarentena.

Las circunstancias actuales muestran, a quienes rechazan al sistema económico capitalista, que la tecnología aplicada a la actividad de la medicina, que hoy está a punto de terminar con la pandemia, es uno de sus grandes aportes. Luis D’Elía. uno de ellos, maestro y dirigente político, con Covid-19 la está aprovechando en el Instituto del Diagnóstico.

 

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