Por José Luis Milia.-

Malaleche: 1. m. y f. vulg. Persona de mala intención. Diccionario de la lengua española.

No me importa si el Papa, en tanto jefe de Estado, no cumplió con los precisos parámetros de la diplomacia vaticana y en lugar de dirigir la carta sobre los doscientos años de independencia al presidente Macri congratulándolo- como presidente de todos los argentinos- por el bicentenario de la independencia lo haya hecho al secretario de la Conferencia Episcopal Argentina. Quien hile muy fino puede imaginar que este gesto podría quedar dentro de los límites difusos de un sectarismo perimido, ya que Argentina es hoy una sociedad plurirreligiosa y si bien la mayoría se dice católica hay un buen porcentaje de judíos, evangelistas, musulmanes y también, por qué no, de ateos que nada tienen que ver ni, menos aún, son representados por el presidente de esta Conferencia Episcopal.

En verdad, quedarnos en el mero hecho de a quien hubiera debido dirigirse esta carta es homenajear al chiquitaje, ya que ahí no queda la cosa. Es esta carta papal una excelsa exposición de lo que el enredo lingüístico y la “mala leche”, dicho esto de manera amable, pueden utilizarse como el combustible necesario para generar en la República más división, más encono.

El uso desaforado del idioma puede llevar a equívocos cuyo final es, casi siempre, el arrepentimiento. Quienes hoy tenemos menos de ochenta años pero más de cincuenta crecimos con varios conceptos muy claros: que la madre patria era España, que quien vendía a la madre era un malparido, y que aquel que utilizaba el idioma para generar confusión y popularizar una mentira para consumo de ignorantes era un “mala leche”.

Habla el Papa, en su carta a Monseñor Arancedo, de la Patria y utiliza, modernizándolo, un término que conocimos en nuestra infancia, la Madre Patria. Se equivoca el Papa cuando dice: “En la escuela nos enseñaban a hablar de la Madre Patria, a amar a la Madre Patria”. En la vieja escuela argentina que con pocos años de diferencia tanto él como yo frecuentamos, la madre Patria era sólo España y no otra cosa.

Si esta nueva combinación de madre y patria hubiera quedado limitado a una mera razón sentimental todo estaría bien, pero cuando el Papa lo asocia en otra frase a comerciar con la madre o con la patria- “…pero sabemos y sentimos hondamente en el corazón que a la Madre no se la vende, no se la puede vender… y tampoco a la Madre Patria…”- deja de lado toda poesía y se mete de lleno, sesgadamente, en la más cruda política. Solo un ignorante de toda ignorancia, y el Papa no lo es, podría desconocer a quienes les interesa, y quienes llevarán agua a su molino, que se asocie esta frase con el gobierno actual.

No se lea esto como una defensa del gobierno de Macri; mal podría yo defender a un mentiroso que por hacerse simpático a una izquierda que no lo perdonará nunca ya ha dejado morir en cautiverio -en sólo siete meses de gobierno- a veinticinco presos políticos, que homenajea tirando flores al río a los asesinos de otrora, que ha decidido ser querellante contra los patriotas a los que la República les ordenó combatir al terrorismo en Tucumán y que engañó a una inmensa cantidad de votantes que le creyeron cuando dijo: “se va a acabar el curro de los derechos humanos”.

No me interesa arbitrar una pelea de embusteros, bastante tengo con haberme engañado creyendo que dos argentinos podrían recrear -desde lugares tan importantes- una Patria que fuera inclusiva en serio y no un simple recitado urdido para robar, durante doce años, las arcas y las esperanzas de los argentinos.

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