Por Elena Valero Narváez.-

Nos gobiernan políticos prepotentes, desaprensivos y frívolos, incapaces de mostrar una reacción razonable ante los problemas. No proponen ningún plan, ninguna idea que tienda a superar estos casi tres años de desorden económico. Buena parte de la sociedad esta conmovida por el miedo, la incertidumbre y por el grado de inmoralidad del gobierno, abrumada por la imposibilidad de llegar a fin de mes.

Nuestros problemas comenzaron cuando nos apartamos de la ruta de los países desarrollados de Occidente, allá por 1943 perdimos el buen nombre y no pudimos recuperarlo más. Se consolidó un sistema cuyo resultado fue el estancamiento económico, la decadencia cultural y la debilidad institucional. La posición del gobierno actual es similar a aquella, del mismo signo, que nos lleva a perder valores fundamentales e ir por un camino de difícil retorno el de la recesión, caracterizada por fuga de capitales, desinversión, alza del dólar, caída del salario, desocupación y grados de inflación muy altos.

Algunos intentos por combatirlo que mostraron indiscutibles buenos resultados (Frondizi-Alsogaray) (Menem-Cavallo) fueron diluidos por la persistencia en una dirección equivocada. Los Kirchner desanduvieron el rumbo, y aquí estamos, una vez más, al borde de la hiperinflación y el desorden social. Se tolera una corrupción que a esta altura ya es generalizada, la libertad y la competencia han sido dañadas desde lo político y lo jurídico; el Congreso ha usurpado en muchas ocasiones los derechos individuales, con el propósito de darle al gobierno injerencia en la conducción y arbitraje de la industria y el comercio.

Las negociaciones con los titulares del poder económico, sindicalistas, asociaciones, confederaciones, no han sido para elevar el nivel de la gente común. Fueron acuerdos donde, por lo general partieron la diferencia, el Estado les ha dado un subsidio especial u otras compensaciones que se han transferido a los ingresos de los ciudadanos, licuando sus ahorros. Esta forma de actuar está ligada a la visión colectivista de los populismos, a los que detectan las palancas del sistema, alejados del Sistema de Partidos.

La suerte está echada! No le queda al Gobierno fuerza para generar buenas expectativas, solo una política monetaria mucho más prudente podría atenuar una aceleración cada vez mayor de los precios, pero, a esta altura, solo podemos esperar mayores controles que llevarán a la economía al punto máximo de ebullición. Se insiste, en los hechos, en que no haya negociación con el FMI, en vez de tratar de quitarle temores, los acentúa. La política es de extrema ignorancia, el cumplimiento de nuestras obligaciones o al menos nuestra buena voluntad de cumplir los compromisos y pactos internacionales, las relaciones de amistad hacia los países democráticos, baluartes de la defensa de los valores occidentales, no les importa.

No se puede dejar de reconocer, sin intentar la justificación a estas irresponsables políticas, que la irracionalidad de fines y de protagonismo exagerado que han tenido no pocos gobiernos en nuestro país, forman parte de la cultura política argentina que en nombre de emociones nacionalistas, alejadas del amor genuino a la Patria, aplaudieron, por ejemplo, políticas fascistas y la invasión de las Malvinas, en nombre de la dignidad nacional, sin mirar las consecuencias, inyectado el corazón de patrioterismo. Lo terrible es, que no se quieren pagar los costos, se convierten los fracasos en victorias y se olvida brindar ayuda, como sucedió con los inocentes muertos por el terrorismo o los soldados de Malvinas, heridos física y psicológicamente por decisiones mal pensadas.

La política internacional que tan bien llevo adelante el ex presidente Menem y también el presidente Macri, se ha diluido. Ahora, la actitud es de provocación al mundo occidental; atraen continuamente el conflicto y sobretodo torean a EEUU, sin tener en cuenta que necesitamos de una opinión favorable -es la más importante- si queremos obtener ayuda financiera. Esta actitud, repetida muchas veces en el pasado, ha resultado, y lo será otra vez, muy costosa para los argentinos.

La política exterior del gobierno menemista fue un ejemplo a imitar, supo que el enfrentamiento era un costo mayor que el de mantener buenas relaciones, limitó sus concesiones a su política global y defendió los genuinos intereses económicos para obtener un mejor nivel para los argentinos, en vez de buscar problemas con los países democráticos. Desde la Segunda Guerra, Argentina no había tenido una política favorable a Occidente aceptando el natural liderazgo de EEUU, el ex presidente Menem abandona el Movimiento de los Países No Alineados, acentuadamente anti occidental, aceptó la moción norteamericana de investigar la situación de los derechos humanos en Cuba, envió tropas argentinas al Golfo Pérsico, restableció las relaciones con el Reino Unido y canceló el proyecto Cóndor consistente en el desarrollo de un peligroso misil, de alcance intermedio, que se pensaba colocar en el mercado de armas del Medio Oriente. Cambió la imagen del país y el rumbo de política exterior: en consonancia con la política interior, acabó la de confrontación por otra de acercamiento y buena voluntad. Si por los frutos se conoce al árbol, la confianza que generó, permitió que vinieran capitales a desarrollar el sector energético y otros que necesitaban, con urgencia, de ayuda económica.

El acercamiento a los países de América Latina y del Mundo debería orientarse hacia los principios de libertad y respeto por el Estado de Derecho propio de la vida democrática. El país necesita salir del desconcierto por medio de las instituciones republicanas previstas por la Constitución, del clima que surge del respeto de sus preceptos Se necesita trasmitir a los argentinos voluntad de cambio con una propuesta de consolidación de la democracia, que sugiera remover las bases del poder corporativo, una actitud de pacificación y convivencia, promoviendo un sentimiento de valoración por una Argentina moderna, civilizada, y alineada con los países democráticos. Nuestro futuro sería mucho mejor si nuestro país se convirtiera en el bastión de los principios de Occidente en la región, se debería empezar por fortalecer el orden jurídico, esencial para instaurar confianza, porque es el garante del cumplimiento de obligaciones, contratos, y de su validez, y restaurar, también, la majestad de la Justicia independizándola del poder político.

Actualmente se está haciendo una paciente siembra de ideas liberales, serán las que influyan en políticas que defiendan causas nobles como el de rechazo a los totalitarismos cubano, venezolano y nicaragüense, a dejar de confundir autonomía con confrontación para ensayar diálogos constructivos. Dentro del sistema liberal, se podría desplegar una intensa, competitiva y doctrinaria acción política para contribuir a construir un país mejor. La libertad debería ser la estrella fija de la oposición, tenerla presente para ir generando la unión integral del país que deseamos, trasladando la filosofía liberal a cada problema concreto, llegando a quienes no comprenden su importancia, mostrando que si no es por el camino de la libertad, Argentina no tiene destino.

Tenemos graves conflictos que no pueden ser eludidos, se puede intentar resolverlos con buena voluntad y con prudencia política, hablando en voz alta pero sin gritos que alejen a la gente sensata. . Hay que animarse a cambiar el sistema, conquistar las libertades perdidas necesarias para superar el estancamiento y la inflación, sanear el Estado, devolver a la sociedad la energía creadora que incentiva intercambios productivos, inversiones, y oportunidades de progreso personales.

Una buena política exterior ayudaría a aumentar las exportaciones y las inversiones, ampliando el margen para pagar la deuda y mantener un razonable nivel de vida a la población, alejando la recesión, alternativa perversa, que no permite cumplir con compromisos externos ni mejorar la situación económica de los argentinos.

Los políticos deben entender que toda decisión plantea un problema ético porque tiene que ver con las consecuencias y no meramente con las intenciones, por eso deberían darse dentro de un clima de libertad, responsabilidad y prudencia, como marco adecuado para tratarlos. El deterioro ético e institucional tiene siempre consecuencias desfavorables en materia de libertad, justicia, derechos civiles, autonomía personal y posibilidades de vida.

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