Por Jorge Milia (Diario Castellanos, Rafaela).-

La verdad es una necesidad básica de la vida humana. Es la que da sentido a la búsqueda del conocimiento, y aunque no sea la única finalidad de la existencia, es la que nos permite ser, crecer y obrar como seres humanos.

Verdad significa coincidencia entre una afirmación y un hecho. Cuando decimos que uno más uno es dos no estamos dando nuestro parecer sino expresando algo real, producto de una lógica matemática. Pensémoslo así: ¿Cambiaría el resultado si fuéramos los únicos, en el lugar en que vivimos, en opinar así y el resto -aunque fueran millones- manifestase que es nueve? La superficie de la Argentina 2,78 millones de kilómetros cuadrados. ¿Aumentaría en algo si los argentinos opinásemos que es de 8,72 millones de kilómetros cuadrados? En realidad, no. Solo lograríamos un diploma de estupidez, porque a la hora de contabilizar no pasaríamos de la primera cifra. Lo que sí conseguiríamos es una distorsión en el aprendizaje de las nuevas generaciones que seguramente se preguntarían quién les robó la diferencia. Y ése es el verdadero problema de mentir, condenar a otros a vivir presos de la mentira.

Hay felones de todo tipo, pero los peores son aquellos que se aprovechan del respaldo o la credulidad de quienes los llevan a un cargo electivo. El senador bonaerense y ex intendente de Lanús, Darío Díaz Pérez, del Frente para la Victoria, fue quien promovió el proyecto -hoy ley de la provincia de Buenos Aires- por el cual cada vez que en dicha provincia se hagan menciones públicas al denominado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983), se deberá acuñar «el término dictadura cívico militar» y convalidar el número 30.000 a la expresión «desaparecidos» en ese período.

Cuando los campeones de los derechos humanos defenestraron a Graciela Fernández Meijide por decir que la cifra de desaparecidos, según la Conadep, se estima en 8.960. Sus palabras, entonces, fueron: «Yo siempre digo, si fueron 30 mil, primero: ¿por qué las cúpulas no dicen quiénes son los 20 mil restantes? Segundo: ¿Qué pasó en esta sociedad que hay 20 mil personas que desaparecen y no hay una familia, un amigo o un compañero que denuncie? ¡Es imposible! Son los que son, número más o número menos. Y es más, hubo muchos intentos de denuncia de desaparición posterior para poder cobrar las indemnizaciones, porque esas cosas también, desgraciadamente, pasan».

El hecho es grave aunque no se note en la sociedad anestesiada en que vivimos. Dos cámaras provinciales decidieron un número que no es sustentable, el 2 x 1 de los desaparecidos. Por cada desaparecido agregaremos 2 y algo más, hasta hacer 30.000, creyendo que de esa forma lo pueden transformar en verdad histórica.

La verdad abarca también la honestidad, la buena fe y la sinceridad. Las cosas son verdaderas cuando son «fiables», es decir fieles porque cumplen lo que ofrecen. Creer que con este tipo de cosas actúan a favor de quienes dicen defender, es mentira. Solo con la verdad se pueden conocer las causas de la violencia, identificar las circunstancias que llevaron a que dicha violencia sucediera, así como evitar que hechos similares pudieran volver a suceder.

La verdad es importante para la sociedad, y si los legisladores que votaron esa ley pensaran con inteligencia y honestidad, se habrían dado cuenta que con mayor razón lo es para los familiares de las víctimas de violaciones de derechos humanos. La dignidad de las víctimas se empaña con números falaces que en nada ayudan a poder lograr el cierre de las heridas que produjo la violencia y el conflicto social vivido.

Si como dicen las palabras de Cristo (Jn 8, 31) «La Verdad os hará libres», ¿qué podemos esperar nosotros y los argentinos futuros de quienes, merced a un cargo electivo, condenan al pueblo a mentira perpetua?

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