Por Hernán Andrés Kruse.-

El 12 de mayo de 2016, El Informador Público tuvo la gentileza de publicarme un artículo titulado “Otra vez sin anestesia”, en el que comparo los objetivos económicos de Macri con los que tuvo en los noventa Carlos Menem. Las críticas fueron impiadosas. Tres años y medio después los hechos no han hecho más que corroborar lo expuesto en dicho artículo.

Otra vez cirugía sin anestesia

8 de julio de 1989. En la toma de posesión de la primera presidencia, Carlos Saúl Menem expresó, entre otros conceptos, lo siguiente: “No podemos seguir así. La Argentina no se merece este presente; la Argentina se merece un futuro de felicidad y gloria” (…) “Hoy consolidamos la democracia y la libertad que tanto nos costara conseguir en largos años de lucha. Venimos a instalar un nuevo estilo en la vida política nacional y yo espero que se propague por toda Latinoamérica. Los gobernantes que surgen del pueblo deben permanecer junto al pueblo y trabajar sólo para el pueblo” (…) “En este día de fiesta y vísperas de uno de los días más importantes en la gesta histórica de nuestra querida Patria, yo quería decirles de mi irrevocable decisión de trabajar incansablemente por la grandeza de la Patria, por la felicidad del pueblo, por la unidad nacional, por la unión latinoamericana. En fin, trabajar incansablemente por aquellos que tienen hambre y sed de justicia en nuestra Patria” (…) “Cuando yo les pido que me sigan, les pido que me acompañen y que me sigan para que todos juntos podamos hacer la Patria que merezca ser vivida” (…) “Argentina pasa por la peor crisis de su historia. Esto lo saben todos, no hace falta que yo traiga aquí nuevamente una serie de datos y de antecedentes sobre esta situación. No miremos hacia el pasado, ubiquémonos en este presente y miremos hacia el futuro: pongamos en marcha lo que hemos dado en llamar la Revolución Productiva. No es posible que en esta patria querida donde tenemos alimentos, materias primas, recursos energéticos, recursos humanos; haya crecido la marginación social y cerca de ocho millones y medio de argentinos vivan en pésimas condiciones” (…) “Basta de esta situación donde viven bien los que no hacen nada y donde viven muy mal los que trabajan todos los días del año” (…) “simplemente les quiero pedir que no bajen los brazos, vienen días muy duros, pero vienen días duros donde vamos a sembrar para que dentro de un tiempo prudencial podamos cosechar excelentes frutos. No podemos seguir así. La Argentina no se merece este presente; la Argentina se merece un futuro de felicidad y de gloria” (fuente: Google). Años después, durante su segunda presidencia (mayo de 1996), Carlos Menem presentó dos iniciativas para castigar el enriquecimiento ilícito y reformar el Código Penal (la reforma incluía la figura del arrepentido). En el momento de rubricar dichos proyectos el presidente advirtió que aún existían “focos de corrupción a través del arreglo de coimas entre algunos funcionarios y algunos sectores de la vida privada a través de algún tipo de prebendas, de dádivas o de obsequios, de regalos”. Se comprometió, finalmente, a aplicar “cirugía mayor sin anestesia” (fuente: diario La Nación).

La frase “cirugía mayor sin anestesia” pasó a la historia. Es el símbolo de la política económica aplicada por Menem para combatir la hiperinflación que había dejado Raúl Alfonsín como legado económico. Con esa frase Menem dejó bien en claro que no tendría piedad con la corrupción y que el pueblo debería ajustar fuertemente el cinturón para “sincerar” las variables económicas. Por intermedio de dos leyes fundamentales, la de reforma estatal y la de emergencia económica, el riojano puso en práctica lo que denominó “la economía popular de mercado”, que en la práctica significó la ejecución de una impiadosa política de ajuste y de una obscena política de privatizaciones de todo lo que oliera a “estatal”. El resultado de esa “cirugía sin anestesia” no podía ser otro que hiperdesocupación, incremento exponencial de la pobreza e indigencia; enfriamiento de la economía en su máximo esplendor, en suma. El poder económico concentrado se hizo más poderoso mientras los trabajadores hacían lo imposible por no pasar a engrosar la larga lista de los muertos civiles. Lo que hizo Menem fue garantizar una fenomenal transferencia de recursos de los sectores más débiles de la sociedad a los sectores más fuertes. En otros términos: la crisis fue pagada por los trabajadores. Es por ello que el riojano fue muy astuto al no expresar frente al pueblo lo que pensaba hacer si llegaba a la presidencia. Muy por el contrario, habló de una “revolución productiva” y de un “salariazo”, dos de las mentiras más escandalosas pronunciadas por un presidente argentino. También mintió en relación con su promesa de combatir la corrupción ya que una vez en el llano, el menemismo tuvo una sola funcionaria condenada: María Julia Alsogaray. En efecto, la hija del capitán ingeniero cargó sobre sus espaldas la monumental corrupción del menemismo que se tradujo en un saqueo inédito de la nación argentina. He aquí, en esencia, la cirugía mayor sin anestesia de Carlos Menem: un latrocinio gigantesco que contó con la complicidad del orden conservador y de los organismos multilaterales de crédito que pese a ser conscientes de cómo Menem y sus secuaces robaban a mansalva, continuó prestando al gobierno sumas siderales de dinero para mantener “la economía popular de mercado”.

El modelo menemista implosionó en diciembre de 2001. Fue entonces cuando la sociedad se dio cuenta de que la convertibilidad no había sido más que una ilusión óptica. Acorralado por la violencia y el corralito, Fernando de la Rúa abandonó la Casa Rosada en helicóptero. Los argentinos jamás olvidaremos aquel trágico 20 de diciembre. De esa forma terminó el proyecto de país que Menem había prometido a la sociedad en julio de 1989. ¿Dónde quedaron las promesas de un futuro venturoso, de felicidad y desarrollo para todas las familias argentinas? Quedaron en eso, en promesas. Lo peor de todo es que el esfuerzo que hizo el grueso del pueblo para combatir la inflación y la falta de empleo fue absolutamente en vano. Tanto sacrificio, tantas penurias, ¿para qué? La respuesta es sencilla y contundente: para garantizar a una minoría opulenta llenarse los bolsillos a mansalva mientras los trabajadores eran expulsados del sistema. La caída de De la Rúa y la crisis de los cinco presidentes fue la consecuencia final y fatal del modelo económico y social impuesto por Menem a sangre y fuego para congraciarse con la república imperial.

De esa hecatombe surgió el kirchnerismo. Néstor Kirchner y Cristina Fernández son el resultado de la destrucción del sistema productivo del país y de su sistema político e institucional. En 2002, cuando el por entonces presidente interino Eduardo Duhalde anunció la celebración de elecciones presidenciales para abril de 2003, la inmensa mayoría de la sociedad no quería saber nada con las políticas de ajuste. Estaba harta del menemismo. Ello explica la decisión de Menem de no competir en el ballotage contra Kirchner. Decidió no hacerlo porque sabía que si se presentaba el 70% votaría en su contra. Para evitar esa humillación-y, de paso, obligar a Kirchner a asumir con el 22% de los votos que había obtenido en la primera vuelta, decidió bajarse del ballotage. En ese momento muchos pensaron-me incluyo-que la Argentina había aprendido la lección y que nunca más retornaría un presidente como Carlos Menem. Quedó demostrado, una vez más, que los pueblos suelen reiterar errores capaces de conducirlos a la disolución.

El 22 de noviembre de 2015, Mauricio Macri ganó el ballotage, consagrándose presidente de la nación. El 10 de diciembre asumió como tal y pronunció un discurso muy similar al pronunciado por Carlos Menem en 1989. Estábamos a fines de 2015 pero al escuchar al flamante presidente daba la sensación de que estábamos en 1989, es decir, veintiséis años atrás. Dijo Macri al asumir como presidente: “(…) “Quiero reiterarles un mensaje de confianza, decirles que este gobierno que iniciamos hoy va a trabajar incasablemente los próximos cuatro años para que todos los argentinos, especialmente aquellos que más nos necesitan, al terminar, estén viviendo mejor” (…) “La política no es tampoco el escenario en que algunos líderes mienten para engañar a la gente y al mundo con datos falsos” (…) “Hablar de pobreza cero es hablar de un horizonte, de la meta que da sentido a nuestras acciones. Nuestra prioridad será lograr un país donde cada día haya más igualdad de oportunidades, en el que no hay argentinos que pasen hambre, en el que todos tengamos la libertad de elegir dónde vivir y desarrollar nuestros sueños. Quiero darles una vez más la confirmación de que vamos a cuidar a todos. El Estado va a estar donde sea necesario para cada argentino, en especial para los que menos tienen” (…) “Pero para que haya en realidad pobreza cero necesitamos generar trabajo, ampliar la economía, aprovechar los enormes recursos naturales y humanos que tiene la Argentina. Vamos a cuidar los trabajos que hoy existen, pero sobre todo a producir una transformación para que se multipliquen las fuentes de trabajo porque esa es la única forma de que haya prosperidad donde hoy hay una pobreza inaceptable” (…) “Se viene un tiempo nuevo: el tiempo del diálogo, del respeto y del trabajo en equipo; tiempo de construcción con más justicia social. Repetidamente a lo largo de la historia hemos vivido muchas divisiones, la confrontación nos ha llevado por caminos errados” (…) “Tenemos que sacar el enfrentamiento del centro de la escena y poner en ese lugar el encuentro, el desarrollo y el crecimiento. En la pelea irracional no gana nadie, en el acuerdo ganamos todos” (…) “El verdadero amor por el país es antes que nada amor y respeto por su gente, por toda su gente” (…) “Este gobierno va a combatir la corrupción” (…) “voy a ser implacable con todos aquellos que de cualquier partido o filiación política, sean propios o ajenos, dejen de cumplir lo que señala la ley” (…) “Otro pilar importante de nuestro gobierno será liderar una revolución en la educación pública” (…) “Vamos a trabajar para inspirar en todos una ética del crecimiento y la superación” (…) “Quiero aprovechar este mensaje inaugural para expresar también mi total apoyo a la justicia independiente. En estos años fue un baluarte de la democracia e impidió que el país cayera en un autoritarismo irreversible” (…) “Quiero ser el presidente que pueda acompañarlos en su crecimiento; el presidente del desarrollo del potencial de cada argentino, del trabajo en equipo, de la igualdad de oportunidades; el presidente de la creatividad y la innovación; el presidente de la integración y la colaboración entre distintos sectores; el presidente del trabajo, de las soluciones de una Argentina unida y de pie”. Cinco meses más tarde el presidente publicó una carta abierta en un diario de Catamarca, en la que reconoció lo difícil y dolorosa que es la transición para muchos argentinos. Dijo Macri: “Mi sueño, lo que me desvela, es que cada argentino tenga la posibilidad de desarrollarse a partir de un buen trabajo en el lugar que haya elegido para vivir. Porque éste nos dignifica y, junto con la familia, la salud y los amigos, es uno de los grandes pilares de nuestras vidas” (…) “Estamos en un año difícil desde el punto de vista económico y estamos haciendo todo lo posible para salir de la situación en la que nos dejaron y poder crecer. Sé que esta transición es dolorosa para muchos, y por eso desde el Estado los estamos acompañando a través de medidas concretas, pero quiero llevarles a todos este mensaje: los argentinos vamos a crecer, y ya empezamos el camino”.

Quedan en evidencia las similitudes de los discursos de Macri con los de Menem. El 10 de diciembre prometió un cambio con alegría, tal como lo había hecho durante la campaña electoral y cinco meses más tarde reconoció que la situación era complicada y que era consciente del esfuerzo que estaban realizando los argentinos para acompañarlo en la aventura del cambio. En realidad, lo que Macri impuso apenas se sentó en el sillón de Rivadavia fue una nueva cirugía sin anestesia, emulando al metafísico de Anillaco. Al igual que el riojano, Macri está obligando al grueso de la sociedad a cargar sobre sus espaldas los costos de una gran crisis, provocada en buena medida por las medidas adoptadas por Prat-Gay y su equipo. Una vez más, la historia se empecina en repetirse. Con una diferencia de un cuarto de siglo, un presidente decide gobernar para la oligarquía condenando a las grandes mayorías a la miseria y la exclusión social. Una vez más, un presidente opera sin anestesia sobre el cuerpo social de los más débiles, de los más desprotegidos, de quienes no pueden defenderse. Tanto en 1989 como en 2016 el país cayó en manos de dos presidentes inescrupulosos, impiadosos, cínicos, que no trepidan en condenar a millones de personas a la muerte civil si ello ayuda a satisfacer los intereses de los grupos económicos concentrados. Lamentablemente, la durísima experiencia del menemato no caló hondo en la memoria colectiva del pueblo ya que un cuarto de siglo más tarde decidió en las urnas reelegir a sus verdugos.

Anexo I

El padre de la Perestroika (*)

El 2 de marzo de 1931 nació en Privolnoye quien pasaría a la historia como el símbolo del derrumbe del imperio soviético: Mijaíl Gorbachov. Miembro de una familia campesina, en 1946 puso en evidencia su fervor militante al unirse a la Liga de Jóvenes Comunistas. Fue el comienzo de una meteórica carrera que culminaría cuatro décadas más tarde al ser nombrado Presidente del Presidium de la Unión Soviética.

Pero hasta alcanzar la cima Gorbachov debió esforzarse. Durante algunos años trabajó como operador ayudante en una cosechadora de cereales y en la estación de máquinas y tractores del lugar donde nació. En la década del cincuenta ingresó al Partido Comunista y a partir de entonces su estrella política jamás languideció. En esa época contrajo matrimonio con la influyente Raísa Titarenko y se recibió de abogado en la universidad de Moscú. También se desempeñó como primer secretario del comité urbano del Komsomol en todo el ámbito territorial.

Durante las décadas del sesenta y setenta la carrera política de Gorbachov avanzó como una locomotora. A comienzos de los setenta llegó al Comité Central del Partido Comunista y fue elegido Secretario de Agricultura en el Comité Central del PC. Cuando todavía no contaba con 50 años fue elegido miembro del poderoso politburó. 1985 fue un año crucial para la Unión Soviética y para el mundo. Ese año Gorbachov efectuó una dura crítica de la economía soviética. Remarcó que era fundamental su reorganización para combatir su estancamiento. Al poco tiempo adquirieron popularidad planetaria los términos “glasnost” y “Perestroika”. El primero alude a la necesidad de liberalizar la economía, de dotarla de mayor transparencia. El segundo, a la necesidad de reconstruir el sistema económico. El reformismo de Gobarchov se expandió por toda la Unión Soviética y muchos jóvenes-la denominada Generación Komsomol-de esa tendencia comenzaron a organizar jornadas de debate en las instalaciones de la liga de Jóvenes Comunistas.

En marzo de ese año Gorbachov se convirtió en el Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, lo que significa que se transformó en el hombre más poderoso de la URSS. Al mes siguiente el comité Central aprobó su programa de reforma y en mayo pronunció un discurso en Leningrado donde enfatizó la necesidad de profundizar el reformismo. Este proceso comenzó a materializarse con el ingreso al gobierno de otra figura clave: Eduard Shevardnadze, quien ocupó el ministerio de Relaciones Exteriores en reemplazo del estalinista Andrei Gromiko. La primera manifestación de reformismo fue la reforma del alcohol de 1985 tendiente a combatir los deletéreos efectos del alcoholismo en la Unión Soviética. Lejos de aplicar una economía de mercado, Gorbachov reguló los precios de las bebidas alcohólicas y limitó sus ventas. Quienes eran pescados in fraganti en estado de embriaguez en sus ámbitos laborales o en los espacios públicos, eran procesados. El plan de Gorbachov fracasó ya que el comercio del alcohol ingresó en la clandestinidad.

A principios de 1986 el XXVII Congreso del Partido fue escenario del anuncio del comienzo de la Perestroika y sus reformas radicales. Sin embargo, el plan fue criticado por ser demasiado blando, lento, gradual. Hay quienes sostienen que fue boicoteado por los conservadores, enemigos del proceso de cambio. Un año más tarde el Plenum del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética aprobó el plan de reformas políticas de Gorbachov, que incluía, por ejemplo, el nombramiento de personas ajenas al Partido Comunista en cargos gubernamentales. Pero lo central del reformismo fue la cuestión económica. En junio el poder político aprobó una ley que otorgaba mayor independencia a las empresas (hasta ese momento férreamente controladas por el gobierno) y a fines de ese año Gorbachov publicó el libro “Perestroika: un nuevo pensamiento para nuestro país y el mundo”. Mientras tanto, soportó las embestidas de Boris Yeltsin quien, luego de efectuar críticas a Gorbachov, dejó de ser Primer Secretario del Partido Grokom de Moscú. Pero ello no privó de profundizar el proceso de “desestalinización” al permitir a muchos opositores de Stalin actuar en política.

En 1988 Gorbachov introdujo la “Glásnost”, en virtud de la cual hubo una mayor libertad de expresión y de religión. Un cambio verdaderamente revolucionario ya que el estalinismo no se caracterizó precisamente por su tolerancia por las libertades del hombre. A su vez, miles de presos políticos y opositores recuperaron su libertad. También merece ser destacada la Ley de Cooperativas, que legitimaba la propiedad privada de las empresas de servicios, la industria manufacturera y el comercio exterior. En otros términos: Gorbachov permitió el ingreso del capitalismo a la Unión Soviética. En junio, durante la XIX Conferencia del Partido Comunista de la Unión Soviética, abogó por profundizar las reformas tendientes a proteger las actividades privadas del control gubernamental. Además, propuso reformas políticas occidentales, tales como la creación de un nuevo Poder Ejecutivo, similar al presidencialismo occidental, y un nuevo Poder Legislativo (el congreso de Diputados del Pueblo), similar al parlamento occidental. En 1990 fue elegido primer presidente ejecutivo (sin oposición) de la Unión Soviética. En mayo se reunió el congreso y su primera decisión fue la elección de sus representantes a formar parte del Soviet Supremo. Pero no todas fueron rosas para Gorbachov: su enemigo Boris Yeltsin resultó electo en Moscú. Mientras tanto, a nivel internacional, mantuvo fluidos contactos con el presidente Bush. Seguramente la retirada soviética de Afganistán reforzó la “amistad” entre ambos mandatarios.

1991 fue un punto de inflexión en la historia contemporánea. En marzo el 78% de los participantes en un referéndum manifestó su apoyo a la continuidad de la Unión Soviética. Sin embargo, el Tratado de Belovesh que provocó la separación de Ucrania, Rusia y Bielorrusia, significó de hecho el certificado de defunción de la URSS. En agosto se produjo un intento de golpe de estado de tendencia reaccionaria, encabezado por importantes funcionarios del Partido Comunista y miembros gubernamentales. El intento fracasó debido al accionar de Boris Yeltsin quien decretó la ilegalidad del PCUS y la nulidad de la anexión de las repúblicas bálticas. Debilitado políticamente Gorbachov renunció como Secretario General del PCUS y disolvió el Comité Central. Finalmente, el 25 de diciembre se anunció oficialmente la disolución de la URSS y Gorbachov, sin consenso, dimitió como presidente.

Gorbachov fue, qué duda cabe, uno de los políticos más importantes del siglo XX. Si Lenin merece ser considerado el creador del comunismo, Gorbachov merece ser considerado el médico que le extendió el certificado de defunción. El desmembramiento de la Unión Soviética fue un caso extraordinario de destrucción de un régimen totalitario que se presentaba como monolítico e indestructible. Es cierto que el Papa Juan Pablo II y Ronald Reagan tuvieron mucho que ver con la caída del comunismo, pero sin Gorbachov y su Perestroika, tal caída no se hubiera producido. Porque la historia ha demostrado que todo imperio, por más grandioso que sea, se desmorona cuando dentro suyo comienza a incubarse el virus de su propia desaparición.

Fuentes:

-Mijaíl Gorbachov. Wikipedia, la enciclopedia libre.

-Kairos. El mundo actual: el mundo comunista. La Perestroika.

-Biografías y vidas. Mijail Gorbachov.

-Perestroika. Wikipedia, la enciclopedia libre.

-Gorbachov, Mijaíl: “El sentido de la Perestroika. Formulación tras cinco años de reformas”, nueva sociedad número 108 (julio-agosto 1990, ps. 162/165).

(*) Publicado en el portal rosarino Ser y Sociedad el 3/3/010).

Anexo II

El poskirchnerismo (*)

2008 fue un año por demás complicado para el gobierno nacional. Su decisión de aplicar un aumento del 35% a las retenciones de la soja y el girasol desencadenó una feroz pulseada con el poder agropecuario que culminó con el ya histórico “voto no positivo” del vicepresidente Cobos en la madrugada del 17 de julio. El poder ejecutivo trató de asimilar el impacto como pudo. La imagen de Cristina descendió vertiginosamente mientras que la de Cobos creció sin parar. Había surgido la nueva “estrella” de la política vernácula.

Los meses posteriores a la derrota en el Senado fueron durísimos para Cristina. Debía inexorablemente demostrar que continuaba estando en condiciones de conducir el timón de la república, que no había perdido la conducción política, que no había bajado los brazos. De manera sorprendente el gobierno nacional recuperó la iniciativa política. Durante el segundo semestre de aquel año el parlamento aprobó importantes normas como la estatización de las AFJP y la nacionalización de Aerolíneas Argentinas, gracias al apoyo de las fuerzas de centroizquierda. Sin embargo, las usinas ideológicas del antikirchnerismo comenzaron a repetir una y otra vez la idea de que el kirchnerismo había recibido un golpe mortal en la madrugada del 17 de julio, que en 2011 inexorablemente llegaría a su fin el poder del matrimonio presidencial, que había que empezar a hablar, en suma, del poskirchnerismo.

En junio de 2009 (antes de las elecciones parciales) quien es, a mi entender, el ideólogo mejor formado académicamente del antikirchnerismo, el doctor Mariano Grondona, presentó a la opinión pública su libro “El poskirchnerismo. La política de las nuevas generaciones” (ed. Sudamericana, Buenos Aires, junio de 2009, 251 ps.), fiel reflejo de la furia antikirchnerista que domina el corazón del orden conservador. El autor parte de una hipótesis que no hace más que confirmar su odio al matrimonio K. Es la siguiente: “A lo largo de sus doscientos años de historia, la Argentina ha conocido tres etapas en las cuales todo el poder se concentró en un solo hombre. Entre 1829 y 1852, ese hombre fue don Juan Manuel de Rosas. Entre 1945 y 1955 ese hombre fue el general Juan Domingo Perón. A partir de 2003, ese hombre fue el doctor Néstor Kirchner. Ya sabemos lo que pasó después de Rosas y después de Perón, pero todavía no sabemos lo que pasará después de Kirchner. ¿Podremos anticipar los rasgos de la Argentina poskirchnerista?” (p. 9).

Grondona afirma que los períodos posteriores a Rosas y Perón fueron completamente diferentes. ¿Qué pasó con posterioridad a 1852, luego de la batalla de Caseros? La famosa generación de 1837, compuesta por prestigiosos intelectuales como Alberdi, Sarmiento y Echeverría, entre otros, no se ocuparon exclusivamente por destronar al autócrata sino que, además de ello, se adentraron en la ardua tarea de definir cómo debería ser la Argentina después de Rosas. La generación de 1837 pensó fundamentalmente en el largo plazo, en la Argentina de las nuevas generaciones. Su visión no fue, pues, sólo antirrosista, sino esencialmente, posrosista. Esta distinción entre anti y pos constituye, a mi entender, la columna vertebral del escrito de Grondona.

Las “Bases” de Alberdi fueron la piedra basal del nuevo régimen político que, sustentado en la Constitución de 1853, permitió, en opinión del autor, que el desarrollo económico y la estabilidad política estuvieran vigentes hasta septiembre de 1930, cuando Yrigoyen fue depuesto por las fuerzas armadas. Fue el comienzo de un largo período de inestabilidad y violencia que castigó al pueblo durante décadas.

Lo que aconteció con posterioridad a la caída de Perón en 1955 fue harto diferente en relación con lo que aconteció después de 1852. A partir de la Revolución Libertadora y durante los sucesivos gobiernos que la sucedieron hasta el retorno del peronismo al poder en 1973, primó, según Grondona, el “anti”, es decir, el deseo de destruir la figura de Perón. No hubo un Alberdi capaz de pensar en el futuro. Por eso Perón fue plebiscitado en septiembre de 1973. Luego de su muerte en 1974 el país se hundió en la anarquía que desembocó en el “Proceso de Reorganización Nacional”. La restauración democrática tampoco, logró superar los antagonismos. La inestabilidad política y las dificultades económicas continuaron. Alfonsín, De la Rúa y Duhalde debieron entregar anticipadamente el poder. Pero, según Grondona, ni Menem ni Kirchner fueron capaces de mirar hacia el horizonte.

El país, entonces, se encuentra ahora en una encrucijada similar a las de 1852 y 1955. El pueblo y, fundamentalmente, su clase política, están, al igual que en aquellos períodos críticos, ante una disyuntiva de hierro: adoptar una postura exclusivamente “anti” o, por el contrario, adoptar una postura “pos”. En otros términos: imitar a Alberdi y Sarmiento o a quienes fracasaron con posterioridad a 1955. Grondona es terminante en esta cuestión. Sólo si imitamos a Alberdi y Sarmiento, es decir, sólo si adoptamos una postura “pos” lograremos superar los antagonismos que tanto daño nos han hecho, única manera de ingresar al mundo del desarrollo político y económico. El autor propone a la clase política que suceda a Néstor Kirchner (considera a Cristina una ejecutora de su voluntad) que convoque, tal como hicieron los estadistas en 1852, a un nuevo Acuerdo de San Nicolás para que todos sus miembros, de común acuerdo, garanticen con su firma su decisión de respetar los valores filosóficos fundamentales de la constitución y de garantizar la creación de un bipartidismo al estilo anglosajón, que funcione en base a la competencia de dos grandes partidos que, pese a sus diferencias, coincidan en lo que Grondona denomina “políticas de estado”.

Todo el libro trata sobre el contenido de ese nuevo Acuerdo de San Nicolás que inexorablemente la clase política del poskirchnerismo deberá comprometerse a respetar si pretende que la Argentina ingrese, de una vez por todas, al mundo del desarrollo político y económico. Grondona considera fundamental que el nuevo bipartidismo se comprometa a desarrollar políticas de estado sobre educación, seguridad, relaciones exteriores y economía que deberán ser sostenidas a lo largo del tiempo, independientemente de quien esté circunstancialmente a cargo del gobierno. Es por ello que propone una reforma constitucional tendiente a eliminar lo que considera son restos del populismo que tanto daño le hizo al país: la eliminación de la elección directa del presidente y vice, la eliminación del balotaje incluido en 1994 a raíz del pacto entre Menem y Alfonsín y, especialmente, de la facultad del presidente de ejercer función legislativa (los DNU).

En definitiva, lo que propone Grondona es lo siguiente: que a partir de la elección presidencial de 2011, gane quien gane (da por descontada la derrota de Kirchner) tiene la obligación moral de convocar a un nuevo “Acuerdo de San Nicolás” para sentar las bases de lo que él considera una “genuina democracia”: sólo dos grandes partidos en el escenario, capaces de ser gobierno y oposición, que presenten diferencias pero que respeten de manera incondicional los pilares fundamentales del desarrollo político y económico: separación de poderes, prohibición de las reelecciones indefinidas, economía de mercado, respeto a las fuerzas armadas y a la iglesia y relaciones con el mundo occidental y cristiano. Pero para que esta empresa tenga éxito quien efectúe la convocatoria deberá imitar a Urquiza, que luego de la convocatoria y de cumplir su período presidencial, se retiró a su casa. Lo que inquieta a Grondona es, precisamente, si habrá un nuevo Urquiza.

El libro de Grondona presenta un aspecto académico y otro ideológico. El lector aprenderá nociones fundamentales de ciencia política (la distinción entre políticas de gobierno y políticas de estado, por ejemplo) pero deberá extremar su atención para descubrir aquellas páginas donde el autor no hace otra cosa que propaganda a favor del neoliberalismo y el orden conservador. Grondona está harto de Kirchner y no lo oculta. También lo está (y tampoco lo oculta) de la larga serie de fracasos económicos y políticos que hemos sufrido durante las últimas décadas. Quiere poner fin a todo eso y propone una solución, la única que considera valedera y legítima: la del orden conservador.

(*) Publicado en el portal rosarino Ser y Sociedad el 10/2/010.

Share