Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del 29 de marzo de 2016, El Informador Público tuvo la gentileza de publicar un artículo de mi autoría titulado “La visita de Obama”, en el que efectúo una comparación de la política exterior de Macri con la de Néstor Kirchner. A tres años y medio de aquella visita el contenido del artículo goza de una absoluta vigencia.

La visita de Obama

Para Washington todo volvió a la “normalidad”. La Argentina, de la mano de Mauricio Macri, retomó el ejemplo de Carlos Saúl Menem. Pasaron casi veinte años de la última visita de un presidente de Estados Unidos al país. En 1997 el demócrata Bill Clinton estuvo en el país para reafirmar la “amistad” entre ambas naciones y destacar las cualidades excepcionales del presidente argentino. En ese entonces el riojano era el presidente mimado de los Estados Unidos. La aplicación de una política económica ortodoxa y el alineamiento con los Estados Unidos y Europa fueron valorados por la élite económica y política mundial, que elevó a Menem a la categoría de líder planetario. La Argentina formaba parte del mundo según el imaginario de Washington. Después la Argentina descarriló. La hecatombe de diciembre de 2001 hizo posible el retorno del país al “populismo”. Con el kirchnerismo en el poder la Argentina sepultó las relaciones carnales y apostó por el multilateralismo internacional, lo que en la práctica significó un alejamiento de Estados Unidos y un acercamiento a la Venezuela de Hugo Chávez, al Ecuador de Rafael Correa y la Bolivia de Evo Morales. Durante los próximos doce años y medio la Argentina actuó al margen de la influencia norteamericana: el corte del cordón umbilical que mantenía unido al país con el FMI y la Cumbre de las Américas de 2005 fueron los hechos más contundentes en este sentido. Estados Unidos reaccionó como se preveía: condenó a la Argentina a la irrelevancia internacional. George Bush (h.) y su sucesor, Barack Obama, ignoraron al matrimonio Kirchner, a tal punto que Obama, por ejemplo, jamás invitó a Cristina a que visitara oficialmente la Casa Blanca. Pero el 22 de noviembre de 2015 se produjo un hecho muy importante, no sólo para la Argentina sino para los Estados Unidos y Latinoamérica: Mauricio Macri le ganó a Daniel Scioli y se transformó en el nuevo presidente de todos los argentinos. Durante la campaña electoral el candidato de Cambiemos había anunciado que en caso de llegar a la presidencia sepultaría la política exterior del kirchnerismo. Y cumplió. El primer gesto del flamante presidente fue la designación en la Cancillería de Susana Malcorra, una conocida funcionaria de las Naciones Unidas que comulga con la ideología macrista. El segundo gesto de Macri fue su visita a la paradisíaca Davos donde se reunió con la élite financiera mundial y algunas figuras políticas como el vicepresidente norteamericano Joe Biden, el primer ministro inglés James Cameron y el premier israelí benjamín Netanyahu. Desde un principio, al igual que Carlos Menem un cuarto de siglo atrás, Macri se comprometió a “reinsertar” al país en el mundo.

Ahora bien, el logro de ese objetivo lejos está de ser gratuito. Luego de doce años y medio de “rebeldía” la Argentina no podía pretender volver a formar parte del exclusivo club del primer mundo sin pagar algún costo, sin ofrecer a Estados Unidos unas cuantas pruebas de amor. Lo primero que se le exigió a Macri fue el arreglo con los fondos buitre. A ese arreglo la república imperial le puso plazo: el 14 de abril. De ahí la desesperación de Macri por lograr la aprobación parlamentaria del acuerdo. Al principio el panorama se le presentaba bastante complicado ya que Cambiemos no había logrado obtener la mayoría ni en Diputados ni en Senadores. Dependía, pues, del peronismo para aprobar el crucial acuerdo. Luego de varias negociaciones y de verse obligado a modificar el texto original, finalmente el gobierno nacional logró que fuera aprobado holgadamente en el recinto de la cámara de Diputados. Contó para ello con el aporte invalorable del peronismo renovador y del bloque de ex kirchneristas que, liderados por Diego Bossio, se escindió del anterior oficialismo. Presionados por los gobernadores, algunos de ellos muy ligados al kirchnerismo como Rosana Bertone (Tierra del fuego) y Lucía Corpacci (Catamarca), los diputados representantes de los pueblos de esas provincias agacharon la cabeza y votaron a favor del acuerdo con los holdouts. La extorsión de Macri-acuerdo con los buitres o hecatombe económica-había dado sus frutos. El próximo 30 de marzo está prevista la sesión en el Senado y todo indica que el acuerdo será aprobado pese a que el kirchnerismo es dueño de la Cámara. Algunos senadores que fueron electos por el kirchnerismo, como el santafesino Omar Perotti, han anunciado que votarán afirmativamente.

La segura aprobación del acuerdo con los buitres es la prueba de amor que necesitaba Estados Unidos para bendecir a Mauricio Macri. A partir del próximo miércoles se le abrirán a la Argentina las puertas de los mercados internacionales, requisito fundamental, según Macri, para hacer crecer y desarrollar al país a través de la creación de puestos de trabajo. “Endeudarse” es el verbo mágico del gobierno nacional, su único plan de gobierno. Sin ayuda externa Macri se quedaría sin los dólares que necesita para poner en marcha la maquinaria del país. Así como Aldo Ferrer lanzó el “vivir con lo nuestro”, Macri lanzó, emulando a Menem, el “vivir de prestado”. La pregunta que cabe formular ahora es la siguiente: ¿qué seguridad hay que luego de la aprobación parlamentaria del acuerdo con los buitres llegarán al país las inversiones prometidas? Porque Macri siempre creyó, al menos así lo puso en evidencia durante la campaña electoral, que su sola presencia en la Casa Rosada provocaría casi automáticamente el desembarco en la Argentina de un ejército de inversores foráneos. Hasta ahora, se trató de una ilusión. Ni un miserable dólar vino al país, a pesar de todas las medidas que adoptó Macri en beneficio del poder económico concentrado. Teniendo en cuenta la experiencia menemista no sería de extrañar que cuando el presidente y los gobernadores pidan prestado a la banca internacional o pretendan colocar deuda en los mercados, se encuentren con una desagradable sorpresa: el acuerdo con los holdouts, si bien fue un paso fundamental, es tan sólo el primer paso. Pretender que haya abundante crédito a bajas tasas de interés requerirá de la Argentina no una sino varias pruebas de amor. Cuando llegue el momento justo los prestamistas aparecerán con su clásico listado de exigencias que incluye la vuelta al Fondo Monetario Internacional como inclemente auditor de nuestra economía. Ahí entrará en escena Christine Lagarde quien le dirá a Prat-Gay que la baja de la tasa de interés sólo será posible si el gobierno cumple con estas exigencias: severo plan de ajuste (tanto a nivel nacional como provincial), libertad total al comercio con otras naciones (eliminación de la protección aduanera, en otras palabras), eliminación de todos los controles sobre los capitales especulativos, flexibilización laboral absoluta, despidos a granel; imperio absoluto del mercado, en suma. Para que los dólares ingresen a la Argentina el gobierno de Macri no tendrá más remedio que poner en práctica un duro e inflexible programa económico ortodoxo. Adiós, por ende, al gradualismo defendido por el propio presidente y por su ministro de Finanzas, Alfonso Prat Gay. En ese momento será la hora de los halcones como José Luis Espert, Miguel Ángel Broda y Carlos Melconián. Será la hora del sometimiento a los organismos multilaterales de crédito y del endeudamiento masivo del país. Consciente o inconscientemente, Macri condicionará el futuro de las nuevas generaciones de argentinos.

La visita de Obama se inscribe dentro de este contexto. Su amabilidad y cortesía lejos estuvieron de ser gratuitas. Palmeó a Macri como en su momento Bush padre, Clinton y Bush hijo palmearon a Menem y de La Rúa. La historia vuelve a repetirse. Macri está dispuesto a sacrificar a las futuras generaciones de argentinos para congraciarse con el FMI, paso fundamental para tener relaciones cordiales con Estados Unidos. Después vendrán otras exigencias, como el alineamiento a la política exterior norteamericana, lo que significa en la práctica el alineamiento contra el Estado Islámico. Con la asunción de Macri la Argentina volvió a ser funcional a los intereses geoestratégicos de la república imperial, más aún dada la delicada situación por la que está atravesando Brasil, el país más relevante de Sudamérica. Con la asunción de Macri el país volvió a endeudarse. Por lo menos si la plata que nos dan fuera utilizada para mejorar la calidad de vida de los argentinos, el endeudamiento sería tolerable. Pero todos sabemos cuál será el destino de esos fondos: el pago de los intereses de la deuda. Igual que en los noventa.

Pero eso a Obama lo tiene sin cuidado. Es un problema de los argentinos. Mientras tanto, fue recibido con honores por el presidente argentino y las banderas de ambas naciones flamearon juntas en la Plaza de Mayo. Ambos mandatarios dieron juntos una conferencia de prensa donde Macri destacó el liderazgo de Obama a nivel internacional (vaya novedad) y donde Obama rememoró a Borges y Cortázar. Luego dialogó con jóvenes emprendedores y se tomó su tiempo para visitar las bellezas de Bariloche. A Macri se lo vio exultante. Su mirada lo decía todo. Probablemente esté convencido de lo que está haciendo, crea sinceramente que el endeudamiento externo y la pleitesía a Estados Unidos constituyen la única manera de garantizar el desarrollo económico y el mejoramiento de la calidad de vida de los argentinos. La historia ha demostrado que Estados Unidos sólo piensa en sus propios intereses y que si le sonríe a un país emergente como el nuestro es para sacarle el mayor provecho posible. Estamos hablando de la república imperial y el respeto a los otros países no forma parte de su diccionario, salvo que le demuestren fortaleza, como Rusia y China.

Néstor Kirchner fue consciente de todo esto. Por eso decidió sepultar las relaciones carnales. Estaba convencido de que la Argentina jamás podría salir del atolladero en que se encontraba si continuaba atada a los designios del FMI. De ahí su estrategia del canje de deuda. Al patagónico en ningún momento se le cruzó por la cabeza la idea de desafiar el liderazgo de Estados Unidos. Lo único que pretendió fue, nada más y nada menos, terminar de una vez y para siempre con la deuda externa. Puede ser que su metodología no haya sido la mejor, la más idónea, pero el desendeudamiento siempre es mejor que la dependencia. Estados Unidos lo combatió porque sintió temor que su canje de deuda se expandiera como ejemplo por toda Latinoamérica. Temió el efecto dominó. Pero el susto fue pasajero. Además, no se puede comparar el canje de deuda con la anexión de Crimea, por ejemplo. Ahora Estados Unidos sabe que con Macri el poco relevante país del extremo sur del continente dejará de ser una piedra en su zapato.

Anexo I

Historia de la FEDE de Isidoro Gilbert (segunda parte) (*)

Al comenzar la década del cuarenta el mundo estaba convulsionado. El avance del nazismo parecía incontenible y el EJE entre Berlín, Roma y Tokio se fortificaba a pasos agigantados. La Argentina, país importante en aquella época, no podía escapar a la influencia de lo que acontecía en el sistema internacional.

En 1940 la Fede procuró alcanzar un objetivo político relevante: ejercer el liderazgo del conjunto de las juventudes políticas en un clima dominado por la antinomia fascismo-antifascismo. La persecución de tal objetivo no significó que el PC se desentendiera de su rama juvenil. Por el contrario, la Fede jamás podía darse el lujo de entrar en conflicto con las autoridades comunistas, partidarias de ir sentando las bases del Frente Democrático, cuyo contenido ideológico nada tenía que ver con el anticapitalismo. Su objetivo fundamental fue el ensalzamiento de un férreo patriotismo y la admiración por los más importantes representantes de la línea “Mayo-Caseros” (Moreno, Sarmiento, etc.). Entre el 26 y 27 de abril de 1941 debía haberse realizado el I Congreso Nacional de la Juventud Argentina, cuya comisión Organizadora quedó en manos de los comunistas y sus aliados. Su propuesta programática se basaba en el apoyo irrestricto a la neutralidad, en sintonía con la postura de la InternacionalComunista. Tal como sostiene Gilbert, el Congreso fue el primer esbozo de lo que se conocería como Unión Democrática, la coalición política constituida para enfrentar a Perón en 1946. Lamentablemente, el gobierno no toleró que el congreso tuviera lugar. La represión fue impiadosa. Finalmente, pudo realizarse en la ciudad de Córdoba, entre el 28 y el 30 de agosto de ese año. Pero la situación internacional había cambiado. El 22 de junio de 1941 las tropas nazis habían invadido la UIRSS, con lo cual la postura favorable a la neutralidad era insostenible. En consecuencia, durante aquellas jornadas en Córdoba se proclamó la necesidad de ayudar a la Unión Soviética, Inglaterra, China y aquellos países que peleaban contra el nazi-fascismo. El 26 de marzo de 1942 tuvo lugar el VI Congreso de la Fede que aprobó lo siguiente: “1) que se cumplan las resoluciones de Río de Janeiro, reunión de cancilleres americanos, de apoyo a la ruptura de relaciones con los países del Eje presentado por el diputado radical Raúl Damonda Taborda. 2) Apoyo a la juventud soviética. 3) Organización del Frente Patriótico juvenil por la libertad e independencia de la patria con los sectores antifascistas de la sociedad”. Otra etapa del proceso que culminaría en la constitución de la Unión Democrática.

Gilbert recrea con gran sagacidad los hechos que culminaron con el ascenso del peronismo al poder en 1946. ¿Qué sucedió con la Fede a partir del histórico triunfo de Perón en febrero de 1946? El ascenso de Perón al poder significó para la Fede en particular y para el comunismo en general, enfatiza Gilbert, un golpe durísimo. La Fede se desmoronó como un castillo de naipes. El siguiente párrafo del libro explica con claridad, lo que había ocurrido: “La diferencia entre la coalición peronista y la Unión Democrática no fue avasallante, pero ése era un argumento que podía tranquilizar, si se quiere, a los radicales y a algunos aliados de los comunistas. Pero éstos no podían disimular lo fundamental que había acontecido: el apoyo masivo de los trabajadores al programa y mensaje del CORONEL DE LA ESPERANZA”. Lo que más dolió a los comunistas fue que un importante porcentaje de nuevos votantes se habían volcado al peronismo. Apenas asumió, Perón tomó una decisión que pondría en evidencia su enorme olfato político: decidió establecer relaciones con la URSS, con lo cual descolocó al comunismo vernáculo. Ello explica por qué el diario comunista “La Hora” le dedicara poco espacio a semejante noticia. Pese a la derrota, la Fede no se desanimó. Junto fuerzas para impulsar luchas sindicales, profundizar y estructurar su influencia entre los estudiantes secundarios y universitarios y, finalmente, para preparar las condiciones para el VII Congreso, que se realizaría en noviembre, luego de que el PCA hubiera definido su postura frente al peronismo. El apoyo de las masas trabajadoras al peronismo desveló al comunismo a partir de entonces.

Gilbert hace un pormenorizado repaso de la obra de Perón. Destaca lo que a su criterio fueron sus aspectos positivos y los negativos. Mientras tanto, los días 15, 16 y 17 de noviembre de 1946 sesionó el VII Congreso de la Fede. “Durante esos tres días”, dice Gilbert, “a tenor de la crónica del vocero juvenil, nadie habló de las causas de la derrota, pero sí de reivindicaciones, de todas las posibles tareas a realizar, pero poco o casi nada de política”. El desconcierto del comunismo era notable. Cabe destacar la siguiente resolución adoptada durante aquellas sesiones: “La juventud se ha pronunciado por el desarrollo democrático del país y está latente su sentimiento de defensa de las garantías constitucionales y su profundo respeto por nuestra tradición progresista y democrática y su culto a los héroes de las gestas de la independencia. Su odio al imperialismo y a la oligarquía y su apoyo a la política de paz de la UN. Sin bloques regionales ni antisoviéticos que tratan de impulsar los magnates del imperialismo anglo-yanqui, contra los pueblos del mundo y, especialmente, contra su más consecuente defensora, la URSS, patria del socialismo”. Los cincuenta fueron difíciles para la Fede. Narra Gilbert: “No había comenzado nada bien 1950 para la FJC y el PC: el segundo día del año, la llamada Comisión Visca, creada por la Cámara de Diputados, decidió la clausura de todas las publicaciones del comunismo, aunque la decisión castigó hojas de otras tiendas. Se había imputado como causa que, en el primer número del año, el diario “La Hora” había omitido publicar la leyenda “Año del Libertador General San Martín”, al lado de la fecha de la edición, un error del taller cuasi artesanal, solo una excusa para una decisión política”. Más adelante, Gilbert honra la memoria de dos comunistas asesinados en aquella época, dominada internacionalmente por la guerra de Corea (la Guerra Fría): Jorge Calvo y el médico rosarino Juan Ingallinela, cuyo cadáver jamás apareció.

Pese al acoso del peronismo la Fede desarrolló en aquellos años una intensa actividad cultural. Cuenta Gilbert: “La Federación, entre 1954 y 1955, alentó a sus jóvenes poetas, como Héctor Negro, Hugo Ditaranto, Julio César Silvain y otros más o menos próximos, los “aliados”, para crear el grupo de poesía “El pan duro”. Más tarde se incorporó Susana Bignozzi, con el fin de autopublicar sus libros de poesías mediante un sistema de venta de bonos anticipados y realización de recitales públicos de poesía en bibliotecas y clubes de barrio”. En 1954 se hizo la elección a vicepresidente (había fallecido Quijano) y el candidato de Perón, el almirante Alberto Tesaire, venció holgadamente al radical Crisólogo Larralde y a la comunista Alcira de la Peña. Una nueva demostración de fuerza que golpeó con dureza al comunismo. Sin embargo, su segunda presidencia no fue tan glamorosa como la primera. Los problemas económicos se agudizaron, al igual que la situación gremial. Para colmo, Perón se acercó a los Estados Unidos, entró en conflicto con la Iglesia e incrementó su política represiva. Todo estaba preparado para el advenimiento de la Revolución Libertadora. ¿Cuál fue la actitud de la Fede frente a la caída de Perón? Dice Gilbert: “Sin duda, la postura comunista fue contra el golpe. Pero en el ínterin la línea se fue ajustando y, cuando la Revolución Libertadora se instaló, hubo un intento de encontrar líneas menos reaccionarias en las que respaldarse. Daniel Campione señala que “en un comunicado fechado el 18 de septiembre de 1955 (dos días después del derrocamiento de Perón), con el enfrentamiento entre “leales” y “libertadores” aún indeciso, el PC exhortó al cese de la “guerra civil” y se situó “por encima del conflicto”, con la pretensión de aleccionar a ambos bandos. Según el comunicado, el partido aconsejó a Perón que era indispensable el establecimiento de todas las garantías democráticas, la libertad de los presos políticos, el retiro del proyecto de contrato con la Estándar Oil Co. (…) y a los sectores democráticos opositores seducidos por el falso miraje de un golpe de Estado los amonestó: que no era el camino la violencia y la guerra civil que sólo podrían desembocar en la anarquía y la dictadura, y que en vez de ello debía orientarse hacia el régimen de convivencia democrática”.

(*) Publicado en el portal rosarino Ser y Sociedad el 7/4/010.

Anexo II

“Operación Traviata” (*)

El 25 de septiembre de 1973 José Rucci, Secretario General de la CGT, fue acribillado a balazos. El crimen conmocionó al país. Había caído el hombre más poderoso del sindicalismo y, fundamentalmente, el dirigente gremial de más confianza de Juan Perón. A partir de entonces la espiral de violencia no se detuvo. La derecha y la izquierda del peronismo se declararon la guerra y los muertos comenzaron a aparecer por doquier. Escenario ideal para que las fuerzas armadas justificaran el derrocamiento de Isabel el 24 de marzo de 1976 para garantizar “la paz social”.

Hasta el presente el asesinato de Rucci se mantiene impune. Durante décadas nadie habló de este luctuoso hecho hasta que, sorpresivamente, emergió a la superficie. La prensa se ocupó del caso y la familia Rucci-especialmente la hija del sindicalista, la actriz Claudia Rucci-comenzó a aparecer en televisión para referirse a la tragedia. Siempre se dijo que los montoneros habían sido los responsables del fusilamiento. Pero nunca pudo ser confirmado. Pero las sospechas sobre su autoría siempre surcaron el ambiente político. Sin embargo, nadie fue acusado y condenado.

En 2009 el periodista Ceferino Reato, editor jefe del diario Perfil, publicó un libro que tuvo gran repercusión titulado “Operación Traviata. ¿Quién mató a Rucci?” (Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 390 ps.) cuyo objetivo es descifrar el enigma y, de paso, hacer recordar a los argentinos un período de nuestra historia que, lamentablemente, se escribió con sangre. En el prólogo Reato hace énfasis en una cuestión que, a mi entender, explica el por qué tomó la decisión de escribir sobre Rucci. Para el autor el desgaste del kirchnerismo logró afectar la interpretación que el matrimonio presidencial había hecho sobre los ´70 para justificar su política de derechos humanos. Desde su óptica, los “jóvenes idealistas” de aquella época habían sido derrotados por unas fuerzas armadas aliadas a los enemigos de la nación. Quienes habían soñado con una Argentina “libre, justa y soberana” habían sido aplastados por los esbirros del orden establecido, empleando para ello el método abyecto del terrorismo de Estado. Tal como lo explica en su introducción ese modo de analizar los setenta por parte del gobierno nacional comenzó a perder legitimidad a partir del gobierno de Cristina. El paradigma setentista (Reato se basa en el concepto de paradigma de Thomas Kuhn), perfectamente expuesto, según el autor, por Horacio Verbitsky en su libro “Ezeiza”, ha comenzado a perder fuerza, atractivo, para importantes sectores del pueblo. Esa visión maniquea de los ´70 esgrimida por Verbitsky (los jóvenes idealistas versus los sindicalistas impiadosos) ha empezado a ser replanteada. En mi opinión, el libro de Reato trata de ayudar a crear un nuevo paradigma sobre los ´70, una nueva recreación ideológica de aquella época destinada a criticar la visión maniquea de Verbitsky. Lo que intenta hacer Reato es, me parece, convencer a los argentinos y, fundamentalmente, a las nuevas generaciones, que los montoneros fueron jóvenes que, lejos de ser “idealistas”, se valieron de métodos arteros, como la ejecución de Rucci, para imponer “la patria Socialista” (aunque, al final del libro, Reato se esmera por destacar que ello no significa la reivindicación de la teoría de los dos demonios ni, mucho menos, del terrorismo estatal).

Pero el autor aclara que su objetivo lejos está de crear un nuevo paradigma de los setenta que confronte con el paradigma de “Ezeiza”: “Mi propósito es más bien modesto: intento describir quiénes, cómo y por qué protagonizaron un asesinato político que, a pesar de su importancia, o tal vez debido a ello, ha sido investigado sin eficacia por la justicia y por la policía, y sobre el cual tanto los periodistas como los historiadores no han escrito prácticamente nada. Y a partir de ese crimen impune pretendo explicar las relaciones entre Perón, los montoneros y el poder sindical, como un triángulo analítico para abordar un año y medio crucial, desde el 17 de noviembre de 1972, el día del primer regreso de Perón de su largo exilio gracias a una histórica campaña protagonizada por la juventud Peronista, hasta el 1 de mayo de 1974, cuando se formalizó la ruptura entre el General y los montoneros” (p. 45).

Reato introduce al lector en un apasionante y trágico período de nuestra historia. Dedica varios capítulos para describir cómo fue la “Operación Traviata”. De su lectura se desprende que se trató de un operativo de gran envergadura ejecutado por Montoneros (quienes lo llevaron a cabo habrían sido miembros militares relevantes de la “Orga”). Fue una operación planificada con meses de antelación, que debió suspenderse en varias oportunidades y que, finalmente, se llevó a cabo con posterioridad a la victoria de Perón en las urnas. Del relato de Reato se concluye que quienes estaban a cargo de la custodia de Rucci fueron sorprendidos por la balacera (Rucci fue prácticamente ajusticiado).

Pero más interesantes son los capítulos donde el autor analiza el vínculo de los Montoneros con Perón y el desafío de la “Orga” a su poder. El asesinato de Rucci habría sido el brutal mensaje de la “Orga” a un Perón que ya había decidido apoyarse en la derecha del peronismo, es decir, en el aparato sindical. Los Montoneros tenían, evidentemente, un plan político destinado a implantar-a través de la lucha armada-el socialismo en la Argentina, mientras que para Perón los montoneros habían sido útiles para desestabilizar a la dictadura militar, con lo cual era esencial que, con el triunfo aplastante de 1973, pasaran a formar parte del movimiento peronista acatando sin chistar su autoridad. Este antagonismo se fue agudizando luego de la ejecución de Rucci (que, según el relato de Reato, fue reivindicado por los Montoneros) y alcanzó su máximo esplendor el 1 de mayo de 1974 cuando, en la plaza de Mayo, perón dijo que había llegado la hora de hacer tronar el escarmiento.

Reflexión final

El libro de Reato está muy bien escrito. Muy bien documentado y con fotos que ilustran diversos momentos de la vida de Rucci y la jornada trágica de su muerte. “Operación Traviata” ayuda a entender las razones que llevaron a un grupo de jóvenes de nuestro país a inmolarse por un proyecto de país que estaba en las antípodas del de Perón (y de la mayoría del pueblo). La postura militarista de la cúpula montonera (que se agudizó luego de lo de Rucci) sustentada en su concepción “vanguardista” de la revolución socialista, terminó en la tragedia que todos conocemos. Importantes dirigentes montoneros reconocen en el libro el grave error político que significó el triunfo, dentro de Montoneros, del sector “militarista” sobre el sector “político”. En definitiva, “Operación Traviata” (el nombre se debe a que la cantidad de balazos que recibió Rucci fue igual a la cantidad de agujeritos-23-de la famosa galletita de Bagley) describe, tal como lo pretendió el autor desde el comienzo, las causas y las consecuencias (que aún perduran) de un crimen político (aún impune) que, a mi entender, no hizo más que preparar el terreno para la ejecución de un terrorismo de estado que marcaría a fuego a la sociedad argentina.

(*) Publicado en el portal rosarino Ser y Sociedad el 29/1/010

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