Por Elena Valero Narváez.-

Hemos visto estos días a la ciudad de Buenos Aires, una de las más lindas del mundo, atiborrada de gente pidiendo diferentes cosas. Por un lado una manifestación solo anunciada por redes sociales, espontánea, reclamando más democracia, justicia independiente, y seguridad para poder transitar libremente por las calles, llegar al trabajo o a dónde se quiera libremente sin que manifestantes, ya sea piqueteros o los atraídos por los líderes sindicales, obstruyan el tránsito generando o un caos vehicular o una obligada ciudad fantasma por causa de la huelga general. Pareciera que en Buenos Aires todo está permitido.

Hay una confusión en algunos sectores sociales: creer que es el pueblo quien gobierna, olvidando que han elegido representantes y pensar que se puede distribuir riqueza sin crearla primero.

Riqueza implica poseer algo que antes de una buena idea y el trabajo para producirlo no existía. Sin acumulación y concentración de capital no la hay y sin inversión no solo no hay creación de riqueza sino que, si está, se pierde.

Los intolerantes que ocupan las calles, algunos con palos y caras tapadas, camuflados para no ser reconocidos si lastiman y molestan a quienes no los aceptan, también los maestros, taxistas, colectiveros, etc., quienes, con sobrados motivos, reclaman un salario que no sea disminuido por la inflación, olvidan que el trabajo no es opcional aunque no sea obligatorio. Sin el trabajo de la mayoría de los argentinos la sociedad no funciona y por ello, ir contra la ética del trabajo capitalista, como lo hacen los dirigentes sindicales, es ir contra ellos mismos.

Sin trabajo cualquier sociedad se extingue. No se logra crear empleo con huelgas, gritos y palos. No es cierto que el Gobierno no esté dispuesto al diálogo, lo demuestran los acuerdos que han realizado con algunos sectores. Hay que seguir conversando, negociando siempre con la realidad por delante, la cual no siempre es como deseamos que fuera.

Con el presidente Macri hemos vuelto a querer reconstruir la democracia que votamos en 1983 y que se estaba abriendo paso desde esa fecha, interrumpida en grados, por los doce años del gobierno kirchnerista. Democracia no es libertad sin orden, otro de los valores necesarios para la perduración de todas las sociedades, y que el Estado debe garantizar. Por ello tiene el monopolio de la fuerza.

Tanto el Gobierno, como los sectores que se están manifestando en estos días, no tienen claro que la democracia implica intercambios humanos libres y voluntarios pero, en especial, pacíficos y respetuosos del marco normativo común. Esto no significa la carencia de conflictos o relaciones fraternales pero, si no queremos vivir con autoritarismo, debemos explicitar los problemas sin la destrucción de bienes y personas. Para que ello ocurra no se debe golpear directamente al poder como se está haciendo-acción típica del corporativismo- para pedir ventajas para cada sector. Se debe pasar por los partidos y en este punto llegamos al problema que desde hace décadas aqueja a nuestro país. No se ha podido fortalecer un sistema de partidos, por ello los sindicatos quieren ocupar su lugar exigiendo directamente al gobierno. Los partidos son los órganos democráticos que auscultan a la sociedad para recabar información sobre sus necesidades y problemas, luego la convierten en soluciones transitorias y revocables volcándolas, en programas políticos, al mercado del voto. Esta es la manera de que la lucha por el poder transcurra de manera pacífica. Hoy, con una democracia endeble, producto de los ataques reiterados a sus instituciones, estamos al borde del corporativismo. Peligroso camino el cual, si no lo evitamos entre todos, conduce al autoritarismo. Donde hay desorden aparece el orden, necesariamente, y éste viene a menudo de la mano de gobernantes autoritarios o totalitarios.

Se deben tratar los problemas a base de la consulta política y no con grupos empresariales, Iglesia, u organizaciones sindicales. Deben aparecer fuerzas políticas que sean interlocutores del gobierno para tratar la crisis mediante acuerdos, tratados, mutuo apoyo, etc.

Cuidemos la libertad. Ella protege la diversidad, reduce al Gobierno al terreno adecuado, crea poderes externos al Estado que lo controlan y también las condiciones para el Estado de Derecho.

No debiéramos olvidar que somos responsables de nuestras acciones y de las consecuencias que ellas tienen en la historia.

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