Por Juan Manuel Otero.-

Se enriquecieron haciendo shows en los que endiosaban al gobierno más corrupto de la historia argentina. Fueron generosamente compensados con dineros públicos, siempre invitados a la primera fila de la claque en cada acto oficial, sus patéticos y forzosamente entusiastas aplausos llenaban la pantalla festejando las incalificables arengas presidenciales y amenazas hacia el resto de los argentinos que no adheríamos a sus políticas engañosas y destructivas del ser nacional.

Pero eso se acabó y ahora tendrán que volver al sistema tradicional, ya no habrá más regalos palaciegos. Sus respectivos representantes tendrán que salir al ruedo a buscar trabajo.

Y a eso no están acostumbrados.

Bajo cierto punto de vista es comprensible su indignación: el trabajar y competir en igualdad de condiciones con retribuciones razonables no es lo suyo.

Les falta el generoso y dictatorial mecenas.

Y ahora llaman a concurrir a “las plazas del pueblo”. Como si el pueblo fueran sólo ellos y el resto de los argentinos continuemos siendo “el enemigo a combatir”.

La pretenciosa consigna es «en defensa de la alegría, el trabajo y la libertad».

Me parece razonable que intenten esparcir alegría, pero no creo que tengan condiciones como para dedicarse al trabajo, llevan sobre sus espaldas más de una década recibiendo generosas y discriminatorias becas.

Y en cuanto a la libertad, no tienen por lo visto la menor idea de lo que ella representa. Si la libertad la disfrutan unos y no otros, no es libertad, es esclavitud. Si el derecho lo gozan unos y no otros no es derecho, es privilegio.

Han pasado tres períodos de gobiernos constitucionales sin abrir la boca por los abundantes despidos a divergentes ideológicos del régimen o a quien osare hacer crítica, fueron doce años de sumisión a las más abyectas doctrinas persecutorias, años de patéticas adhesiones al poderoso caballero don dinero a cambio de ensalzar la más discriminatoria política llevada a cabo en nuestra Patria, mirando para otro lado cuando artistas, periodistas, locutores, etc. eran echados por no comulgar con semejante régimen disfrazado de “Nacional y Popular”.

Nunca adhirieron ni llamaron a “la plaza del trabajo y la libertad” cuando colegas eran despedidos o directamente ninguneados bajo vergonzosas calumnias. Su silencio cobarde de ayer, resulta hoy simplemente patético y resta credibilidad a esta proclama.

Muchachos, les deseo éxito en esta convocatoria; me alegro, porque los choferes de colectivos tendrán oportunidad de ganarse unos pesos honestamente llevando «voluntarios militantes» a las plazas, pero no me vengan con estúpidas consignas pasadas de moda.

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