Lino Barañao

José Lino Barañao es doctor en Química y presidente de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, dependiente de la Secretaría de Ciencia y Técnica, la que a su vez depende del Ministerio de Educación. Además es investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en el Instituto de Biología y Medicina Experimental, en el área de la biotecnología animal aplicada a la reproducción bovina. No sabemos si mantendrá esos cargos, ya que al asumir la presidencia Cristina Fernández de Kirchner creó el nuevo ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva y puso como titular al doctor Barañao, a quien la prensa oficial se apresuró en mostrar como un «científico destacado y respetado por sus pares». Sin embargo sería interesante conocer qué intereses defiende el flamante ministro de la flamante cartera.

Según informó el programa periodístico «Prende la Luz», emitido por la FM Flores 90.7 de Buenos Aires, hace un año el investigador independiente del CONICET Eduardo Saguier denunció una enorme cadena de corrupción entre esa entidad, sus comisiones asesoras, las Universidades nacionales, sus consejos directivos y la Secretaría de Ciencia y Técnica. Dentro de esa red, la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica cumpliría un rol fundamental en la «cadena de la felicidad» utilizada para beneficios personales, cooptación de científicos para intereses políticos y privados y el desvío de fondos a empresas privadas.

La denuncia, que nunca fue refutada en forma consistente, consignaba cómo medio centenar de coordinadores de áreas de la Agencia Científico-Técnica, setenta miembros de las Comisiones Asesoras del CONICET y medio centenar de Secretarios de Ciencia y Técnica de las Facultades y Universidades Nacionales se habrían otorgado subsidios a sí mismos o a terceros que son afines por amistad o parentesco. Unos dos mil «investigadores», que son «jueces y parte», reciben anualmente un promedio de 100.000 dólares cada uno. En el año 2001, el propio José Lino Barañao participó del «reparto» con un subsidio de 140.000 dólares. Con multiplicar 100.000 dólares por dos mil presuntos investigadores, la cuenta de lo que estos buenos muchachos roban al Estado es fácil.

Entre otras travesuras de este «respetado y destacado científico» aparece la siguiente. En 1991, cuando las multinacionales de los agronegocios habían definido a la Argentina como el gran campo de experimentación de cultivos transgénicos, el gobierno de Carlos Menem creó un órgano de «asesoramiento técnico» del secretario de Agricultura: la Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria (CONABIA).

La CONABIA se encarga de regular la liberación al ambiente de materiales animales y vegetales obtenidos mediante ingeniería genética. Está constituida por representantes de los sectores público y privado interesados en los grandes negocios transgénicos, por lo tanto se comporta como un colador y nada está prohibido. A modo de ejemplo: el evento T25 del maíz transgénico de Bayer, el denominado Liberty Link, está prohibido en Brasil pero en nuestro país fue autorizado por la CONABIA en junio de 1998.

Dentro de este grupo «interdisciplinario e interinstitucional» se encuentra el CONICET, ¿y quién participa de la CONABIA en representación del CONICET? Pues el doctor José Lino Barañao. El mismo que participó en 2004 de la elaboración del «Plan Estratégico 2005-2015 para el Desarrollo de la Biotecnología Agropecuaria» que el entonces ministerio de Economía de Néstor Kirchner y Roberto Lavagna redactó a la medida de las multinacionales como Advanta, Bayer, Nidera, Syngenta y Monsanto.

Como todos sabemos, la alquimia transgénica ha tenido rutilantes fracasos como la clonada oveja Dolly, «creada» en 1997 y sacrificada en 2003 con signos evidentes de envejecimiento prematuro.

Asimismo, los cultivos transgénicos han ocasionado -y siguen ocasionando- severos impactos ecológicos, ambientales y socioeconómicos que obliga a las multinacionales de los agronegocios a destinar una parte de sus ingentes ganancias a una profusa propaganda en los medios, al soborno de funcionarios y a la cooptación de científicos.

Algunos ocupan encumbrados cargos públicos, como entre otros los aquí mencionados titulares de la ANMAT y de la nueva cartera de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. Todo un ensamblaje que depende del ministerio de Salud. El alborotado hormiguero del que ha sido enviada a hacerse cargo «la hormiguita» Graciela Ocaña.

Y que si ya encontró lo que encontró, no nos imaginamos qué habrá de seguir encontrando en ese verdadero antro que tan bien han aprovechado para su propio beneficio y el de algunos de sus amigos, en los últimos años, ministros como Héctor Lombardo en la administración de Fernando de la Rúa y Ginés Gonzáles García bajo las presidencias de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner.

Carlos Machado

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