Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del domingo 9 de octubre Página 12 publicó un artículo de José Pablo Feinmann titulado “El desierto crece”. Dice el filósofo: a) “Tantas voces se arrojan en el desierto. Estas anotaciones pertenecen al siglo XXI. Si el último siglo expresó la muerte de las utopías, se agotó intentando ahogarlas. También murieron las otras muertes decretadas. Las mató el belicismo imperial. Y el terror fundamentalista. A la muerte de la historia le sucedió el choque de civilizaciones. La globalización y la llamada guerra contra el terror. Las Torres sirvieron para lanzar la petroguerra. Las voces que se arrojan en el desierto son muchas. No una. Pero no están interconectadas. Ninguna escucha eso que la otra dice. El desierto es más fuerte. Crece. Y crece incesante. Qué es el desierto. La muerte de los significantes. Ningún significante significa nada. No significa porque el desierto lo nihiliza. ¿Cuál es el estado espiritual del hombre que asiste a la caída de los significantes? La incerteza. La no certeza. No hay proyectos convocantes. Renacieron en este siglo. Hay un exceso de Dios. Todos tienen un Dios. Todos hacen lo suyo invocando a Dios. La cuestión no es si existe o no. Vivimos la época del exceso de Dios. Dios no es neutral, dijo Bush. Dios pertenece a la democracia. Y se encarna en el complejo militar industrial. América, la de ellos, la que ellos creen única, inventó a Dios. Dios arroja misiles para que el imperio mega comunicacional se sienta seguro. Con Dios de su lado se siente invencible. Está muy fuerte. Está terminando con los populismos suramericanos. Tiene poderosos aliados. Sabe lo que quiere”. b) “La realidad real es la guerra. Dios no está. Están las guerras”. c) “Tiempos en que la esperanza baja sus alas, que son muchas. Camina por nuestras calles un personaje triste. Lo llena de tristeza el mundo. Y esa herida incesante que es el país. Se vive la época de las grandes preguntas metafísicas. Por qué. Para qué. Hacia dónde. El estado islámico es una creación de la guerra fría. Estados Unidos y la Unión Soviética armaron el Islam. Que no tiene proyecto de superación cultural y político que vaya más allá del imperio occidental. Por eso se propone destruirlo” (…) d) “Si gana Trump, Suramérica deberá preocuparse. Si gana Hillary, también. Hubo una pintada en calles de Buenos Aires antes de una elección presidencial. Decía, si gana alguien me voy del país”. e) “Decía Shakespeare, en Macbeth, de todas las cosas inexplicables, la más inexplicable es que el hombre tenga miedo, pues la Muerte, fin inexorable, vendrá cuando tenga que venir. Sin embargo, lo que temen siempre es la muerte. Hacen todo lo que hacen para evitar pensar en ella. La entera historia humana es el vano intento de los hombres para no pensar en su finitud. Hasta hacen guerras para evitarlo. Y hasta mueren en esas guerras”. f) “Gran parte del país vive sumido en una pasividad depresiva. Cómo sucedió esto. Hebe dijo, no hay que deprimirse. Pero los argentinos se deprimen con los tarifazos, la inflación, el costo de vida. No saben qué hacer. Piensan, qué cosa, la vida es una porquería y encima te la cobran”.

Feinmann ha tocado estos temas filosóficos en más de una oportunidad. Luego de la implosión de la Unión Soviética emergió Estados Unidos como la única mega potencia planetaria. La república imperial fue la gran ganadora de la guerra fría. Enarbolando la bandera del fin de la historia, la usina ideológica norteamericana salió a convencer al mundo de que el capitalismo era la última etapa del desarrollo de la humanidad, la única opción válida y legítima con que comenzaron a contar los países a partir del derrumbe del imperio soviético. El supuesto ataque terrorista contra las Torres Gemelas en 2001 sirvió para legitimar la doctrina del estado gendarme y la de la guerra preventiva. Estados Unidos se había convertido en el guardián del orden mundial. Néstor Kirchner y Cristina Fernández no tuvieron mejor idea que desafiar esa nueva doctrina de dominación mundial. Lo acontecido en Mar del Plata en 2005, al celebrarse la Cumbre de las Américas, puso en evidencia la decisión del presidente argentino de no aceptar el liderazgo norteamericano en la región. Estados Unidos jamás perdonó lo que consideró una “afrenta”. A partir de entonces y hasta la asunción de Macri, los presidentes W. Bush y Barack Obama mantuvieron una relación fría y distante con el matrimonio Kirchner. Incluso Obama llegó a acusar a Cristina de haber puesto en práctica una política exterior antinorteamericana. Con Macri en el poder todo volvió a la “normalidad”. El FMI acaba de manifestar que el gobierno de Macri es un ejemplo para los países latinoamericanos, tal como lo hizo en su momento con Carlos Menem. Cambian los protagonistas pero la política exterior de la república imperial se mantiene incólume.

En la misma edición apareció publicado un artículo de Edgardo Mocca titulado “Propaganda estatal contra la política”, en el que critica la decisión del gobierno de instalar, a través del accionar del jefe de Contenidos y Estrategia Digital de Presidencia, el mensaje del absoluto desinterés por la política. Julián Gallo, el encargado del área, afirmó: “Detectamos que la política no le interesa a nadie”. Si el gobierno detectó tal desinterés significa que previamente hizo una investigación respecto del interés de la población por la política. Ahora bien ¿es propio del Estado ejecutar semejante tarea? Porque a simple vista surge que se trata de algo que en principio poco tiene que ver con el accionar del Estado. En efecto, una tarea de esa índole es propia de las agencias de análisis de la opinión pública que asesoran a empresarios y políticos permitiéndoles conocer el mercado que pretenden conquistar. ¿Qué razones tiene el gobierno para acumular semejante información? Aparentemente el propósito sería orientar las maneras de comunicar del gobierno, “averiguar cuáles son las formas y los contenidos de ejercicio de la obligación del gobierno de informar de su actividad al pueblo”. La cuestión es, según Mocca, más profunda. Porque cuando el funcionario afirma que la política no le interesa a nadie, lo que está haciendo es política, está protagonizando un acto político. No se trata de una opinión que invita a la discusión, porque cuando dice “a nadie le interesa” no hace más que excluir toda posibilidad de disenso. Dice Mocca: “distintos tipos de investigaciones podrían arrojar resultados estadísticos diversos que nunca habilitarían una generalización como esa: en lugar de “nadie” habría un cierto porcentaje estadístico aproximativo. En esta imaginaria comprobación científica haría falta, eso sí, una operación de definición de su objeto: qué se entiende por “interés de la política”. Sería, por ejemplo, muy diferente definirlo como la atracción del sujeto por las noticias que hablan de partidos, bloques parlamentarios o ministros, que hacerlo como el grado en que el sujeto se involucra en la discusión de cómo orientar diferentes aspectos de la convivencia social”. No es lo mismo quien se interesa por la política a través de la lectura de los diarios y la observación de los programas políticos que emite la televisión, que aquel que se inmiscuye directamente en temas como la seguridad ciudadana, la familia, la economía y el fútbol. Si por “interés por la política” se entiende exclusivamente el interés por las noticias políticas (escritas y televisivas) entonces los temas mencionados en segundo lugar quedarán excluidos, con lo cual el interés por la política tendrá un sentido restringido, poco abarcativo de lo que verdaderamente significa el interés de la población por la política.

Según Mocca el funcionario macrista aludió, aunque se cuidó de decirlo expresamente, a un “programa de acción psicológico-ideológico orientado a escindir lo más drásticamente que se pueda al mundo de las experiencias individuales y colectivas de todo orden explicativo y de toda actitud crítica”. El mundo es así y sólo nos queda adecuarnos a sus reglas. Esta concepción política neoconservadora reniega de la facultad del hombre de criticar la realidad que lo circunda, de valorarla, de analizarla.  La afirmación “detectamos que la política no le interesa a nadie” encubre el deseo gubernamental de asfixiar a la sociedad con un conformismo que enerva cualquier atisbo de rebelión intelectual y volitiva. En el lenguaje coloquial hay una expresión que lo resume muy bien: “y bueno”. Si a la población no le interesa la política, menos le interesa efectuar crítica alguna al gobernante, de pensar por su cuenta. La política se licúa y la ciudadanía pierde todo sentido. La política como actividad tendiente al bien común se transforma en un gran espectáculo montado por el poder mediático asociado al poder político.  Mocca concluye afirmando que “esa escisión entre mundo de la vida y política es el alma del neoliberalismo. Porque es lo que sustenta el encubrimiento sistemático y cada vez más violento y manipulador de las relaciones sociales de poder, bajo la forma de modos naturales, no históricos. La meritocracia, tan de moda en estos días, conforma un núcleo duro de la operación ideológica: en última instancia es la histórica apelación de las clases privilegiadas a sus méritos actuales y genealógicos como fundamento de la dominación, eso que Marx llama la “historia teologal” del capitalismo, que explica la existencia de ricos y pobres como resultado de un pecado original-el de los pobres que no trabajan, ni desarrollan su “capital humano”-y de una virtud original-la de los ricos que lo son porque han trabajado, estudiado, innovado y ahorrado-. Esa teología capitalista ha cobrado una intensidad y una violencia notable en su etapa neoliberal, esa es la explicación del ataque a la política que es, en última instancia, la única sede desde la que se puede confrontar con esa naturalización de la injusticia social. A la política hay que erradicarla porque el proyecto político del neoliberalismo no es otra cosa que la resignada conformidad de muchos al poder crecientemente concentrado de pocos o, lo que es lo mismo, el temor reverencial a las respuestas del orden a cualquier proyecto emancipador. Ese no es un rasgo secundario del neoliberalismo sino su corazón”.

El martes 11 de octubre se cumplieron 300 días de la devaluación. El boom exportador prometido quedó en eso, en una promesa. El flamante gobierno de Macri estaba seguro que con esa medida, junto con el desmantelamiento del esquema de regulaciones cambiarias, la quita de retenciones agropecuarias, la apertura comercial y la eliminación de diferentes controles, garantizaría una oleada de exportaciones conducida por la agroindustria y las economías regionales. Los resultados no fueron los previstos. Lo que verdaderamente consiguió Cambiemos fue instalar un escenario recesivo donde las importaciones fueron superiores en cantidad a las exportaciones. Entre enero y agosto de 2016 las exportaciones se contrajeron un 1,8 por ciento. Según el último informe de la consultora Radar, este pobre desempeño se explica fundamentalmente porque las exportaciones de manufacturas industriales y productos regionales (manzanas, peras, algodón, yerba y vinos) registraron caídas de entre el 9 y el 45 por ciento. La debilidad del frente exportador se hace aún más nítida si se lo contrapone con el fuerte ingreso de productos foráneos. Expresadas en cantidades, se verifica un aumento del 20,3 por ciento en las compras de bienes de consumo.  Pese a la recesión, la inflación y la consecuente caída del poder adquisitivo, ese incremento tomó impulso a raíz del ingreso de indumentaria, alimentos, calzados, heladeras, lavavajillas, quesos, golosinas, pollos, cerdos, galletitas dulces y artículos de limpieza.  Los aumentos  de las  cantidades de productos importados van del 26 al 700 por ciento, aunque el incremento es impresionante cuando se trata de productos que retornaron a las góndolas luego de años sin registrar ingresos al país (zanahorias, batatas, mandarinas y pasas de uva). Según el informe elaborado por la economista Paula Español, “el impacto de la política comercial sobre el empleo se hace visible, y tiene un importante carácter federal. Argentina ha elegido abrirse a un mundo que está cada vez más competitivo y proteccionista. En ese contexto, la inserción internacional debe ser inteligente para defender el trabajo y el valor agregado argentino. A la luz de los resultados, durante los primeros meses del año parece haber sucedido lo contrario”. La pretensión del gobierno de hacer despegar las exportaciones vía devaluación y eliminación de trabas no tuvo en cuenta una demanda externa raquítica y la disminución del precio de los productos que el país exporta. Las medidas del presidente y su equipo económico estuvieron dirigidas, en cambio, al restablecimiento del acceso al endeudamiento en los mercados financieros internacionales. La devaluación de fines de diciembre tuvo el efecto que enseñan los manuales de economía: una fenomenal transferencia de recursos desde el Estado y la población trabajadora hacia compañías agroexportadoras, grandes empresas de alimentos y grupos industriales.

Según el documento, “la evolución de las economías regionales demuestra que no existen las soluciones mágicas: la quita de retenciones y la devaluación del tipo de cambio no fueron suficientes para impulsar las exportaciones”. Durante los primeros ocho meses del año en curso las exportaciones mineras (medidas en cantidades) bajaron un 2 por ciento, mientras que el oro acumula una contracción del orden del 22 por ciento. El informe remarca que “la reducción de las exportaciones industriales no se explica exclusivamente por la crítica situación económica que atraviesa Brasil, ya que la caída en diversos rubros también se observa en las colocaciones en el mercado mundial”. Según la OMC (Organización Mundial del Comercio) este año el comercio se incrementará en un 1,7 por ciento, lo que supone el menor ritmo expansivo desde la contracción de 2009. Este organismo, que en su momento criticó la política comercial del gobierno anterior destinada a proteger a las industrias locales, advierte que esa tendencia no será revertida el año que viene. Según el informe de Radar, las actividades industriales vinculadas al crecimiento del sector agrícola se enfrentan, pese a un esquema macroeconómico que puede beneficiarlas, a la amenaza que significa el sustancial incremento del ingreso de importaciones. “La industria de productos filosanitarios se encuentra preocupada al observar que el crecimiento de la superficie agrícola y, por ende, del consumo de plaguicidas, no provocó un aumento de sus ventas. Por el contrario, las compras al exterior se vieron incrementadas en detrimento de la producción local”, destaca el documento (fuente: Tomás Lukin, “A 300 días, se exporta menos y entra de todo”, Página 12, 11/10/016).

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