Por Jorge Enrique Yunes.-

Puede resultar duro tener que parafrasear el título de esta nota con el Evangelio; sólo aclararía que la consabida orden emana en este caso supuesto del príncipe de la mentira y no precisamente de la segunda persona de la Santísima Trinidad.

Es que sólo así podemos comprender mínimamente la angurria y la desesperación por el dinero con la que se manejaron durante doce años los secuaces de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, la abogada exitosa. Y esto recién comienza, amigo lector.

Y me pregunto: ¿Qué espíritu maligno anidó en el corazón de estos inmundos seres?

¿Qué suerte de inmortalidad e infinitud los alentaba asegurándoles una impunidad absoluta que aún hoy nos siguen vomitando sin dejar de jactarse?

¿De qué hechura proviene tal asquerosa soberbia y angurria por el dinero mal habido?

El que medianamente esté cuerdo y conserve un poco de dignidad humana y ciudadana, no podrá comprender nunca la conducta de los Néstor, los Lázaro, los Cristóbal, los Jaime, los López, los Boudou, los De Vido o las Cristinas.

Esto es así porque humanamente nos supera. Nos entristece. Nos enfurece.

Es que nos injuriaron como Pueblo. Nos mancillaron como ciudadanos de una República. Nos mintieron arteramente.

Por ello el escarmiento deberá ser absoluto, categórico, inapelable y ejemplificador.

Esta democracia, de poco más de tres décadas, no nos fue regalada. No nos fue gentilmente concedida. Nos costó sangre, sudor y lágrimas para que luego un conjunto de facinerosos kirchneristas se nos ría burlonamente a carcajadas mientras cargan desfachatadamente sus sacas de dinero espurio.

Confundieron la Democracia con la anarquía. La República con la dictadura de la corrupción.

Enorme labor le toca hoy a la Justicia toda para asegurar los destinos de la República. Enorme también deberá ser entonces el sincero y merecido reconocimiento de su Pueblo.

“Justicia es un firme y constante deseo de dar a cada uno lo que le es debido”. JUSTINIANO.

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