Por Hernán Andrés Kruse.-

No se vive bien en la Argentina. Nadie razona. Todos gritan, se enojan, pretenden imponerse por la fuerza y no por el convencimiento. Nadie escucha. Todos boxean. Quien piensa diferente pasa a ser, cuanto menos, un sospechoso. Todos se creen los dueños de la verdad absoluta, como si fueran descendientes directos de San Pedro. Hoy la política argentina es un gigantesco cuadrilátero donde sólo vale ganar por knock out. Pensar diferente ha pasado a ser un sacrilegio. El respeto ha sido reemplazado por la intolerancia y el fanatismo más desenfrenados. No se trata de convencer, de persuadir, sino de aplastar al enemigo.

Somos una sociedad profundamente antidemocrática. Que votemos cada dos años no significa que sintamos a la democracia como una filosofía de vida. No somos democráticos porque nos causa escozor la diversidad ideológica, la discusión civilizada, el razonamiento lógico. Somos una sociedad muy enferma. Desde hace muchísimo tiempo que no tenemos paz en el espíritu, que no somos capaces de llevar una vida tranquila, apacible. Somos, como bien señala Mempo Giardinelli, una sociedad atormentada. Somos una sociedad dominada por el odio y el resentimiento. Vivimos en compartimentos estancos, presos de un egoísmo patológico. Vivimos en una sociedad anómica. Nos causa placer comportarnos al borde de la legalidad.

La clase política es un fiel reflejo de lo que somos como sociedad. Si hacemos un culto de la mentira, el cinismo y la hipocresía, es lógico que nuestros representantes sean mentirosos, cínicos e hipócritas. La clase política es el fiel reflejo de la sociedad que la cobija. Nuestra clase política lejos está de ser una excepción. Desde siempre, salvo honrosas excepciones, nos ha mentido, se ha burlado de nuestra inteligencia, nos ha vendido buzones del tamaño del Aconcagua. Hace dos décadas parecimos reaccionar gritando “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Proliferaron las asambleas barriales y muchos políticos no podían salir de sus domicilios. En las elecciones presidenciales de 2003 se presentaron los mismos dirigentes que habían provocado la hecatombe y no dudamos en votarlos nuevamente. Es lógico que en la intimidad se rían de nosotros a carcajadas.

Es tan profunda nuestra decadencia que hoy los dos políticos más poderosos son rechazados al menos por la mitad de la sociedad. Ello significa que el poder es disputado por los dos políticos a quienes la sociedad sindica como los máximos responsables de la pavorosa realidad que nos agobia. Sin embargo, seguimos brindándoles una nueva oportunidad porque sus defensores creen que esta vez serán diferentes. Los macristas creen que si Macri es reelecto por fin se abrirán las puertas del desarrollo. Los cristinistas creen que si gana Cristina retornarán los buenos viejos tiempos.

No se vive bien en la Argentina. Todo se resuelve en la calle, apelando a la ley del más fuerte. Lo que es una defensa de intereses corporativos pasa a ser una defensa del interés nacional. Nadie dice la verdad. Todos encubren sus propias mezquindades. Es por ello que reconforta al espíritu, al corazón y a la mente, zambullirse en el pensamiento de quienes fueron grandes de verdad. Hacerlo ayuda a soportar tanta mediocridad, tanto egoísmo, tanta falta de respeto. Tengo en mis manos un libro de Editorial Perfil titulado “Jorge Luis Borges”, que contiene una serie de poemas del genial escritor. Al final hay unos pensamientos, unas máximas filosóficas, que no tienen desperdicio. Quisiera compartir con quienes tienen la amabilidad de leer este escrito estas reflexiones cuya lectura constituye, a raíz del carácter discepoliano de la época que nos toca vivir, un verdadero bálsamo.

Fragmentos de un evangelio apócrifo

* Desdichado el pobre de espíritu, porque bajo la tierra será lo que ahora es en la tierra.

* Desdichado el que llora, porque ya tiene el hábito miserable del llanto (…).

* No basta ser el último para ser alguna vez el primero.

* Feliz el que no insiste en tener razón, porque nadie la tiene o todos la tienen.

* Feliz el que perdona a los otros y el que se perdona a sí mismo.

*Bienaventurados los mansos, porque no condescienden a la discordia.

* Bienaventurados los que no tienen hambre de justicia, porque saben que nuestra suerte, adversa o piadosa, es obra del azar, que es inescrutable.

* Bienaventurados los misericordiosos, porque su dicha está en el ejercicio de la misericordia y no en la esperanza de un premio.

* Bienaventurados los de limpio corazón, porque ven a Dios.

* Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque les importa más la justicia que su destino humano (…).

* Que la luz de una lámpara se encienda, aunque ningún hombre la vea. Dios la verá (…).

* Los actos de los hombres no merecen ni el fuego ni los cielos.

* No odies a tu enemigo, porque si lo haces, eres de algún modo su esclavo. Tu odio nunca será mejor que tu paz (…).

* No exageres el culto de la verdad, no hay hombre que al cabo de un día, no haya mentido con razón muchas veces (…).

* Yo no hablo de venganza ni de perdones; el olvido es la única venganza y el único perdón.

* Hacer el bien a tu enemigo puede ser obra de justicia y no es arduo; amarlo, tarea de ángeles y no de hombres (…).

* Busca por el agrado de buscar, no por el de encontrar (…).

* Felices los valientes, los que aceptan con ánimo parejo la derrota o las palmas (…).

* Felices los felices.

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