Por Jacinto Chiclana.-

Aunque resulte difícil pensar que alguna vez pudiera sonar un tiro para el lado de la justicia, en este hermoso pero vapuleado país al que están saqueando desde hace décadas sin lograr fundirlo del todo, existiría una mínima posibilidad, dado el carácter y dimensión del inmenso y aún no develado del todo latrocinio cometido en estos doce últimos años, que se materializara la devolución, por lo menos parcial, de lo que se robaron estos “patriotas adalides de la inclusión social y los derechos humanos”.

Quién nos dice que por sortilegio del destino terminan finalmente en cana unos cuantos, desde la jefa supérstite de la banda de boqueteros, hasta el último pinche “correveydile”, ahora llamados elegantemente valijeros, que imitando a los viejos coordinadores de películas entre cine y cine, llevaban raudamente en sus motos los “tellebis”, pringosos de espesa y olorosa inmoralidad.

Sería el colmo de la felicidad que la chiruza de Tolosa pasara una temporada de Orange y Black, en una modesta celdita de cuatro por cuatro, con inodoro, lavatorio, cama y banco de acero inoxidable y grueso barrotes con vista al hermoso pasillo del penal de Ezeiza… ¡Dios lo permita y lo avale!

¿Qué mayor felicidad podría depararnos el destino que verlo al Amado pulsando la guitarrita en la zapie más oscura del de Olmos, a modo de nuevo domicilio legal, con seguro antitrucho ad hoc?

Qué edificante sería reeditar lo del “batayón militante” con los Jaimes, los Schiavis, los Sciriglianos, los Fernández, los Zacarías, los Echegaray y los otros integrantes menos conocidos de esa absurda e inmoral murga candombera!

Y a la cabeza de la invertida agrupación, revalidando ahora en serio, el sospechado título que nadie ha visto, la reina de la bailanta.

Y si a la alegría infinita de verlos encanados -por pura justicia y nunca por venganza lisa y llana- le agregáramos la dicha de verificar que con el producto de gran parte de sus jugosos botines surgen nuevos hospitales, nuevas escuelas y hasta nuevas cárceles, cundiría la alegría como pócima de felicidad, entre el pueblo consuetudinariamente esquilmado.

Pero claro, siempre hay un pero.

Nunca podrán devolvernos estos doce largos años envueltos en sus mentiras.

Ese tiempo valiosísimo, en el que nosotros, los herejes agnósticos que les vislumbrábamos la baja estofa que constituía sus esencias, bajo la falsa pátina de militancia patriótica que nos vendían; ésos que fuimos llamados de decenas de formas despreciativas, los socios de corpos inventadas e inexistentes, los despreciables de los zapatos lustrados, los asquerosos de la ciudad Capital, los que ansiábamos con viajar a Miami, los que no comprábamos a ojos cerrados tanta enjundia verborrágica para ocultar sus auténticas inmoralidades; nosotros nunca recuperaremos estos doce años entregados a los ladrones de cuarta categoría que vinieron a tomar por asalto a la Nación, luego de dejar exhaustas sus provincias y arrasar con todo.

Claro que junto con los asquerosos opositores que olíamos sus hedores disimulados con caros perfumes importados, fueron también estafados quienes, de manera inocente y sin cobrar por ello, adherían al presunto proyecto que liquidaría de una vez y para siempre la desnutrición infantil y la pobreza.

Lo cierto es que nosotros y ellos rifamos doce años de nuestras vidas, mientras los malditos de toda maldición construían sus “criptas”, que curiosamente huelen a guita en vez de a cadáveres, cavaban sus sucios agujeros en los que enterraban el producto de su codicia, utilizaban los medios del estado como si fueran propios y se hacían enviar los diarios y revistas los domingos por la mañana bien temprano, en un jet que costaba, entre ida y vuelta, lo mismo que una sala de alta cirugía de cualquier hospital.

Edificaban sus mansiones, bebían champán importado, compraban sus barcos de lujo, construían cascos de estancias siete estrellas en el medio de la nada, coleccionaban relojes que valen lo mismo que un auto… y hablaban y hablaban… madre mía como hablaban… hablaban hasta cuando dormían… y pontificaban sobre un modelo de ficción que nos vendían como si fuésemos ignorantes palurdos y analfabetos.

Esos doce años, no nos los devuelven más.

Los hemos perdido, fueron, no existen más… nunca los recuperaremos ni podremos volver atrás.

Cada uno, transite la etapa de su vida que le toque, deberá pasarlos a “pérdidas irrecuperables” o como sea que lo llamen los contadores.

Y más allá de los bienes escamoteados a lo que realmente importa, lo más obsceno de semejante engaño, es ese… ¡nos afanaron el tiempo….!!

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