Por José Luis Milia.-

“Alguno, en disenso, querrá recordarnos que estamos en democracia, sin observar que nuestra democracia es muy sui generis: lloramos por las víctimas del terrorismo en Europa, pero lanzamos flores al río reivindicando a los terroristas locales.”

Para el gobierno de Cambiemos, los muertos que Maby Picón arrastra en su dolor desde hace años -su marido, el Capitán Viola y su hijita María Cristina, de tres años, asesinados en 1974 por el ERP en Tucumán- carecen de importancia; peor aún, ni siquiera tienen la identidad de símbolo que la izquierda y los cagones “bienpensantes” y políticamente correctos -políticos y periodistas- les han dado a los terroristas muertos ni, menos aún, la calificación de “juventud maravillosa” que impúdicamente hoy ostentan los facinerosos sobrevivientes cuando se pasean como querellantes junto con los alcahuetes de la secretaría de derechos humanos en las tramoyas judiciales que monta la justicia federal; el último invento de estos rufianes, la megacausa Operativo Independencia, es una perversa forma de desprecio a los deudos de las víctimas ya que los asesinos del Capitán Viola y su hija se abrazan en la querella con los funcionarios mandados por Avruj.

Pero esta ofensa no se circunscribe a una sola madre y esposa, ésta multiplica padres, hijos, hermanos… por lo menos por mil noventa y cuatro veces que es el número de asesinados por el terrorismo en la Argentina y a los que deberíamos sumar a aquellos que sobrevivieron a los atentados pero que quedaron con secuelas irreversibles por las heridas recibidas. De ninguno de estos se habla, cargan con ellos cualquiera de los sambenitos infamantes que las “orgas” de derechos humanos les han adjudicado: ser de derechas, ser milicos, oponerse a la “revolución” o simplemente arrastrar la mala suerte de haber pasado por el lugar equivocado a una hora desafortunada. Nunca esperemos que un político o un periodista hablen de ellos, son brasas ardientes recuerdo de una parte de la Argentina que hizo del ejercicio de la muerte una sinrazón absoluta y que queman las manos de los cobardes que defienden a los muertos que los mataron o que callan vergonzosamente dando a entender con sus silencios comprados que en la Argentina hay muertos y muertos…

La única realidad que nos muestra hoy la Argentina es que en este tema nada ha cambiado, aún seguimos arrastrando la teoría que una pareja de malandrines pergeñó para robar con tranquilidad: que se necesitan los fueros que da la izquierda.

Se sigue ocultando que la subversión mató sin asco a otros argentinos y se calla de manera pusilánime el hecho que de haber triunfado ésta hubiera convertido a nuestra tierra en una fosa común desde la Quiaca a Ushuaia. Por eso, la guerra contra la subversión es negada y tergiversada utilizando presunciones falaces, soslayada por puro oportunismo y apuntalada por un poder judicial cobarde y prevaricador. Visto de esta manera, es estúpido sorprenderse porque el presidente diga que desconoce cuantos terroristas desaparecieron en la “guerra sucia”, “ignorancia” y afirmación que enoja a los dueños de los derechos humanos y hace que asuste y ponga a prueba la debilidad de esfínter de los muñequitos de torta que juegan de “guardaespaldas intelectuales” como son Peña, Garavano, Vidal, Avruj y otros tantos que, perteneciendo a las corporaciones política o periodística, ensucian sus calzones y agachan la cabeza si la desquiciada Bonafini, (Macri dixit), los mira torvamente o si la gerente comercial del “emprendimiento Abuelas” se siente ofendida porque cree que estos pobres tipos- los funcionarios de Cambiemos- realmente se animan a pensar que sus hijos fueron realmente lo que fueron: asesinos y terroristas.

Estos hechos suceden en el país porque hemos permitido, como sociedad irresponsable y cobarde que somos, que se bastardearan conceptos elementales. Conceptos con los que en ningún lugar del mundo nadie se anima a jugar -salvo en aquellos dominados por Dáesh o Boko Haram- pero a los que aquí hemos teñido de una ambigüedad que los banaliza de manera rastrera: decir que se está por los derechos humanos mientras desde el 10 de diciembre más de veintisiete ancianos han muerto en los penales federales en situación de abandono producto de una cruel venganza, es reírse del derecho de gentes; decir hoy y acá- con 7.459 muertos, de los cuales por lo menos el 60% cayó en combate- que la guerra contra la subversión fue un genocidio es reírse descaradamente de seis millones de judíos o de un millón y medio de armenios, seres pacíficos que jamás levantaron un arma contra los que luego los mataron y que fueron eliminados por puro odio en condiciones mucho más infames; pero esto es lo que sucede en la Argentina “democrática” donde si uno piensa que los desaparecidos no son treinta mil debe abandonar cualquier aspiración política por más capacidad que tenga, ya que las matriarcas -y también los vividores- de los “derechos humanos” le saltarán al cogote y algún miedoso jefe de gobierno lo sacará arteramente de circulación.

Digamos las cosas como son. Primero, que los argentinos asesinados por la subversión son parias por los que ningún presidente argentino tirará una flor al río, y segundo, que aquellos que combatieron a la subversión deben morirse de mala muerte en las sucias mazmorras federales porque hay mucho dinero en juego en este curro como para que los que puedan perder este “yeite” se queden callados. Ellos no han perdido las esperanzas de continuar el negocio porque en verdad el gobierno ha comprendido bien que el “manoseo amoroso” de muertos de izquierda da fueros y tranquilidad y lo que realmente importa en este tema con el que muchos lucran desde hace cuarenta años es seguir con esta farsa aunque para eso la muerte ya haya cosechado más de veintisiete vidas de cautivos desde que la “transparencia” se hizo con el gobierno nacional.

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