Por José Luis Milia.-

8 de agosto de 1944

El Volksgerichtshof (Tribunal del Pueblo), era un tribunal especial de la organización judicial nacional socialista que tenía competencia sobre un amplio conjunto de delitos como la traición contra el Tercer Reich, la pureza racial, el sabotaje o el derrotismo.

Su modus operandi era básico, copiado del esquema de juicio que tantos éxitos le brindó a Lenin primero y a Stalin después para desembarazarse de cuanto enemigo real o imaginario anduviera por la Rusia Soviética. Los reos llegaban a él después de largas sesiones de tortura, principalmente psicológica, no existía la presunción de inocencia, los testigos eran puestos por el fiscal o la querella, y se esperaba que luego de un juicio de extrema brevedad la condena -muerte o campo de concentración- no se demorara. De esta manera, por más que creyeran que la toga y el birrete le daban jerarquía a la sentencia, el juicio no era otra cosa que una farsa.

Pero no sólo eran una farsa; al ser públicos eran también un circo donde los fanáticos de las Juventudes hitlerianas insultaban a los procesados buscando avalar a puro grito, las condenas que los jueces ya traían escritas de antemano.

Ese día de agosto de 1944 comenzó el juicio contra Werner von Witzleben, Mariscal de Campo del ejército alemán, y el resto de los complotados en el atentado del 20 de julio contra Hitler. Siendo von Witzleben el militar de más alta graduación que era juzgado, Freisler -el sádico por antonomasia de los jueces nazis- se ensañó con él. El juicio terminó, según la lógica nacional socialista, con los acusados colgando de cuerdas de piano.

Sin embargo, vale la pena detenerse en un momento del juicio; en el interrogatorio de Freisler a von Witzleben. Le habían quitado al Mariscal -por orden del juez- su dentadura postiza y el cinturón que sostenía sus pantalones; mientras era hostigado por el presidente del Tribunal, debía sujetar sus pantalones para que no se le cayeran, como sucedió un par de veces hasta media pierna, en medio de las risotadas de las Hitlerjugends.

Lo único que importaba, antes de la condena anunciada, era herir en su dignidad al Mariscal que osó oponerse a Hitler.

13 de septiembre de 2011

En medio de los insultos con que eran recibidos y que, al decir de un escriba de Página 12, estos se potenciaban “abrumadores, dentro de la sala, acaso acentuadas por las escenográficas formas del Teatro platense de la AMIA”, dio comienzo a uno de los tantos juicios a que nos han acostumbrado aquellos que han corrompido a la justicia dándole entidad de revancha.

So pretexto de una demora atribuida al SPF pero que era parte de la escenografía buscada, los jueces del TOF Nº 1 dejaron solos durante dos horas a los procesados, defendidos éstos por un exiguo número de hombres del SPF, mientras la fanática horda a sus espaldas no dejaba de insultarlos y amenazarlos. ¿Se quería quebrarlos?, ¿asustarlos? Los procesados, hombres de más de 85 años, no estaban en condiciones ni físicas ni psíquicas de prestar declaración, pero, quizás, esas dos horas de demora a puro insulto tenía por objeto conseguir los mismos resultados que se buscaron en otro lugar y en otro tiempo.

Al cabo de dos horas el presidente del TOF, Rozanski, hizo acto de presencia para dar comienzo al circo esperado por la turba. En ese momento se dio la orden que los procesados, todos en sillas de ruedas y esposados a ellas fueran llevados al escenario del teatro. El General Saint Jean, el más antiguo del grupo, fue izado el primero. Bamboleante en su silla de ruedas y entre las risas e insultos de las patotas reunidas fue subido al escenario. Todos sabían que esto era parte del ritual- para eso se había elegido un teatro- y como resultado, todos sabían que sería condenado. Lo único que importaba, antes de la condena anunciada, era herir en su dignidad al General que osó oponerse a los designios de la subversión.

Nadie puede dudar que a más de setenta años de estos perversos recuerdos, hemos recreado en Argentina, exitosamente, los rituales de una época infame. Sin pena de muerte explícita pero esperada dada la edad de los procesados, con acusados que han sufrido la tortura de estar a disposición de la justicia durante años sin proceso, maltratados y escarnecidos por patotas revanchistas solo faltan los uniformes pardos para asegurar que cualquier TOF dedicado a la “lesa humanidad” es un Volksgerichtshof.

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