Por José Luis Milia.-

“Como en las tragedias del teatro griego, todos saben lo que va a ocurrir, todos dicen no querer que ocurra, pero cada cual hace precisamente lo necesario para que suceda la desgracia que se pretende evitar”. Radomiro Tomic, Santiago de Chile, agosto de 1973.

Es posible que estemos viviendo el último acto de la tragedia que todos, sin exclusión, por acción u omisión nos empeñamos en desatar. Treinta y ocho años de estupideces repetidas no son el mejor caldo de cultivo para recrear un país en el que su sociedad ha crecido con la memoria maniquea como fuente de conocimiento, con la injusticia como principio moral, y con la tropelía social como algo digno de ser tolerado.

Nada de esto puede ser analizado sin tener en cuenta que la “institucionalidad” parida en 1983 llegaba terminalmente enferma. Solo la tozudez de aquellos que medraron con ella -y la cobardía de un pueblo- hicieron que esta democracia boba viviera hasta hoy. No obstante, desde el vamos, fueron los mismos políticos quienes infectaron a un sistema de gobierno que denominaban perfecto sin explicarlo, y que nos iba a educar, a dar de comer y a sanar sin decirnos como. Lo hicieron atacando lo más importante que una sociedad tiene: la educación pública. Hoy nos aterra el manejo que de ella hacen seres primarios como Baradell, Alesso, Escayola y otros de la misma ralea, pero cabe acotar que estos no nacieron por generación espontánea, son los hijos del Congreso Pedagógico de Alfonsín que, si bien no llegó a nada de lo que en superficie pregonaba, sentó las bases de la degradación educacional en el país.

Esto es lo que, junto a un manejo pésimo de la economía y un uso infame de la desinformación histórica explican a estos casi cuarenta años, y seríamos cómplices si no incluyéramos en esta lista de desatinos el burdo manejo de las relaciones exteriores, manejos que, en los acuerdos de Madrid y el pacto con Irán orillaron la traición a la Patria.

La pregunta que los argentinos se repiten hasta el cansancio es: ¿hay futuro?; la realidad nos dice que es probable que se nos haya acabado el tiempo; esa realidad tiene números, la pobreza raya en el 42,3%, la caída del PBI fue el 9,9% el año pasado, cada vez son menos, un 38% de la población, los que trabajan para subsidiar a un resto que se ha acostumbrado a la limosna, y el hecho más trágico que nos muestra esta mezcla de pandemia, miedo e ineptitud es que de cada 10 chicos, 6 son pobres, con todo lo que ello conlleva: subalimentación, deserción escolar, drogas, etc.

Pensar en que escenarios se podría resolver el futuro de la Nación, en medio de un año eleccionario, donde la lacra política nos obliga a sortear entre ellos cargos, canonjías y latrocinios varios, implica mucho más que un ejercicio conjetural, porque los pocos escenarios que podemos suponer nos dicen que en la mayoría de ellos la violencia será una invitada de lujo. No hay, no puede haber un pronóstico, el futuro de la república se ha convertido en una adivinanza. Como dice Guadalupe, mi nieta de siete años, “Esta es la suerte loca, lo que te toca, te toca”.

Pero en esta timba mistonga en que el pero-kirchnerismo ha convertido al país, hay aún unas pocas precisiones que se pueden hacer; la primera es que solo hay una persona política a la que se puede definir como intuitiva, inteligente e inmisericorde: Cristina Fernández. Que a ella no le importe el país sino que su lucha sea obtener un certificado de impunidad y la posibilidad de llevar adelante una venganza largo tiempo imaginada y meditada es una verdad de Perogrullo, pero no por ello deja de ser la realidad que un 30% del país acompaña.

Lo segundo que podemos precisar es que la oposición no ha perdido la iniciativa, lo real es que nunca la tuvo. Debilitada ideológicamente, su necesidad lacayuna de ser considerada “políticamente correcta” le ha ganado la desconfianza de buena parte de su electorado y sus esfuerzos están dirigidos más contra aquellos que pueden quitarles votos -NOS, las coaliciones liberales, grupos provinciales o vecinales- que en plantarle cara a un oficialismo que va por todo. Que dado el estado en que se encuentran las instituciones del país aún haya en la oposición “palomas” que creen que se puede consensuar con el kirchnerismo nos da una idea de su debilidad. De esto podemos inferir que si la imagen del gobierno cae se debe solo a sus propios errores y desaciertos, no por las ideas o por la acción de la oposición.

El pero-kirchnerismo se ha apropiado de la justicia electoral sin que a la oposición le tiemble el alma, los intendentes afines al Frente de Todos, en especial los del conurbano, ya han elevado al Juez Ramos Padilla las listas de quienes serán presidentes de mesa, en los partidos donde manda la oposición listas similares han sido confeccionadas por “la Cámpora”, mientras tanto la oposición discute sobre el sexo de los ángeles y la procreación de los unicornios. Podríamos imaginar más escenarios, pero solo serían imágenes especulares de éste. Es probable que solo nos falte la esponja con vinagre para decir: “Todo se ha consumado”.

Bergson decía: “El futuro no es lo que va a venir, sino lo que nosotros vamos a hacer”, si esto se hace carne en nosotros, quizás, y sólo quizás, aún brille una luz de esperanza en la República.

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