Por Hernán Andrés Kruse.-

Hace medio año que Alberto Fernández es el presidente de todos los argentinos. Asumió el 10 de diciembre del año anterior y pareciera que hubiera pasado mucho tiempo. No se puede hacer un balance de su gestión si previamente no se hace mención a la manera como el jefe de Gabinete de Néstor Kirchner llegó a la presidencia. Hasta el 18 de mayo de 2019 Alberto Fernández vivía como cualquier mortal. Es probable que ni siquiera imaginara cómo cambiaría su vida a partir de aquel día. ¿Qué sucedió? Cristina Kirchner le ofreció nada más y nada menos que encabezar la fórmula presidencial del Frente de Todos. Fue una jugada de ajedrez que pateó el tablero político nacional. Hasta ese momento todo parecía indicar que el entonces presidente de la nación, Mauricio Macri, se alzaría con la reelección. A pesar del desastre económico que estaba provocando su política económica, la presencia de Cristina encabezando la fórmula presidencial de la oposición no hacía más que favorecer al oficialismo. Macri, obviamente, apostaba a la polarización con la ex presidenta. Era la única carta que estaba en condiciones de jugar. Sólo comparándose con Cristina podía tener chances de ganar.

Cristina era consciente de ello. Sabía que alrededor de un 35% de la población la votaría pero que el restante 65% estaba dispuesto a votar por cualquiera con tal de impedir su retorno al poder. Macri jamás imaginó la táctica de Cristina. Creo que nadie lo hizo, salvo su hijo. Lo cierto es que a partir del 18 de mayo de 2019 el presidente quedó en estado de shock porque enfrente ya no tenía a Cristina sino que pasó a tener a un dirigente moderado, amable, que siempre se caracterizó por el diálogo y los buenos modales. Se quedó sin la enemiga perfecta. Y fue incapaz de acomodarse a la nueva situación. Cristina comenzó a ganar la elección presidencial aquel día. El golpe de knock out que recibió Macri el día de las PASO fue fulminante. La diferencia fue tan grande que al día siguiente, para vengarse de quienes no lo habían votado, nada hizo por detener una feroz devaluación que en cuestión de horas hizo que el dólar subiera casi 20$. Fue la más cabal demostración de su incapacidad para aceptar la derrota. Sin embargo, Macri logró levantarse y luego de encabezar numerosos actos masivos a lo largo y ancho del país logró perder en la primera vuelta por apenas ocho puntos. Dijo Miguel Angel Pichetto, compañero de fórmula del presidente, que con un mes más de campaña, Macri hubiera forzado el ballottage. Es probable. Se trata, obviamente, de un hecho contra-fáctico. Lo cierto es que esa noche el 48% del electorado eligió a Alberto Fernández para presidir los destinos del país durante los próximos cuatro años.

Afortunadamente la transición fue civilizada. Si bien la relación entre el presidente y su sucesor era bastante fría primaron la sensatez y la tolerancia. Prueba de ello fue que el dólar se tranquilizó. En ese ambiente de tensa calma se arribó al 10 de diciembre. En un hecho inédito el presidente electo salió de su domicilio conduciendo su auto acompañado por la primera dama hasta la entrada principal del Congreso, donde lo esperaba la Asamblea Legislativa. Era la primera vez que un presidente no peronista le colocaba la banda presidencial a un presidente peronista. Luego de prestar el juramento correspondiente y ya como presidente, albero Fernández llegó el discurso correspondiente. La frase que más me impactó fue, palabras más, palabras menos, la siguiente: nadie tiene la verdad absoluta. Todas las opiniones son relativas. Desde el vamos Alberto Fernández admitía que él podía no tener razón y que su adversario sí podía tenerla. No lo nombró pero seguramente se apoyó, como profesor de derecho que es desde hace tanto tiempo, en el ensayo de Hans Kelsen ¿Qué es la justicia?

Al día siguiente comenzó a gobernar. Había recibido, qué duda cabe, una pesada herencia, muchísimo más pesada que la dejada por Cristina a Macri. El problema más acuciante era el alto porcentaje de argentinos que estaban en la pobreza. Se trata, obviamente, de un problema estructural pero que Macri contribuyó, con su política económica, a ahondar. Alberto Fernández era plenamente consciente de ello pero desde el vamos remarcó que para ocuparse de semejante problema (no era el único, vale aclarar) primero había que resolver el tema de la deuda externa. La alocada política de endeudamiento de Macri, legitimada por el FMI, había conducido al país a un callejón sin salida. El presidente se encontró con un problema sumamente grave y para solucionarlo nombró como ministro de Economía a un experto en el tema, Martín Guzmán, discípulo del Nobel de Economía Joseph Stiglitz. Cómo convencer al FMI y a los lobos de Wall Street que Argentina estaba dispuesta a pagar pero que por el momento era imposible, fue la tarea que Fernández le encomendó a Guzmán.

En eso estaban el presidente, su ministro de Economía y el resto del gabinete cuando entró en escena un invitado no deseado: el coronavirus. Al principio el gobierno no le prestó la importancia correspondiente, a tal punto que en una conferencia de prensa el ministro Ginés González García afirmó que era un problema de China y que, por ende, Argentina no tenía por qué preocuparse. Al poco tiempo el Covid-19 le demostró lo equivocado de su diagnóstico. Alberto Fernández tuvo la oportunidad de ver cómo el coronavirus arrasaba a España, Italia, el Reino Unido y Estados Unidos en plena época invernal. Aquí, al ser verano, nadie sabía de la existencia del virus. En marzo, alguien proveniente del exterior lo introdujo al país y comenzó el baile. En pocos días el presidente y su atribulado ministro de Salud tomaron conciencia de la gravedad del problema. Demostrando una gran responsabilidad Alberto Fernández convocó a un grupo de epidemiólogos para que le dijeran cómo encarar la cuestión. El presidente les hizo caso y el 20 de marzo anunció la ya histórica cuarentena. El Covid-19 se había transformado en una obsesión para el presidente, a tal punto que muchos analistas consideran que aquel día comenzó el gobierno de Alberto Fernández.

Los argentinos nos vimos obligados a recluirnos en nuestros hogares. Ya no hubo distingo entre el día laborable y un sábado o domingo. El silencio se apoderó de las calles. Era una situación inédita por donde se la mirase. El país soportó una cuarentena estricta durante los últimos diez días de mazo y todo abril. Fue muy duro, realmente. A partir de mayo comenzó a flexibilizarse hasta casi desaparecer en varias provincias. Durante todo ese tiempo los números eran halagüeños ya que el número de contagiados y fallecidos era muy bajo en comparación con Chile y Brasil, por ejemplo. Todo marchaba sobre rieles hasta que la política metió la cola. Desde la oposición se comenzó a criticar la actitud del presidente en relación con el parate económico. Aprovechando la poco feliz frase presidencial “entre la salud y la economía, me quedo con la salud”, la oposición directamente acusó al presidente de desentenderse de las graves consecuencias económicas de una cuarentena prolongada. De golpe se instaló la ridícula antinomia cuarentena-anticuarentena fogoneada por los medios de comunicación tradicionalmente antikirchneristas.

En junio el número de contagiados y fallecidos comenzó a aumentar, a tal punto que desde hace unos días el número de los primeros ya superó los mil diarios y el de los fallecidos los 20 diarios. Lo lógico sería endurecer la cuarentena pero el problema es que no sería tolerado por una sociedad cansada y angustiada. ¿Qué hacer entonces? En eso están el presidente, el jefe de gobierno de la CABA y el gobernador de Buenos Aires, ya que la inmensa mayoría de los infectados y fallecidos pertenecen al AMBA. Todo parece indicar que en esa región la cuarentena continuará hasta fines de julio aunque existen diferencias entre Rodríguez Larreta (partidario de un aflojamiento de la cuarentena) y Axel Kicillof (partidario de un endurecimiento de la cuarentena).

La centralidad del coronavirus no implicó que el presidente se desentendiera de la deuda. El FMI apoya al gobierno, entiende su posición. No sucede lo mismo con los lobos de Wall Street. No están dispuestos a ceder un ápice, lo que ha obligado a Alberto Fernández a extender en varias oportunidades el plazo para llegar a un acuerdo. Ahora, el día D es el próximo viernes 19 de junio. Las negociaciones son por demás complejas pero todo hace suponer que finalmente se arribará algún tipo de acuerdo. Mientras tanto, y de manera sorpresiva-al menos para la opinión pública-el presidente anunció el lunes 8 la intervención y posterior expropiación de la empresa cerealera Vicentin, localizada en el norte de la provincia de Santa Fe. El jueves el presidente recibió en Olivos a sus dueños pero, a tenor de lo que sucedió a partir de entonces, todo parece indicar que al gobierno le estalló un serio conflicto. ¿Será similar al de la 125? El tiempo lo dirá. Lo real y concreto es que la empresa presentará lucha y que el gobierno deberá pagar un alto costo político si finalmente la empresa es expropiada.

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