Por Luis Alejandro Rizzi.-

No es tarea fácil analizar estos seis meses de “Cambiemos” o de “macrismo”, si preferimos, con esa mala praxis de ver la política desde los personalismos.

Hay dos hechos que marcan una diferencia abismal con el “kristinismo”. Una de ellas es el clima diferente que se vive en al sociedad, algo difícil de explicar y definir, como es difícil explicar qué es el “alma” o el espíritu.

La otra es esa espontaneidad que, si bien pondría en tela de juicio el nivel de idoneidad de su “equipo”, que es esa virtud de reconocer los errores y rectificarlos o cometer otros, es un buen síntoma para la sociedad. No estábamos acostumbrados los argentinos a ese tipo de idas y venidas. Antes creíamos en los liderazgos infalibles, como fueron los de Alfonsín, Menem y el matrimonio “K”. Ellos tenían la verdad y los “otros” éramos los equivocados y a veces perversos. Carecemos del arte para administrar los distintos tonos de “grises” y distinguirlos del negro o blanco.

Hoy “Cambiemos” intenta crear un clima de amistad y en algún caso hasta algún “K” no pudo evitar disfrutar de ese nuevo aire. Algunas votaciones del congreso lo pusieron de manifiesto, si consideramos que todo el peronismo obedeció a los “K” sin chistar. Algunos dijeron con valentía política que ahora sin “ella” se sentían libres.

Por eso creo que lo que muestran las encuestas, manteniendo Macri un buen nivel de aceptación, es un buen indicio de que la sociedad que integramos está comenzado a pensar de otro modo, lo que no quiere decir que al primer indicio de un liderazgo de tipo populista nos reintegre a ese pasado que no quiere terminar de morir o de reconocer su “fin de época”.

Otra cuestión, que sumaría a las anteriores, es esa de confundir el bien personal con el bien general o bien común. Hecho que de algún modo expuso Fontevecchia en su editorial del diario Perfil del domingo pasado.

Traigo a cuenta esa aguda observación porque días pasados, hablando con varias personas, ellos me planteaban: “hasta el 10 de diciembre me iba bien, podía gastar, podía pagar la luz y el gas”. Intenté explicarles, con poca suerte, que el país estaba virtualmente paralizado y les nombré los índices de pobreza, la inseguridad, el estado de precariedad de los servicios públicos, las escasez en la provisión de bienes públicos, etc., etc., etc.

La respuesta fue de una cruel franqueza: “A mí me iba bien”. Hay pobreza porque mucha gente no quiere trabajar, prefiere la vagancia o la droga; que a las empresas les haya ido mal, “me gusta, se lo merecen”, además había un gobierno (por Moreno) que les hacía marcar el paso; pese a que casi todos me reconocían que se ganaban la vida trabajando para varias empresas y ganaban muy bien, pero al mismo tiempo me aclaraban que “esos hijos de puta me explotaron a más no poder”.

Así somos los argentinos. Cuando a esas personas les dije por los temas de la luz y el gas, que los servicios eran precarios, su respuesta fue terminante: “se robaron todo y nos cagaron y encima quieren mejores tarifas… claro, Macri se las dio… y los servicios están peor que antes…” Además, me desafiaron con aire triunfador: “¿Ud. nota alguna mejora?”

Creo que esta cultura media del argentino medio es lo que hay que cambiar, que es, además, como un estado de resentimiento contra la vida, porque si les creyéramos, todas esas personas me decían que tenían bienes y que en general “pasaban una buena vida…” pero si no los hubieran explotado, podrían estar mucho mejor…

Pese a tener bienes, se sienten inferiores, pero eso ya es un tema para la psicología o la sociología.

Estos seis meses de “Cambiemos” son muy poco tiempo. Hubert Reeves daba un ejemplo elocuente con relación a la duración del planeta y la aparición de la vida: si se redujera la edad del planeta a la duración de un día, un minuto equivaldría a tres millones de años. En ese caso, los primeros homínidos habrían aparecido sólo en los últimos dos minutos. Entonces me pregunto cuánto tiempo son “seis meses” para 80 años de decadencia y fracasos… Mi respuesta es menos que el tiempo que dura parpadear.

Nuestro mal ¿no será una cuestión de falta de paciencia?

Creo que también lucrar con la impaciencia es un buen negocio, político, económico, periodístico. Por eso les recomiendo leer lo que creo fue el último libro de Sábato, escrito con el formato de cartas, “La resistencia”.

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