Por Carlos Pissolito.-

Una novela del conocido escritor Jean Lartéguy, basaba su título en la mítica historia que relata cómo las pueblos montañeses de Laos engañaban a sus enemigos haciéndoles creer que disponían de grandes ejércitos haciendo sonar tambores de bronce en los valles intermontañosos. De allí su título de «Los Tambores de Bronce».

Más allá de la leyenda, sabemos que el engaño y las estratagemas han sido siempre vitales en el arte de la guerra. El que sabiamente aplicado no ha tenido otra finalidad que derrotar a nuestros enemigos con el mínimo esfuerzo.

Ahora, bien, siendo el negocio de la guerra, uno de carácter interactivo. Hay que reconocer que uno mismo puede ser objeto del engaño de un enemigo astuto.

Ergo, distinguir entre un tambor de bronce de un ejército marchando, todavía, sigue siendo una actividad importante para la Estrategia. O lo que el Mariscal Wellington denominaba como: “…averiguar lo que había al otro lado de la colina“.

Tal parece ser el caso que nos ocurre a los argentinos. Pues desde muchos años atrás; pero especialmente a partir de 1982, Malvinas, el Atlántico Sur y su proyección sobre el Continente Antártico vienen sonando fuerte.

No hay experto en Geopolítica que no lo afirme. Nos preguntamos, si no serán nuestros tambores de bronce.

Decimos esto porque hay otros sordos ruidos que oír se dejan. Tal es el caso de los que provienen de nuestro Norte.

Ya antes que fuéramos un país independiente, allí se cocinaban muchas cosas. Buenas y malas. Por ejemplo, para hablar de las primeras, baste recordar que muchos de nuestros próceres se educaron en la Universidad Real de Chuquisaca. De las malas hay muchas por recordar. La más importante es que Lima era la sede del poder español en América y que hasta allí debió el General San Martín llevar su campaña emancipadora.

Hoy como ayer, creemos que el peligro viene del Norte y no del Sur. Concretamente, nos referimos al narcotráfico con Bolivia, Perú y Colombia como los principales productores de cocaína y de pasta base que abastecen a nuestro mercado ilícito y envenenan a nuestros jóvenes. Aunque, también, habría que mencionar al norteño Paraguay con su producción de marihuana.

Si esta apreciación fuera cierta, tendríamos que plantearnos nuestra realidad estratégica en forma diferente de los que miran hacia el Sur. Y al igual que San Martín dirigir nuestros esfuerzos a conjurar ese peligro en esa dirección.

Por estos días, creemos que no sería necesario montar una maniobra ofensiva como la planteada por el Plan Continental sanmartiniano para liberar Lima; pero sí, una defensiva -probablemente parecida a la montada por Güemes- para proteger nuestra frontera Norte.

Aunque en aras al principio napoleónico que sostiene que solo la ofensiva promete el éxito. No deberíamos descartar la colaboración con los Estados nacionales de Perú, Bolivia, Colombia y Paraguay en la contención de ese flagelo mediante la cooperación y la coordinación de nuestros esfuerzos con ellos.

Todo lo dicho no invalida que efectivamente no debamos recuperar nuestras Malvinas y proyectarnos sobre el Atlántico Sur y el Continente Antártico. Pero, en este sentido, la Estrategia es una ciencia exigente que demanda que nuestros enemigos sean batidos a medida que aparecen.

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