Por Juan José de Guzmán.-

Los políticos en nuestro país nos obligan a vivir en medio de una dicotomía constante. Si se inaugura un tramo de ruta, el gobierno preparará minuciosamente un acto, plagado de comparaciones con la gestión anterior (con inexactitudes e información no siempre veraz), donde se adjudicará la realización de la obra en su totalidad, en tanto que la oposición dirá todo lo contrario, que sólo fue un 10%.

Si el gobierno dice que ésta será la vacunación más grande de la historia, la oposición la contradecirá ante la ciudadanía afirmando que el nuestro ha sido el país que peor gestionó la pandemia, enrostrándole los más de 100.000 muertos.

En medio de estas discusiones diarias, nos hallamos los argentinos (convidados de piedra), a quienes se nos acusa de odiadores seriales, cada vez que criticamos la pésima gestión de éste o del anterior gobierno.

Unos, nos quieren convencer de que “esto que tiene gusto a jabón, en realidad es queso” y los otros, que “tal vez hayan cometido algún error en el manejo de la economía, pero que no cargarán sobre sus espaldas los muertos en pandemia que casi cuadruplican los 30.000 de la dictadura genocida (sic), como si una cosa tuviera algo que ver con la otra”. Todo esto sucede en medio de chicanas de los dos lados, previas a cualquier elección, que rozan el cinismo unas, mientras que otras son decididamente lamentables (el negro Fontanarrosa decía que como la velocidad de la luz es mucho mayor a la del sonido, algunas personas nos parecen brillantes un rato antes de escuchar las pelotudeces que dicen).

Sólo nos queda entonces ir a por el milagro entre tanto político, mediocre y/o corrupto, que pueda entronizar, como por arte de magia, al elegido, capaz de conducirnos hacia el país “que todos anhelamos”, sin grietas (ni márgenes al costado de la misma). Un país que nos permita refundar la patria con la que soñaron nuestros mayores, y también nosotros 200 años después.

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