Por Hernán Andrés Kruse.-

Ludwig von Mises comienza la primera parte de su libro “La acción humana” analizando al hombre en acción. ¿Qué es para Mises la acción humana? Su respuesta asombra por su sencillez: no es más que conducta deliberada. Pero no se conforma con dicha respuesta: “es movilizada voluntad que se transforma en actuación; es aspirar a fines y objetivos; es consciente reacción del ego ante los estímulos y las circunstancias del ambiente; es reflexiva acomodación a aquella disposición del universo que está influyendo en la vida del sujeto”. La acción consciente y deliberada es la antítesis de la acción inconsciente, de las reacciones involuntarias de las células y nervios de los hombres frente a los estímulos provenientes de las realidades externas. Cuando actúa, el hombre considera lo que acaece en su propio organismo y pondera aquello que sucede en el ambiente, como la conducta de los otros hombres y las condiciones climáticas.

Mises distingue la praxeología de la psicología. Mientras el objeto de estudio de la praxeología es la acción humana, la psicología analiza aquellos fenómenos psicológicos que dan origen a determinadas acciones. Mientras la praxeología se interesa por la acción como tal, la psicología estudia los fenómenos internos que provocan determinadas acciones. Mises también diferencia la praxeología del psicoanálisis. El psicoanálisis investiga, al igual que la psicología, aquellos factores que impulsan una determinada acción humana. El subconsciente psicoanalítico pertenece al ámbito de la psicología y no al de la praxeología.

La acción humana no es sinónimo de preferencia. Alguien puede sentir preferencias en un escenario donde los hechos se tornan inevitables. Normalmente los hombres prefieren el buen clima al mal clima, pero cuando hay una fuerte tormenta nada pueden hacer, salvo guarecerse. Gracias a la acción el hombre opta por una entre varias opciones para alcanzar un fin determinado. Como el hombre no puede disfrutar dos cosas al mismo tiempo elige una y desecha la restante. El domingo por la tarde el hombre puede salir a pasear con su mujer por el parque o ir a la cancha a ver a su equipo de fútbol. Como no puede salir con su mujer e ir a ver fútbol al mismo tiempo, debe necesariamente elegir una de tales opciones. Como bien señala Mises “la acción, por tanto, implica, siempre y a la vez, preferir y renunciar”. Si el hombre se decide por el fútbol, prefirió ir a ver a su equipo y renunciar a pasear con su mujer.

Para Mises la acción humana es algo real. Lo que realmente importa es la propia conducta del hombre, lo que éste realmente hace. Así concebida, conviene hacer una diferenciación entre la actividad consciente del hombre y el simple trabajo físico. Al actuar el hombre elige específicos medios para alcanzar determinados fines. El trabajo consciente es uno de los medios del que más se vale el hombre para conseguir sus objetivos. En determinadas circunstancias, es suficiente con que alguien diga algo para provocar lo que se propone. Es el caso del capataz cuando ordena a los obreros que se esfuercen más en el trabajo. En este caso el capataz se ha limitado a ordenar algo; sin embargo, ha actuado. La praxeología no hace distingo alguno entre el hombre enérgico y el hombre indolente. Tanto el hombre que trabaja todo el día como aquél que se despierta al mediodía, actúan. El hombre actúa guiado por un propósito: sustituir su estado actual por otro estado más satisfactorio. El hombre actúa para estar mejor. Porque no está satisfecho con lo que tiene es que el hombre decide entrar en acción. “Es siempre el malestar”, dice Mises, “el incentivo que induce al individuo a actuar”. En una sociedad plena, donde todos están absolutamente satisfechos, no habría necesidad de actuar. Al ser perfectamente feliz, el hombre se dedicaría a no hacer nada, al ocio, al reposo permanente. Ahora bien, ni el malestar ni el imaginarse un mejor estado de cosas son suficientes para inducir al hombre a la acción. Es esencial la presencia de un tercer factor: “el pensar cierta deliberada conducta capaz de suprimir o, al menos, de reducir la incomodidad sentida”. Si la acción no es previamente pensada por el hombre nada puede modificarse. Quien vive bajo tales condiciones, enfatiza Mises, es un ser humano, es homo sapiens y homo agens.

Los hombres siempre intentaron aprehender el origen último de la realidad, la fuente y origen de todo lo que existe a su alrededor. Siempre intentaron hacer filosofía. La ciencia no aspira a tanto. Y lo hace por una sencilla y contundente razón: porque advierte que la mente humana no está en condiciones, por sus limitaciones, de alcanzar semejante objetivo. Ahora bien, si bien la ciencia no puede hacer que el hombre aprehenda lo inaccesible, sí está en condiciones de hacer que retrotraiga los fenómenos a sus causas. Pero advierte que semejante empresa intelectual no está libre de obstáculos de todo tipo. El gran problema que se le presenta a la mente humana es que existen fenómenos que son presupuestos irreductibles. Si bien el progreso científico ha logrado avances extraordinarios, siempre habrá zonas de la realidad inaccesibles para el conocimiento científico, siempre habrá presupuestos últimos o finales cuya esencia es un misterio para el hombre. Mises sostiene que de nada sirve discutir si hay una (monismo) o dos (dualismo) sustancias esenciales. Dado el nivel de los conocimientos que posee el hombre, por ahora le resulta imposible brindar a tales problemas una solución satisfactoria para todo el mundo.

Según Mises la acción humana provoca cambios. La considera “un elemento más de la actividad universal y del devenir cósmico”. Constituye, por ende, un objeto digno de ser analizado científicamente. “Y puesto que-al menos por ahora-no puede ser desmenuzada en sus causas integrantes, debe ser considerada como presupuesto irreductible y, como tal, estudiada”, acota el pensador austríaco. Para el hombre, la acción humana es lo real. Hace a la esencia de su propia naturaleza y existencia, el medio de que se vale para protegerse y proteger a su familia, y para situarse por encima del resto del mundo animal y del mundo vegetal. Pese a que comparada con las grandes fuerzas del cosmos es insignificante, la acción humana es de vital importancia tanto para el hombre como para la ciencia.

La racionalidad es la nota distintiva de la acción humana. Ésta es siempre racional, enfatiza Mises. El hombre actúa motivado por un único fin: satisfacer algún deseo. Como nadie puede ponerse en lugar del hombre que actúa, vano resulta poner en tela de juicio sus deseos. Nadie está calificado para decidir respecto a otra persona qué es lo que debe hacer para alcanzar la felicidad. Quien así se conduce pone en evidencia su personalidad autoritaria. Dice Mises: “Quienes pretenden enjuiciar la vida ajena o bien exponen cuál sería su conducta de hallarse en la situación del prójimo, o bien, pasando por alto los deseos y aspiraciones de sus semejantes, dedícanse a proclamar, con arrogancia dictatorial, la manera cómo el prójimo mejor serviría a los designios del propio crítico”. Hay quienes sostienen que aquellas personas que sacrifican su vida en pos de ideales sublimes, como la libertad y la justicia, lo hacen motivadas por consideraciones irracionales. Para Mises, luchar por la libertad y la justicia es un acto tan racional como la toma de una decisión económica del ministro de Economía. Yerra quien considera que el conservar la salud sea más racional que el aspirar a satisfacer necesidades de índole espiritual, como escuchar un concierto de Mozart. El hombre comparte con los demás animales el deseo de vivir, de proteger su vida y la de su cría, y de sacar el máximo provecho posible de cualquier circunstancia que se presenta para mejorar su calidad de vida; sin embargo, hay algo que le es propio: su capacidad para optar entre dos o varias alternativas. A diferencia de los restantes animales, “la vida es para el hombre el resultado de una elección, o sea, de un juicio valorativo”.

El hombre lejos está de ser infalible. Se equivoca con frecuencia tanto en la elección de los medios como en su empleo. La acción humana, por ende, no es perfecta. Una acción errónea no le permite al hombre conseguir la meta apetecida. Ahora bien, una acción, por más inadecuada que sea, continúa siendo racional. El ministro de Economía que apuesta al blanqueo de capitales para hacer crecer la economía ejecuta una acción errónea, defectuosa, pero racional. Hace un siglo los médicos utilizaban determinados tratamientos para la cura del cáncer que hoy son considerados inadecuados. Sin embargo, su accionar era perfectamente racional ya que actuaban en función de lo que creían era más conveniente para los pacientes. Para Mises lo que se opone a la acción humana no es la conducta irracional “sino la refleja reacción de los órganos e instintos corporales al estímulo que no puede ser controlada a voluntad”.

La racionalidad hace a la esencia de la ciencia. Procura aprehender los hechos del universo empleando todo el saber (sistemáticamente ordenado) disponible. Ahora bien, al descomponer analíticamente el objeto a estudiar en sus elementos constitutivos, en algún momento, necesariamente, la mente llega a un límite que no puede franquear. “El sistema científico”, enfatiza Mises, “que guía al investigador hasta alcanzar el límite en cuestión resulta estrictamente racional. Es el dato irreductible el que cabe calificar de hecho irracional”. Las investigaciones de los médicos tendientes a encontrar una cura definitiva del cáncer, son racionales. Cuando los médicos reconocen que, al menos por ahora, más no pueden hacer, lo que han hecho es alcanzar ese límite señalado por Mises, más allá del cual no se puede hablar de racionalidad.

La causalidad es un requisito fundamental de la acción humana. El hombre es capaz de actuar porque está capacitado para descubrir aquellas relaciones causales que provocan cambios en la realidad universal. La acción humana, el hecho de actuar, presupone la categoría de causalidad, enfatiza Mises. Sólo quien es capaz de comprender el mundo a través de la causalidad está en condiciones de actuar. La causalidad es una categoría de la acción humana y la categoría “medios y fines” presupone la categoría “causa y efecto”. La acción humana y el raciocinio serían inviables sin causalidad y sin regularidad fenoménica. Gracias a la causalidad el mundo no es un caos permanente que haría del hombre un ser incapaz de encontrar orientación y guía. El hombre únicamente puede actuar si es capaz de percibir relaciones de causalidad. A lo largo de la historia el hombre siempre ha buscado la regularidad fenomenológica, la ley, porque desea intervenir, ser protagonista de la historia. Siempre se ha preguntado “¿dónde y cómo debo intervenir para desviar el curso que los acontecimientos adoptarían sin esa mi interferencia capaz de impulsarlos hacia metas que mejor convienen a mis deseos?”. Hay cambios, mutaciones, que por el momento son desconocidos para el hombre. El conocimiento científico es, en esta cuestión, parcial. Por el momento, a lo único a lo que aspirar el hombre es afirmar que en el 70% de los casos A provoca B, mientras que en el 30% restante C, D, E, etc. Para que el hombre pueda tener una información más completa debería ser capaz de descomponer A en sus elementos constitutivos. Mientras no pueda hacerlo, el hombre deberá conformarse con una ley estadística.

A manera de colofón, Mises vuelve a destacar a la causalidad como elemento esencial de la acción humana: “interesa tan solo a nuestra ciencia (la praxeología) dejar sentado que, para actuar, el hombre ha de conocer la relación causal existente entre los distintos eventos, procesos o situaciones. La acción del sujeto provocará los efectos deseados sólo en aquella medida en la que el interesado perciba tal relación”.

Share