Por Luis Alejandro Rizzi.-

La “convicción” tiene que ver con el convencimiento; más que una opinión, es “episteme”, y en esa palabra coinciden la psicología y la RAE, es “conocimiento exacto”. Como vemos, se trata de una virtud.

La “soberbia” es un vicio que en psicología tiene que ver con la “neurosis” y en el idioma expresa altivez y un desordenado apetito de ser preferido y también satisfacción y envanecimiento por la propia contemplación.

En una rápida comparación, podríamos decir que Mauricio Macri es símbolo de la “convicción” y Kristina lo fue de la “soberbia”.

Sin embargo, en las formas, la “convicción” y la “soberbia” pueden confundir, ya que el “soberbio” cautiva por medio de sus sofismas y el “convencido” lastima exhibiendo su conocimiento exacto sobre las cuestiones que debe resolver. Más de una vez hemos escuchado que la verdad asusta. Por eso somos tan propensos a mentir, a escuchar los cantos de las famosas ninfas, Licosia, Ligea y Parténope.

Se da una paradoja y tiene que ver con algo que le escuché a Jorge Giacobbe, cuando afirmó con razón que el “macrismo” luce como soberbio y no es amado por la gente, y agregó: “Kristina, si bien por una minoría, es querida e idolatrada”.

La simple conclusión sería que los dirigentes “populistas” en verdad cautivan y los cautivos ponderan la “soberbia” como virtud y, por el contrario, una mayoría ve al “convencido” como soberbio y por tanto no siente atracción; a lo sumo, puede pensar que lo necesita. Es como si fuera un amargo remedio.

El populismo que, como lo señala Orlando Ferreres, operó a pleno entre 1945/1950 y 2005/2014 con buenos índices de crecimiento, desperdició sus frutos, que fueron destinados “al consumo y a crear movimientos políticos básicamente populistas, pero no se invirtió mayormente, no quedó nada, pues el consumo es el de cada momento. Hemos llevado esta experiencia hasta el extremo en los últimos años, donde incluso se prohibieron muchas exportaciones claves, a otras se les pusieron altos impuestos adicionales (retenciones) y muchas trabas más. Esta experiencia llegó hasta límites impensados y por culpa de eso hemos tenido que comprar, por ejemplo, enormes masas de energía en el exterior pues perdimos el glorioso autoabastecimiento, logrado con muchos años de gran esfuerzo, desde el impulso que Frondizi y Frigerio le dieron a esa idea desde 1958”.

Por el contrario, en el otro ciclo de gran crecimiento de 1880 a 1914, el 60% del PBI se destinó a la inversión y la Argentina fue la octava potencia mundial. Puede admitirse que pudieron haber existido problemas en la “distribución” de los resultados de ese crecimiento, pero a partir del fin de ese ciclo exitoso, el país entró en un largo ciclo de atraso o, si se quiere, crecimiento insuficiente, con una gran disminución de la tasa de inversión y los pobres resultados están a la vista.

La extraña conclusión sería que los ciclos populistas atraen a las mayorías, en verdad, como decíamos antes, las “cautivan”.

Perón, en aquellos años de la década del 40 y en su regreso en 1973, y luego el kirchnerismo, el post-kirchnerismo convertido luego en kristinismo, se consolidaron con mayorías muy sólidas, en 1945, en 1951, en 1973, 1989, 1995 y más recientemente en 2007 y 2011 y en 2015, estuvieron a sólo casi 3 puntos de continuar con el poder.

Este afán por el consumo creo que está señalando graves errores en el sistema de educación primario, secundario y universitario, que no ha sabido generar un sistema de ideas o una cultura, si se prefiere, que pondere las virtudes del esfuerzo, el ahorro, el trabajo y el propio desarrollo humano, el que se confunde con el consumo ilimitado y el facilismo. La supresión de los “aplazos” en la Provincia de Buenos Aires durante el gobierno populista de Daniel Scioli fue una muestra cabal de la decadencia de nuestro sistema educativo, como también lo es el ingreso irrestricto a la universidad pública.

En los últimos 80 o 90 años, la sociedad de enamoró de la sofística, que es la expresión real de nuestro nivel cultural como sociedad y confiamos en los vicios de los soberbios cuyos resultados están a la vista de todos, aunque no todos quieran verlo, destrucción del estado en todo sentido, niveles groseros de pobreza e indigencia y un nivel de korrupción que supera lo imaginable.

Por el contrario, parecería que despreciamos a los convencidos que nos hacen saber que en verdad la vida de las sociedades consiste en ascender cuestas empinadas y para ello el ahorro y la inversión son parte de los medios que nos facilitarán ese ascenso permanente.

Pasa que para dialogar con el convencido necesitamos poner a disposición otras convicciones; por el contrario, como fue ejemplo Kristina, a los soberbios sólo se los escucha… es imposible dialogar. Tampoco puede dialogar un “soberbio” con un “convencido”, porque sus idiomas son diferentes.

Quizás la cosa sea pasar de una sociedad soberbia, que sería la “sociedad de masas”, a una sociedad convencida, y probablemente en ese momento cicatrizaremos la famosa grieta.

Share