Por Luis Orea Campos.-

Si bien a los capitostes kirchneristas de esos que peregrinan por los pasillos del templo de San Comodoro Py encabezados por la arquitecta egipcia nadie le compraría un auto usado tampoco nadie le encargaría la construcción de un edificio al ingeniero Macri después de ver la performance del primer año de gobierno por la sencilla razón de que al parecer se salteó la materia “Dinámica” de la carrera del rubro.

Que su grupo de colaboradores haya impulsado un extraño experimento que básicamente consiste en el insensato intento de reconducir el sistema político sin hacer política es comprensible dado el escaso conocimiento de ese ámbito que, salvo raras excepciones, tuvieron los integrantes de su dream team.

Pero que a un ingeniero civil, que debería conocer como el padrenuestro el sistema de referencia inercial newtoniano se le escape la tortuga de la forma en que se le escapó es francamente preocupante, a menos que su objetivo haya sido reproducir a nivel político la teoría del caos del belga Ylia Prigogine, quien sostiene que la realidad es una mezcla de desorden y orden, y que el universo funciona de tal modo que del caos nacen nuevas estructuras, llamadas estructuras «disipativas» que sería formaciones coherentes encargadas de permitir alcanzar un cierto orden a expensas de un aporte continuo de energía externa al sistema.

Aunque a juzgar por su airada reacción ante las sucesivas zancadillas de la oposición más bien parece que el caos que produciría en su gestión el agujero fiscal que le quiere fabricar la nueva UTE (Unión Transitoria de especuladores) legislativa le produce una irritante urticaria

Pero lo más inquietante de todo es que ha llegado a este punto donde su equilibrio inestable puede llegar a espantar las inversiones que son la columna vertebral de su mentado “proyecto político” por no haber considerado apropiadamente la fuerza inercial del último período kirchnerista.

En el año 2011 desde esta misma columna advertíamos antes de las elecciones presidenciales que “así como están las cosas tal pareciera que solamente un milagro puede salvar a la Argentina del desastre que sobrevendrá en caso de lograr el kirchnerismo imponerse en las urnas”. Tal milagro no ocurrió quizás porque Dios ya estaba aburrido de darles oportunidades de despegue a los argentinos.

El ingeniero Macri debió haber previsto con mayor precisión el impacto que los desaguisados del kirchnerismo iban a tener en su turno gubernativo y en consecuencia haber desarrollado ni bien asumió un mecanismo de protección.

Pero prefirió subestimar el poder de la fuerza inercial de cuatro años de paroxística locura cristinista y pensó que podía pararla en seco con sólo apelar a la racionalidad y al cansancio social que lo depositó en la Casa Rosada. No sólo eso, sino que siguió adelante con su tesis a pesar de la advertencia que fue el resonante fracaso de la suba de tarifas e ignorando las señales que iban apareciendo en el horizonte.

Si bien la pobreza, los despidos, la recesión y el malestar social no lo produjo Macri sino que es la consecuencia del período previo de doce años de jolgorio mal habido, no acertó a tejer una red de compromisos sólidos ni siquiera con sus propios aliados porque de alguna manera los siguió considerando parte de la “vieja política” denostada por su gurú Durán Barba, sin entender que no existe ni vieja ni nueva política, sólo existe la política a secas.

Ahora se enfrenta con un partido sin estructura territorial y con una alianza tembleque y controvertida a un peronismo que recién se está desperezando y al que paradójicamente no le conviene destronarlo sino convertirlo en un socio minoritario o en un rehén de sus pretensiones económicas y desgastarlo con guerrillas hasta que en 2019 llegue el momento de asestarle el golpe final y retornar al poder. Esa tensión es la impronta de los años por venir.

Al parecern ni Maquiavelo, ni Von Clausewitz ni Sun Tzu forman parte de su biblioteca.

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