Por Agustín Laje.-

-¿Puede explicarnos qué relación hay entre ideologia de género y la nueva izquierda?

Si por algo se caracteriza esta “nueva izquierda”, es por haber dejado de lado las viejas concepciones economicistas de “lucha de clases” y haberlas reemplazado por una estrategia de “batalla cultural”. Una de las consecuencias más importantes de este cambio es que la clase social ya no es definitoria del sujeto revolucionario de izquierda y, por lo tanto, el proletariado terminó perdiendo la centralidad que tenía en otros tiempos. ¿Qué define entonces al sujeto revolucionario de esta nueva izquierda? Sus propias prácticas discursivas. Esto es, la inyección de discursos ideológicos en grupos culturales minoritarios o conflictuados que, poniéndolos contra el sistema capitalista y los valores tradicionales de Occidente, los termine subsumiendo dentro de la prédica izquiedista.

Bajo esta lógica, la nueva izquierda ha creado nuevas ideologías: indigenismo, garanto-abolicionismo, derechohumanismo, ecologismo, feminismo, homosexualismo, etcétera. La “ideología de género” abarca estas dos últimas corrientes, y podría resumirse como una ideología que anula las determinaciones naturales que tiene el sexo, para hacer de éste nada más que mera cultura. Luego, todas las realidades vinculadas a la sexualidad son de lleno remitidas al campo de la cultura y se enseña que, para modificarlas, hay que destruir la propia estructura cultural vigente a través de lo que ya definimos como “batalla cultural”.

Así pues, a los homosexuales se les enseña que su posición minoritaria es consecuencia de una “cultura heternormativa” que hay que destruir, mientras que a las mujeres se les dice que los hombres son sus declarados enemigos en esta “cultura patriarcal”. ¿Qué traería alivio a estas sufridas vidas? Pues el triunfo de la izquierda, naturalmente.

-Y pensar que en los países comunistas los homosexuales y las mujeres no recibieron buen tratamiento…

Hay una gran paradoja en todo esto. Y es que la nueva izquierda busca hegemonizar sujetos que antes despreciaba o incluso perseguía. Las mujeres, por ejemplo, siempre han estado relegadas de la dirección política de los Partidos Comunistas que llegaron al poder en el siglo pasado (de hecho, la pasaron muy mal en la URSS, como doy cuenta en el libro). Los homosexuales, en la China maoísta tenían penas que iban desde la castración hasta la pena de muerte. En la URSS eran enviados a campos de concentración en Siberia. En Cuba, el Che Guevara los recluía en los campos de trabajo forzado de la Península de Guanahacabibes.

La tapa del libro, en efecto, es una caricaturización de esta paradoja: el Che Guevara convertido en homosexual y feminista. Hoy vemos muchas veces banderas del Che en las marchas del orgullo gay, lo cual es tan ridículo como si viéramos banderas esvásticas en marchas en favor del Estado de Israel.

-En vuestro libro también hablan de feminismo y “violencia de género”. ¿Cuál es la posición de la izquierda con respecto a este tema?

El feminismo comenzó siendo una consecuencia natural de las revoluciones liberales del Siglo XVII. Era un feminismo sano y justo: pedía derechos cívicos y políticos para la mujer. Pero esto pronto se iría deformando. Ludwig von Mises ya lo advertía en 1922, en su obra “El socialismo”, cuando decía que si el feminismo, yendo más allá de sus reivindicaciones de igualdad ante la ley, buscaba contrariar la naturaleza misma, iba a terminar siendo una pieza más del socialismo.

En efecto, ya desde el socio de Marx, Friedrich Engels, el socialismo intentó llevar la causa de la mujer para su lado. Le dijo que todos sus problemas tenían una raíz definible: la existencia de la propiedad privada. La misma raíz del problema de la explotación de clase. Por ende, la revolución del obrero no sólo liberaría al obrero, sino también a la mujer. Algo que jamás pasó, por supuesto (ni para unos, ni para otros).

Pero luego de Engels, el feminismo creció con fuerza en el mismo Occidente. Se fue despojando de este “clasismo”, y pasó a la estrategia “culturalista” a la que ya me referí. Dentro de ella, se ubica el problema de la “violencia de género”, como una forma de crear una sensación generalizada en la sociedad de que hay una guerra subterránea de hombres contra mujeres. La generación de conflicto es lo que mantiene viva a esta resucitada izquierda.

Y no es que la violencia de hombres contra mujeres no exista. Existe, y es lamentable y repudiable. El problema es que “violencia de género” es, en verdad, aquella violencia que está motivada por un odio hacia el otro género como tal. ¿En cuántas causas de aquellas que los medios califican como de “violencia de género” se cumple esta definición? ¿Cómo probar que el móvil de la violencia fue el odio de género? Por supuesto que jamás se prueba nada, pero la sociedad da por sentado que la violencia de género es simplemente la violencia que, de forma unidireccional, ejercer un hombre contra una mujer. Así se pervierte el lenguaje, para generar un conflicto que en nada ayuda a combatir las verdaderas determinantes de la violencia en sí.

-¿Puede hablarnos de lo que dicen algunas catedráticas feministas hoy sobre sexo y cultura?

Desde los años ‘70 a esta parte la izquierda empezó a focalizarse en el tema sexual como una poderosa arma de cambio cultural. Hay grandes referentes e intelectuales del feminismo que, de forma explícita, han establecido estrategias para reventar nuestros valores culturales y crear de esa forma condiciones favorables para una revolución de izquierda.

Uno de esos casos, que me ha llamado la atención, es el de Shulamith Firestone, quien en su libro “La dialéctica del sexo” reivindicaba el incesto y la pedofilia. Su “utopía”, su mundo “post-feminista” consistía en aquel en el cual los adultos pudieran tener sexo con menores, siempre y cuando éstos dieran su “concentimiento” (tamaña ridiculez) y, además, siempre que sus órganos sexuales tuvieran dimensiones penetrables para el adulto. ¡Recomendaba, incluso, que la primera felación del niño fuera practicada por su propia madre!

Otro personaje más cercano en el tiempo es Beatriz Preciado, actual profesora de la Universidad de París VIII. Ella ha inventado que el “heterocapitalismo” ha hecho del pene y la vagina “órganos sexuales hegemónicos” (¡como si su condición de órganos sexuales fueran determinaciones culturales y no naturales!). Para enfrentarse a esa “tiranía” y “resexualizar” el resto del cuerpo, escribió “El manifiesto contra-sexual”, donde recomienda una serie de prácticas de lo más estrafalarias para “desafiar la hegemonía”, como por ejemplo, aprender a masturbarse un brazo. Lo curioso es que en todas estas técnicas, presentadas como si fueran una receta de cocina, el cierre consiste en “fingir” (sic) un orgasmo. En este “fingir”, ella misma sin darse cuenta admite lo que al inicio negaba: que nuestra biología determina la realidad de nuestro cuerpo.

-El enemigo más grande de la izquierda parece ser el capitalismo. Sin embargo, vemos cómo las “grandes potencias”, y las grandes empresas que apoyan y promueven sus batallas culturales. ¿Cómo se explica?

Es cierto que la nueva izquierda se financia en gran medida gracias a un sector del poder financiero mundial. Pero ese sector es específico: se trata del sector “progresista” del poder financiero. Creo que es un error, un reduccionismo, pensar que la nueva izquierda es un apéndice de este sector financiero mundial, como si se tratara de algo bien homogéneo. Soros, Rockefeller, la Fundación de Gates, etc. siempre han apoyado a izquierdistas. Probablemente sean ricos con culpa, cuya psicología fue bien analizada por von Mises en “La mentalidad anticapitalista”.

-¿Cuál es la situación en Argentina en el tema de ideologia de género?

Aquí se está educando a las generaciones jóvenes, desde hace rato, con arreglo a los dictados de la ideología de género. Los aparatos del Estado han sido permeados por esta ideología y, creo yo, estaríamos en condiciones de decir que se ha vuelto “hegemónica”. Quienes intentamos desafiar sus dictámenes, somos presentados en sociedad como escoria e incluso perseguidos. El contexto es especialmente complicado, porque paradójicamente esta ideología se presenta como un canto al “pluralismo” y a la “diversidad”, pero en el fondo lo último que tiene es tolerancia. Y sin tolerancia no hay ni pluralismo ni diversidad.

-¿El gobierno de Macri está dominado culturalmente por esta nueva izquierda?

Está completamente sometido, en términos culturales, a los dictados de la nueva izquierda. Y no porque el gobierno de Macri sea de izquierda, sino porque es tecnoctrático, lo cual significa, en una palabra, que de cultura no entiende nada.

-¿Por qué la derecha está tan acomplejada sobre estos temas? ¿Y cómo se puede salir de esta situación?

Porque la derecha pensó que en 1992, con la caída de la URSS, que la izquierda estaba condenada al museo de antigüedades. Ese mismo año se publicó, por ejemplo, el best-seller de Francis Fukuyama: “El fin de la historia y el último hombre”, que tenía esta tesis precisamente, referida a que el capitalismo y la democracia liberal habían llegado a un triunfo definitivo. Por su parte, unos años antes, Daniel Bell había publicado “El fin de las ideologías”, donde vislumbraba un mundo sin ideologías que, como vemos, no fue más que una fantasía.

En suma, la derecha se durmió en los laureles de un triunfo parcial que luego la izquierda revirtió gracias a la contraofensiva cultural que viene dando desde entonces. La derecha se hizo “economicista”, y dejó de entender la importancia que el factor cultural tiene no sólo para la propia economía, sino para la política en términos amplios. De ahí que existan tantos liberales que han sido culturalmente cooptados por el discurso de esta nueva izquierda, y le hagan el juego sin siquiera advertirlo.

Dado que este juego de poder se dio en el plano de las ideas, salir de esta situación necesariamente nos lleva a este plano: si la derecha quiere enfrentar a la izquierda, deberá dar su propia batalla cultural. Pero para eso necesita de nuevos intelectuales, dispuestos a enfrentar la hegemonía, a embarrarse en el lodo de lo políticamente incorrecto, a ser descalificados e incluso perseguidos.

-¿Después de la salida de su libro ha tenido problemas por parte del lobby gay y del mundo izquierdista?

Muchísimos. Mi Facebook fue bloqueado en numerosas ocasiones. El Facebook de Nicolás Márquez, el co-autor del libro, fue bloqueado por un mes a causa de haber discutido por esa red social con una feminista. Fueron hackeados medios donde nos hicieron entrevistas. Recibimos amenazas y numerosos agravios de todo tipo.

-Una última pregunta. En Argentina hay quienes intentan despenalizar el aborto. Usted se define liberal. ¿Cuál es su posición en esta materia?

Como liberal, el primer derecho que defiendo es el de la vida, pues sin vida no hay libertad, ni ningún otro derecho que valga. La vida es antes que la libertad, por razones de mera lógica: para ser libre, primero hay que vivir. Por ende, estoy completamente en contra del aborto, en todos los casos. La ciencia ha dejado en claro que la persona por nacer no es una “parte” del cuerpo de la mujer, sino que tiene incluso un ADN propio y genera sus propios órganos (como la placenta o el cordón umbilical). Algunos argumentan que su falta de autonomía y autosuficiencia lo transforma en algo así como “pseudohumano” (parecido a lo que Hitler pensaba respecto de los discapacitados, ¿no?). Pero que la persona por nacer necesite de la madre para vivir es una realidad que se mantiene incluso fuera de su vientre. ¿O el recién nacido no sigue necesitando de su madre para vivir?

Otros dicen que “hay que legalizar el aborto porque, de hecho, ya ocurre y es una realidad social; legalizarlo ayudará a salvar a mujeres que abortan clandestinamente”. Con el mismo criterio, entonces deberíamos, por ejemplo, legalizar los asaltos a los bancos, porque también son parte de la realidad social, y porque éstos suponen un peligro de muerte para el ladrón que eventualmente podría sufrir un tiroteo contra las fuerzas de seguridad y morir. Que la mujer muera en el aborto clandestino es lamentable; pero es parte de los riesgos a la que ella misma se somete al tratar de matar una vida ajena, de la misma forma que un ladrón se somete a riesgos al tratar de cometer sus ilícitos violando derechos de terceros. En una palabra: el riesgo que conlleva el hecho de violar derechos inalienables no debería justificar la legalización de esa violación, sino una mayor vigilancia estatal para resguardar efectivamente esos derechos que se pretenden violar.

No hay argumento que nos permita violar el derecho a nacer y vivir. Lo curioso es que quienes están permanentemente inventando falacias para legalizar el aborto, sí tuvieron el derecho a nacer. Sería bueno que dejen de buscar entorpecer para otros el derecho del cual ellos mismos pudieron gozar.

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