Por Hernán Andrés Kruse.-

A raíz de la polémica desatada entre Sergio Palazzo, el combativo sindicalista de origen radical del gremio bancario, y Marcos Galperín, CEO de Mercado Libre, el periodista Daniel Muchnik decidió apoyar a Galperín lanzando una frase propia de un mafioso: “En Estados Unidos se acabó con Jimmy Hoffa (el poderoso líder sindical de los camioneros), matándolo”. ¿Acaso lo que pretende el periodista es hacer callar para siempre a Palazzo quitándole la vida? ¿Está propiciando su asesinato? De manera simultánea el presidente de la nación y candidato a la reelección arremetió con dureza contra Palazzo y contra su ex amigo Hugo Moyano, a quien acusó de ser el responsable del desempleo en la Argentina.

Consciente de que buena parte de la dirigencia sindical goza de una pésima imagen el presidente decidió situarla en el centro de sus ataques verbales con el evidente propósito de granjearse la simpatía de los sectores medios aún reacios a votar nuevamente por él pero que detestan todo lo que huela a sindicalismo. Cabe reconocer, en honor a la verdad histórica, que un buen número de dirigentes gremiales han hecho sobrados méritos para granjearse el odio eterno de millones de compatriotas. Muchos de ellos son los dueños de poderosas estructuras gremiales desde hace décadas y han sabido aprovecharse de esa situación de privilegio para enriquecerse de manera obscena. Más que representar a la clase trabajadora, esos dirigentes son desde hace mucho tiempo empresarios tan inescrupulosos como aquellos que pertenecen al establishment tradicional.

Esos dirigentes le han provocado un tremendo daño al sindicalismo como institución. En efecto, sin la presencia de semejante institución protectora de los derechos laborales, los trabajadores quedarían a merced del patrón. A raíz de la presencia de la institución sindical los dueños del capital se ven impedidos de hacer lo que naturalmente harían de no existir tal barrera: explotar a los trabajadores sin misericordia. De no existir la institución sindical los dueños del capital no dudarían un segundo en obligar a los trabajadores a trabajar a destajo, pagándoles una miseria y quedándose con la mayor parte de lo producido por el trabajador. Esa plusvalía, analizada magistralmente por Marx en el primer tomo de “El Capital”, goza de una actualidad asombrosa. El empresariado, al menos en Argentina, se ha hecho inmensamente rico explotando a los trabajadores (a pesar de los sindicatos) y haciendo negocios con el gobernante de turno.

La institución sindical es la única barrera que impide a los dueños del capital reducir a los trabajadores a la más abyecta esclavitud laboral. Si fuera por los empresarios, los trabajadores deberían trabajar de sol a sol, soportando todo tipo de humillaciones y vejaciones. Para aquéllos éstos son instrumentos descartables, engranajes de la gran maquinaria que al menor desperfecto son reemplazados por otros. Pues bien, el sindicalismo nació para impedir semejantes atropellos, provocando la ira del empresariado. Su eliminación significaría para los dueños del capital adueñarse definitivamente de la vida de los trabajadores durante la jornada laboral. A este fin apunta la tan mentada “reforma laboral” exigida por el FMI y defendida con énfasis por Mauricio Macri y el empresariado. La existencia de sindicalistas corruptos le sirve al presidente para justificar lo que en verdad pretende: la eliminación del sindicalismo como institución.

Macri sueña con una clase trabajadora sumisa, obediente y, fundamentalmente, indefensa. Sueña con un trabajador que se vea obligado a arrodillarse delante del empleador para conservar su trabajo. Sueña con el fin de los reclamos salariales, de las huelgas, de las rebeliones. Sueña con el fin de una institución que ha tenido el tupé de defender los derechos de los trabajadores, conquistados luego de mucho tiempo de lucha. Ese sueño puede hacerse realidad si el presidente consigue la reelección. Si finalmente logra imponer la reforma laboral los trabajadores deberán soportar condiciones laborales parecidas a las descriptas por Marx en la obra mencionada.

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