Por Luis Alejandro Rizzi.-

El episodio protagonizado por estas dos personas, una de ellas Presidente de la República, el otro, un conductor exitoso de la televisión, puso de manifiesto la cuestión argentina: Un país sin dirigencias o mejor dicho sin minorías.

Macri proviene de una clase dominante, sin rasgo alguno de aristocracia, quizás más bien de oligarquía. Tinelli se inició como movilero de José María Muñoz, aquel excelente relator de fútbol, que más de una vez contaba que las hinchadas al aparecer sus equipos tiraban “papelitos blancos de colores”, la simpleza del oxímoron.

Ortega decía que “lo que acarrea la decadencia social es que las clases próceres han degenerado y se han convertido casi íntegramente en masa vulgar”.

Pues bien, el “episodio” de las sátiras de Tinelli hacia Macri, ahora pulcramente suavizadas por lo que irán perdiendo interés, dado que la gente sospecha, con razón, que en esa “cumbre” se fijaron los límites del juego humorístico, aunque no lo hayan hecho.

Eduardo Fidanza escribió en La nación: “Cuando siendo el jefe del Estado, Macri confunde su cara con la de Tinelli, quiebra la distancia entre lo público y lo privado, y entre lo objetivo y lo subjetivo. Erosiona su institucionalidad, para convertirse en un personaje posmoderno del espectáculo. Aunque quizá no lo advierta, se deja atrapar por una «joda» de Tinelli, que encierra un mensaje subliminal destituyente. No se ve lo que gana, sino lo que pierde. Y se intuye que el showman se llevó la mejor parte.” Se resalta en la nota que Macri, se comportó de modo vulgar, palabra que en una de sus acepciones significa “algo impropio de personas cultas o educadas”.

Tinelli, en mi opinión expresión genuina también de una de las acepciones de lo vulgar: “Dicho de una lengua: que se habla actualmente por contraposición a las lenguas sabias”, puso de manifiesto la degradación o banalización de la política como tal que es la causa de este proceso decadente de la Argentina que lleva ya más de setenta u ochenta años.

El objetivo de la política es la búsqueda del bien común y para tener idoneidad para lograr tal fin es insuficiente con ser un buen o si se quiere sabio técnico. No basta con ser un excelente economista, sociólogo, abogado, medico, ingeniero, periodista o conductor televisivo, también oficio noble. Hace falta ser culto.

Aristóteles explicaba que no puede negarse que no sea natural y bueno para el cuerpo el obedecer al alma, y para la parte sensible de nuestro ser el obedecer a la razón y a la parte inteligente, en definitiva destaca la importancia de la “auctoritas” que simplificaría diciendo que es verdad, ejemplo y certeza, precisamente lo que distingue al hombre culto, al dirigente y el sentido que le doy a las minorías de las que hablaba antes, como elite conocedoras del repertorio de ideas de lo que es el hombre el mundo y las cosas.

Nosotros como sociedad debemos comenzar la tarea de formar minorías capaces de organizar el estado y restablecer el derecho de autoridad.

Nosotros como sociedad hemos padecido y padecemos la ausencia de una minoría selecta suficiente en número y calidad.

Nuestras minorías dirigentes vulgarizaron el concepto de sabiduría y durante los doce años “k” se trabajó groseramente en dirección para destruir la credibilidad de nuestros próceres como se hizo con Sarmiento impulsor de la educación pública, Roca como constructor del estado, o llamar Mariscal solano López a un cuerpo de artillería de Rosario como lo señaló Rosendo Fraga.

Con San Martín y Belgrano lo hicieron de modo más sutil ya que llegaron, de algún modo Néstor y Kristina, agregando a Perón, a compararse o ponerse en un pie de igualdad con aquellos. Es obvio en la comparación ganaban y de hecho disminuían la imagen de aquellos.

Este episodio “Macri-Tinelli”, como la “década ganada”, deben ser vistos en la perspectiva de nuestra decadencia que es la expresión del fracaso de nuestras dirigencias y de las últimas cuatro o cinco generaciones.

Cambiar no es bajar la inflación, arreglar con los “buitres” o sólo gobernar con honestidad, es otra cosa, es la de cambiar nuestros usos, regenerar nuestra cultura y hacernos entender que la mejor forma de garantizar nuestros derechos es cumplir con nuestras obligaciones.

Esa línea imaginaria marcará el comienzo del cambio que para los contemporáneos será imperceptible, solo en la perspectiva historia se podrá fijar el punto de inicio.

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