Por Malú Kikuchi.-

Soy argentina. Nací acá, generaciones de argentinos me preceden, con el orgullo de haber contribuido a “hacer la patria con coraje y de a caballo”. Hay tiempos, épocas, en que el orgullo se adormece y otros en que desaparece y se convierte en vergüenza. Mucha vergüenza.

No es necesario remontarnos 200 años atrás para recordar que, cuando recién asomábamos al mundo como independientes de: “los reyes de España y su metrópoli (9/7/1816) y de toda otra dominación extranjera” (Medrano, 19/7/1816), se cruzaron Los Andes. Y se libertaron Chile y Perú.

La Argentina nació como un país generoso de lo poco material que tenía y con una enorme vocación libertaria, que regó con su sangre por el continente. Así nacimos y así seguimos y luego llegó Luis María Drago con su, “América para el mundo”. También llegaron las 2 guerras mundiales, ambas con vergonzosa neutralidad de nuestra parte.

El camino recorrido ha sido zigzagueante, y no mejora. Quiero suponer que hay razones políticas de esas que los ciudadanos de a pie no entendemos, pero sería bueno y esclarecedor que alguien nos explicara la posición Argentina frente al tema del horror que está viviendo Venezuela.

Macri hizo su campaña presidencial del 2015 atacando los rasgos dictatoriales de Venezuela, defendiendo a los presos políticos de Maduro, en particular a Leopoldo López, cuya esposa, Lilian Tintori, festejó el triunfo de Cambiemos sobre la misma tarima que el presidente electo.

Cuando Tintori llega a Buenos Aires, el presidente Macri tiene tiempo para recibirla y darle su apoyo. No dudo de las intenciones de Macri con respecto a Venezuela. El problema es que, dicen y lo creo, que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones.

La Organización de Estados Americanos, OEA, está compuesta por 35 miembros. Su secretario general, Luis Almagro, ex canciller del Pepe Mujica, después de visitar Venezuela en diciembre 2015, propuso aplicarle “la carta democrática”. Si las 2 terceras partes de los miembros la votaran, se suspendería a Venezuela como estado miembro.

Se consiguieron en su momento 22 votos, hacían falta 24. Los países llamados del “petro Caribe” que reciben petróleo barato o regalado por Venezuela, apoyan el gobierno de Maduro. Si se llegara a votar, no cambiarían su voto. Mientras, el pueblo venezolano padece hambre, falta de medicamentos y atropellos de todo tipo.

Llevan 68 días en las calles de todos los pueblos, aldeas y ciudades de Venezuela. Los muertos, asesinados por los llamados colectivos bolivarianos (fuerzas paramilitares amparadas por el gobierno) ya suman 75, en su mayoría jóvenes de entre 17 y 25 años. Los detenidos por las FFSS son más de 2.000.

El coraje del pueblo venezolano se enfrenta con la guardia nacional, el ejército, la policía, los servicios de inteligencia, los colectivos bolivarianos -todos entrenados y quizás hasta comandados por cubanos- y la desesperación de un gobierno que teme por su libertad, consciente que de perder el poder de las armas, sólo les espera la cárcel o el exilio a un país sin extradición. Que son pocos.

Maduro, que escasamente habla español, sólo podría refugiarse en Cuba, una Cuba que a partir de marzo ya no será gobernado por Raúl Castro (seguramente por algún otro Castro, no hay monarquías más hereditarias que las comunistas), pero ya no será lo mismo, su amigo es Raúl, no otro pariente que no le debe favores.

Aunque la bolivariana república de Venezuela es un país extraordinario, donde los “héroes” se encarnan en “pajaricos” que susurran sabiduría al oído de Maduro, para que este después les pueda dar clases de derecho constitucional a las vacas venezolanas.

Mientras los detenidos venezolanos, civiles todos ellos, son juzgados por tribunales militares, casi sin poder hablar con sus abogados defensores, sin poder explicar que todo lo que pretenden es poder votar, elegir un presidente. Hecho permitido por la constitución de 1999, la de Hugo Chávez que, artículo 72, pasada la mitad del periodo presidencial si la Asamblea (congreso unicameral) así lo decide y lo aprueba un porcentaje determinado del padrón de cada estado (país federal), se llama a un referéndum revocatorio. Si lo pierde el gobierno, este debe llamar las elecciones presidenciales.

Ni siquiera lo han hecho con las elecciones municipales que ya se deberían de haber realizado. Maduro maneja los 3 poderes, Venezuela es cualquier cosa menos una república democrática. Y nosotros, ¿qué hacemos? Por supuesto que no se puede invadir Venezuela, ni ningún otro país; por supuesto que no podemos, ni deseamos amparar una guerra civil, pero algo, algo más que recibir a Lilian Tintori deberíamos poder hacer.

Susana Malcorra fue muy discreta, casi neutralmente discreta cuando peleaba su posible puesto de secretaria general de la ONU. Necesitaba votos. Pero eso ya pasó. El Perú del presidente Kuczinsky retiró su embajador de Caracas. Ni siquiera se habla de romper relaciones, simplemente retirar el embajador. Algo más que palabras de simpatía por un pueblo que sufre, un pueblo hermano, un pueblo con hambre y sin remedios, sin justicia, ni libertad.

Puede que haya profundas y complicadas razones políticas para actuar como lo estamos haciendo. Todo es posible. Puede que sin que lo sepamos se estén haciendo muchas y buenas cosas a favor del oprimido pueblo de Venezuela. Pero como no lo sabemos, por ahora, como argentina en particular y como americana en general, me avergüenzo.

Entiendo que EEUU, “la tierra de la libertad”, no se meta, ya que haga lo que haga va a ser criticado y su gestión malinterpretada. ¿Pero y los demás países? ¿Los países que no son “progres” ni creen en el “socialismo del siglo XXI”? ¿Muy ocupados en sus propios problemas? Posiblemente. Pero mientras nos miramos el ombligo, hay chicos asesinados por tener la osadía de querer votar.

Y en cuanto a nuestros valientes y autóctonos defensores de los DDHH, mamá Hebe, abuelita Estela, Luisito D’Elía, Esteche, Perdía, y tantos otros, pregunto: ¿los muertos venezolanos a manos de la represión gubernamental ¿no son víctimas de lesa humanidad?

Han pasado 200 años de la patriada americana de San Martín. ¿Qué nos pasa? Me avergüenzo. Mucho.

Share