Por Carlos Pissolito.-

Para los que tenemos algunos años vividos, hace tiempo, que ya no nos creemos aquello de que el mundo, indefectiblemente, progresa. Por el contrario, nuestras lecturas y nuestras experiencias nos muestran lo contrario. Que la historia se parece más a la de una noria que al raudo vuelo de un cóndor.

Más allá de los fundamentos teóricos que lo explican, a lo largo de este tiempo, hemos visto, por ejemplo, como nuestro país parece condenado a tropezar, muchas veces, con la misma piedra.

Sucesivamente vemos llegar a los gobiernos y cumplir con el aburrido patrón de comenzar denunciando la herencia dejada por el anterior, a prometer -acto seguido- que en un periquete el de ellos mejorará la situación, para pasar -al poco tiempo- a empantanarse y a cometer los mismos errores que tiempo antes criticaron.

La única novedad pareciera ser que cada uno de los que vino terminó siendo peor que el anterior. Lo que nos lleva a la preocupante pregunta si dentro del sistema actualmente vigente hay, realmente, solución.

Pareciera ser que no. Las evidencias no nos ayudan. Pues, hace 70 años que vivimos una prolongada serie de recesiones matizadas por breves recuperaciones. Lo nuestro ya no es una serie de crisis cíclicas, se llama decadencia.

Para ejemplificarlo, sostengo que a nuestra generación le costó más esfuerzo que a la de nuestros padres más conseguir lo que tenemos, pero -agrego- que a la de nuestros hijos, lamentablemente, les va a costar más que a nuestra.

Llegado a este punto, me pregunto cómo hacemos para romper con esta decadencia. Por supuesto, que no tengo la receta. Creo que no la hay. Lo que sí creo tener son algunas notas que la deberían caracterizar.

¿Revolución o evolución? No lo sé tampoco. Sí, seguro sé que tendrá que ser un salto hacia adelante. Uno que se inicie con la insurrección de los corazones de los ciudadanos hartos de ser un mero número frente a un sistema estatal que ya no nos representa.

Para conformar un nosotros integrado por una renovada élite de ciudadanos comprometidos dispuestos a hacer respetar nuestros derechos y a organizarnos y a conducir a un grueso popular que quiere dejar de ser masa.

Para lograrlo, esta nueva élite deberá ser identitaria, solidaria y sustentable.

Lo identitario nos viene de la conciencia de nuestra peculiaridad criolla. No se trata de una única, monolítica o uniforme, sino de una pluralista basado en la lengua, la religión y en el territorio compartido. De un sano disenso en base a principios superiores comunes. Frente a la mundialización, marca el valor de lo propio y de lo diferente. El de la tierra natal donde convergen las identidades carnales de la familia, de las comunidades y de las regiones que se consolidan es un espacio civilizatorio, geopolítico que distingue lo propio de lo extraño.

Por su parte, lo solidario apunta a respetar las exigencias de la justicia social. Frente a la voracidad de las oligarquías burguesas y a la complacencia de las minorías mediáticas de lo “políticamente correcto”. Esto implica, una clara intención de salir del individualismo egoísta y, por el contrario, de restaurar la comunidad organizada que impulse, tanto, el bienestar del pueblo como el surgimiento de una verdadera élite basada en el carácter, la competencia y el mérito.

Busca la construcción de un mundo habitable, muchas veces no puede hacerse sin modificar, incluso sin destruir el entorno natural que nos cobija y que nos rodea. Sin embargo, lo avanzado del daño ocasionado al medio ambiente, impone que, a partir de este momento, no solo se trate de repararlo, más importante, es que nuestros procesos extractivos y productivos se conviertan en sustentables. De otro modo nuestra supervivencia como pueblo va a verse seriamente y objetivamente comprometida.

Seguramente, muchos me preguntarán si seremos muchos los que nos rebelemos. Ciertamente que no. Ya que la historia se hace con una vanguardia de minorías activas. Pues como sostiene el filósofo: “los rebeldes se reclutarían entre aquellos más resueltos para batirse por una causa, aunque fuera una causa perdida. El caso ideal es el de aquellos cuya propia libertad se confunde con la de su país”.

En eso estamos…

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