Por Rodolfo Patricio Florido.-

Decía Leonardo Da Vinci… “Aquel que más posee, más miedo tiene de perderlo”. Ahí está la razón de la campaña del miedo que lanzó el oficialismo de la mano del negado y negador Joao Santana. O sea, la campaña del miedo que lanzó el oficialismo es un reflejo, un espejo de sus miedos ante el riesgo concreto de perder el ballotage y con el miles de puestos y funciones políticas rentadas.

Santana es una suerte de Stinfale de la comunicación política. O sea, un profesional excelente sin mayores escrúpulos a la hora de defender a sus patrones contratantes. ¿Por qué niega su contrato? En realidad es muy simple y los motivos son dos:

  • Como trascendió en otros medios, Joao Santana sólo trabaja en América Latina para oficialistas, porque necesitaría y reclamaría la colaboración, información y contactos de los Servicios de Inteligencia, más precisamente del área de Acción Psicológica. En el caso de nuestro país, es tan poco el tiempo que tiene para diagramar una campaña sin copiar la que realizó para Dilma Rousseff, para una sociedad distinta a la argentina y con otro esquema de poder, que no puede garantizar resultados y por ende prefiere ocultar su participación para no afectar su credibilidad y con ello sus ganancias multimillonarias.
  • El segundo motivo es que los datos que habría pedido para medir cuánta corrección era necesaria respecto de las encuestas de ballotage fueron tan negativos que el tiempo no alcanzaría para que la saturación de una campaña apelando al miedo penetre en la psiquis ciudadana y altere el resultado negativo para Scioli que están entregando todas las encuestadoras, incluso las oficialistas.

Ahora, Santana se encuentra con otro impedimento. El candidato, o sea Scioli, no se siente cómodo con su estilo de campaña.

No es que no pueda expresarse tratando de infundir miedo a los potenciales votantes de Macri para acercarlos a su opción; es que no logra imprimirle credibilidad a ese estilo.

Cuando aparece en la televisión, es como si en él convivieran en simultáneo el Dr. Jeckyll y Mr. Hide, o sea, un imposible simbiótico.

Santana necesita de los dos, no de uno combinado con el otro. Pero Scioli no lo logra ni lo logrará. Se le nota la incomodidad de transitar un rol distinto al que transitó durante los últimos ocho años.

El conflicto es ajeno a su naturaleza. Pero no es que le sea ajeno porque su naturaleza sea la convivencia armónica sino porque carece del carácter necesario para afrontar situaciones de cuyo control desconfía. Cristina lo sabe, Santana lo sabe y muy probablemente Macri también. De hecho y por eso es que, cuando Macri afirmó: “pensé que Daniel era un buen tipo y me equivoqué”, le dio en un lugar muy sensible a Scioli, su propia construcción de una imagen de la que se enamoró, porque le era útil para su crecimiento y le evitaba los conflictos que no armonizan con su naturaleza primaria.

Así, Scioli había hecho de la debilidad una cualidad que se disfrazaba de fortaleza, donde en realidad había una decisión de evadir la construcción de espacios propios en un “proyecto” que lo ninguneó siempre.

“El miedo educa”, dicen que dijo el publicista contratado. El problema es que esta estrategia le da más miedo al propio Scioli que al que debería infundírselo.

Claramente en el kirchnerismo perciben esto y, porque lo perciben, comienzan a tomar medidas de intento de blindaje post electoral para tratar de contener fugas, investigaciones y procesos judiciales que les multipliquen las visitas tribunalicias. Claro que, al hacer esto, conspiran contra las posibilidades electorales de Scioli, que se da cuenta de que nada puede hacer para frenar esas medidas que muestran a su propio gobierno tomando acciones que anticipen su propia derrota.

La afirmación a un periodista de la oposición de un importante vocero presidencial cuando dijo: «Scioli no puede enamorar a nadie más; hay que impedir que la gente se enamore de Macri», mostró claramente su propia falta de fe respecto de que Scioli pueda revertir un resultado que hoy aparece como adverso.

Así, cuando trascendió que la Presidente buscaría la designación (para la Auditoria General de la Nación) de los camporistas Álvarez y Forlón, está casi reconociendo que da por perdida la elección y en consecuencia sólo piensa en llenar de dirigentes adeptos a los organismos de control que les corresponden constitucionalmente a la oposición. O sea, Cristina teme que un acuerdo entre CAMBIEMOS y UNA termine por ocupar esos cargos con gente de Sergio Massa, que, en la práctica, también podría ser considerada una fuerza opositora y a la que le convendría ese rol, para así también desplazar las aspiraciones del cristikirchnerismo de paladar negro. O sea… Cristina ya no cree en el triunfo de Scioli y no le importa tanto el futuro del peronismo como su propio futuro político, construido al calor de una transversalidad por ella controlada.

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