Por Hernán Andrés Kruse.-

Hasta no hace mucho, Javier Milei era visualizado como un personaje excéntrico de la política vernácula. Su frondosa y peculiar cabellera, su gestualidad y el contenido de sus mensajes, llamaban poderosamente la atención. Su ingreso a la Cámara de Diputados de la nación demostró que un importante número de compatriotas lo habían votado. ¿Ello significa que el libertarianismo se instaló en el país? Por ahora, no. ¿Por qué, entonces, Milei recibió tantos votos el año pasado? La razón fundamental es que Milei ha sido capaz de atraer el voto bronca, el voto de quienes están hartos de los políticos o, si se prefiere, de la casta política. El voto a Milei es, por ahora, eminentemente emocional. Milei es hoy por hoy el medio que han escogido millones de argentinos para hacer escuchar su descontento, su malestar, su bronca. Es probable que Milei esté restándole votos tanto a Juntos por el Cambio como al FdT. Ello significa que está siendo apoyado por conservadores históricamente antiperonistas y por peronistas de derecha hartos de Cristina Kirchner.

Luego de un declive de su popularidad, en las últimas semanas su figura retomó la senda del crecimiento. A tal punto que una de las últimas encuestas lo ubica en lo más alto del podio en varias provincias. Por supuesto que se trata de una foto. Todavía falta mucho para las elecciones presidenciales y cualquier cosa puede pasar. A pesar de ello, no deja de asombrar el crecimiento electoral de una figura política que está poniendo nerviosos a los máximos referentes de JxC y del FdT. Consciente de ello, Milei se agrandó, se ha convencido de que ya no es más aquel outsider que causaba simpatía y asombro, sino un serio candidato a pelear por la presidencia.

En las últimas horas habló en Radio Rivadavia. Aseguró que la sociedad está “a las puertas de terminar con el kirchnerismo”, lo que significa, en su opinión, “una excelente noticia para la Argentina”. Consideró que el fin de CFK sólo sería posible si al balotaje llegara un exponente de los halcones del PRO (Macri o Bullrich) y él mismo. Para que ello suceda el gobierno deberá hacer una elección paupérrima, deberá tener una performance que le impida ingresar al balotaje. Sería para el peronismo una debacle electoral sin precedentes. “Si la gente sigue eligiendo”, manifestó Milei, “esas opciones de izquierda, ya sea de buenos o malos modales, seremos cada vez más pobres. Cada vez será una sociedad más postergada. En algún momento la sociedad tiene que tomar conciencia que la farsa del progresismo lo único que hace es enriquecer a los políticos y empobrecer a la gente”. “Si quieren eso, tienen la opción de malos modales del kirchnerismo y la opción dentro de Juntos por el Cambio, que son la CC, la UCR y las palomas blandas del PRO. Piensan igual que el kirchnerismo. No son distintos, solamente difieren en los modales. El ala blanda de JxC sería la mejor garantía de que Máximo Kirchner sea presidente en 2027” (fuente: Perfil, 24/10/022).

Milei propone una derechización absoluta del sistema político argentino. Aquí, la derecha del PRO (Macri o Bullrich); allá, la derecha libertaria. Si se diera un balotaje entre Milei y Macri o Bullrich, la competencia entre ambas posturas de derecha sería salvaje. Sería, además, histórica ya que ambos contendientes harían lo imposible por mostrarse como el candidato más preparado para garantizar el orden, lo que jamás aconteció en una elección a presidente. Resulta por demás evidente que Milei quiere competir con Macri o Bullrich. Los obligará a extremar sus posturas para que no se diferencien demasiado de las suyas. De esa manera, Milei especula con que el electorado, en ese imaginario balotaje, preferirá elegir el original (él mismo) y no la copia (Macri o Bullrich). Si finalmente hubiera un balotaje entere Milei y Macri ¿qué harían los votantes de Larreta, los de Carrió, y los radicales? ¿Qué haría la izquierda? Finalmente, ¿a quién elegirían los peronistas? Hoy es imposible contestar semejantes interrogantes pero dentro de un futuro no tan lejano es probable que nos veamos obligados a pensar en un balotaje de esas características. ¿Por qué? Porque en Argentina todo es posible y porque Alberto Fernández está haciendo lo imposible para que ello suceda.

El atentado a CFK en un cono de sombras

La Justicia se mueve a paso de tortuga, con una lentitud exasperante, rayana en la complicidad. La Corte Suprema parece no demostrar interés alguno en el esclarecimiento del caso. ¿Cómo es posible que la jueza Capuchetti carezca del suficiente personal para llevar adelante una investigación acorde con lo que sucedió en Juncal y Uruguay? ¿Por qué actúa de esa manera el máximo tribunal de garantías constitucionales? ¿Por qué hay tanto interés en hacer caer el peso de las responsabilidades únicamente en los copitos y en Revolución Federal? ¿Alguien cree, a esta altura de los acontecimientos, que estos personajes actuaron por su cuenta? ¿Alguien cree que Sabag Montiel no conocía de antemano a Hernán Carrol, ex candidato a concejal por La Matanza de la fuerza política liderada por Espert? ¿Por qué Espert no salió de inmediato a decir lo que piensa sobre la explosiva carta de Sabag Montiel? ¿Qué oculta? ¿A quién le conviene que la gente se olvide cuanto antes de este asunto?

En su edición del 24/10 Página/12 publicó un artículo de Hauser y Kollmann titulado “Los cinco interrogantes en las causas por el atentado a Cristina Kirchner”. Escribieron los autores:

“¿Hay real conexión con dirigentes de Juntos por el Cambio? Ya apareció un nombre en escena, Hernán Carrol. Un sujeto que aparece en varias fotos en el medio de Patricia Bullrich y Javier Milei. El que apretó el gatillo, Fernando Sabag Montiel, le dijo a la jueza que Carrol designaría a su defensor y le pagaría. De entrada, Sabag y Brenda Uliarte parecían náufragos, solos, en el mar. Ahora figuran bastante rodeados (…)”.

“¿Hay algún indicio de que algunos de los llamados “halcones” de Juntos por el Cambio sabía del ataque? En el expediente existen testimonios que lo sugieren. Y lo más llamativo fue el proyecto del halcón Gerardo Milman, firmado el 19 de agosto, que dice textualmente: “No vaya a ser que algún vanguardista iluminado pretenda favorecer el clima de violencia que se está armando, con un falso ataque a la figura de Cristina, para victimizarla”. Es obvio que Milman, mano derecha de Patricia Bullrich, sabía de la existencia de algo. Parece llamativo que no lo convoquen a declarar. Una mirada benévola interpretaría que Milman estaba al tanto del ataque y no lo denunció ni lo frenó. Objetivamente hablando, Juntos por el Cambio entra en el radar de lo ocurrido (…)”.

“El hilo del dinero. Página/12 publicó este sábado, en exclusiva, que el líder de Revolución Federal, Jonathan Morel, admitió haber recibido 13 millones de pesos de Caputo Hermanos, la familia del ex ministro de Finanzas de Mauricio Macri. En la presentación de la empresa, a cargo de Matías Cúneo Libarona, se agregan remitos (notas de entrega) poco entendibles: por ejemplo, le compraron a Morel 144 colchones, 144 almohadas, sillas que no eran de madera sino de metal, veladores, un montón de productos que ni siquiera corresponden a una carpintería. En su indagatoria ante el juez Marcelo Martínez de Giorgi y el fiscal Gerardo Pollicita, Morel dijo que Rossana Caputo pasó frente a la carpintería en Boulogne y lo contrató. Así de simple. Toda la historia se cae a pedazos. Lo que suma asombro es que los aportes de Caputo Hermanos se conocen hace dos semanas y en este tiempo no se terminó de determinar exactamente cuál es la verdad. A simple vista parece evidente que se usó la cuestión de los muebles como forma de hacerle llegar dinero a un grupo que hostigaba al gobierno de manera violenta y en un punto confluyó con quienes estuvieron accionando un arma en la esquina de Uruguay y Juncal, tras varios días de hacer inteligencia sobre la llegada de la vicepresidenta (…)”.

La lectura de estos párrafos estremece. Pone dramáticamente en evidencia la gravedad de lo acaecido el 1 de septiembre en el domicilio porteño de la vicepresidenta. Porque de lo que se trató fue nada más y nada menos que de un intento de asesinato de la vicepresidenta de la nación. Se atentó contra una de las instituciones fundamentales de la democracia liberal. Sabag Montiel no intentó matar a la ciudadana Cristina Kirchner, sino a quien está en el segundo lugar de la línea sucesoria. Por eso se trató de un atentado a la democracia. Lo fue no por Cristina Kirchner sino por su cargo. Por eso cuesta entender la actitud de la Corte. ¿Por qué tanta inacción ante un atentado contra la constitución de 1853?

Otra cuestión que provoca escalofríos es el vínculo de Sabag Montiel con Hernán Carrol, quien aparece fotografiado junto a Bullrich y Milei. Cuesta creer que dos de los más relevantes dirigentes de la oposición no tuvieran conocimiento de la identidad de este personaje que se sacaba fotos con ellos. La pregunta que se cae de cajón es la siguiente: ¿sabían Bullrich y Milei lo que sucedería en el domicilio de CFK el 1 de septiembre a la noche? Seguramente no lo sabían, pero su silencio ante el escándalo provocado por la carta de Montiel no hace más que alimentar la peor de las sospechas.

¿En retirada?

El diputado nacional Máximo Kirchner, en diálogo con El Destape Radio, aludió, entre otros temas, a la posibilidad de que CFK compita por la presidencia el año que viene. “Creo que Cristina no será candidata en 2023”. “Ya ha hecho un gran esfuerzo. El desgaste (de estar al frente de un gobierno) es muy grande”. “Cedió en 2019 cuando naturalmente era candidata” y “tomó una decisión (la de elegir como candidato a Alberto Fernández), que a mi entender fue equivocada” (fuente: Perfil, 24/10/022).

Es imposible predecir qué hará Cristina el año próximo. Nadie lo sabe, ni siquiera el propio Máximo. Todo dependerá de la marcha de la economía y, fundamentalmente, de las encuestas. Si la inflación no cede y los números de las encuestas son negativos, seguramente CFK ni siquiera pensará en competir por la presidencia. Lo que seguramente hará es competir por una banca en el Senado en representación de la provincia de Buenos Aires. Según Máximo, Cristina “cedió en 2019 cuando naturalmente era candidata”. En realidad, Cristina le ofreció a Alberto ser candidato presidencial por el FdT porque era perfectamente consciente de que si ella era la candidata sólo cosecharía los votos del kirchnerismo. Con Alberto de candidato el peronismo no kirchnerista tragó saliva y apoyó al FdT en las elecciones, lo que le permitió al peronismo derrotar al macrismo. Máximo considera que la elección de Alberto como candidato fue equivocada. Lo dice ahora, cuando es harto evidente su fracaso. Pero en aquel momento nadie osó discutir la decisión de Cristina.

Anexo

Karl Marx y el implacable conflicto entre dos clases sociales irreconciliables

Siempre resulta reconfortante volver a la lectura de los pensadores clásicos, de aquéllos que dejaron para la posteridad reflexiones que conservan su vigencia a pesar del paso del tiempo. No digo ninguna novedad si afirmo que uno de esos pensadores es Karl Marx. Dejó como herencia intelectual numerosas obras que inauguraron una escuela de pensamiento, el materialismo histórico, que en los días presentes continúa siendo analizado con pasión y devoción. “El Capital” fue su obra cumbre, la más impactante y demoledora crítica jamás escrita del capitalismo. Pero fue en el “Manifiesto del Partido Comunista” donde dejó que aflorara su militancia, su inextinguible deseo de mejorar la calidad de vida de los trabajadores, sometidos a una implacable explotación por parte de los dueños del capital.

Marx comienza por afirmar el carácter conflictivo de la historia. En todas las sociedades que han existido la historia no ha sido otra cosa que un conflicto inextinguible entre las clases. Siempre ha habido opresores y oprimidos en lucha permanente, velada en algunas oportunidades, frontal en otras. Esa lucha no hizo más que concluir siempre en un cambio revolucionario de la sociedad en su conjunto o en la defenestración de las clases en conflicto. Marx centra su análisis en la moderna sociedad burguesa, la sociedad en la que le tocó vivir. Pese a que su origen fue el resultado del desmoronamiento de la sociedad feudal, ha sido incapaz de abolir las contradicciones de clase. Sin embargo, cabe reconocerle un gran mérito: el de haber sido capaz de simplificarlas. En efecto, la sociedad moderna se mueve en torno a una contradicción fundamental: la lucha a muerte entre dos grandes clases sociales, los dueños de los factores de producción (los burgueses) y los dueños de la fuerza de trabajo (los proletarios). El antagonismo es profundo, visceral.

Marx presenta a la burguesía como una clase social poderosa y pujante. Da la sensación de que, sin reconocerlo expresamente, la admira. Con el descubrimiento de América y la circunnavegación de África, el mundo le abrió sus puertas a la burguesía. La apertura de los nuevos mercados incrementó la demanda, que terminó por desbordar a la moribunda organización feudal. En lenguaje sistémico, puede decirse que la organización feudal fue incapaz de resistir la sobrecarga de demandas producida por la apertura de los nuevos mercados. Entró en escena la manufactura y los sectores medios reemplazaron a los maestros en los gremios. La antigua división del trabajo que se daba en las diferentes corporaciones fue reemplazada por la división del trabajo que emergió en el propio ámbito del taller. Pero las necesidades humanas son ilimitadas. En consecuencia, la manufactura no pudo soportar demasiado tiempo la exigencia de satisfacer una demanda incontrolable. El vapor y la maquinaria surgieron para revolucionar la producción industrial. El cambio revolucionario en la estructura económica de la sociedad tuvo su correlato en el ámbito donde se mueven los actores sociales: la clase media industrial fue sustituida por los industriales repletos de dinero, es decir por los burgueses modernos. La gran industria hizo posible el surgimiento del mercado mundial, de la globalización capitalista. Esta globalización trajo efectos benéficos para la humanidad: hizo posible una aceleración increíble del desarrollo del comercio, la navegación y los medios de transporte por tierra. Este desarrollo repercutió sobre la industria, la que creció a pasos agigantados. De esa forma, mientras se desarrollaban la industria, el comercio y los ferrocarriles, fue desarrollándose una nueva clase social, la burguesía, cuyos miembros comenzaron a multiplicar sus capitales, configurando una poderosa clase social que relegó definitivamente a las clases sociales que habían florecido durante la edad media.

La burguesía desempeñó a lo largo de la historia un rol revolucionario. Siempre que conquistó el poder no hizo más que pulverizar las relaciones feudales, patriarcales. Los lazos feudales que ataban al hombre a sus amos naturales fueron barridos por la burguesía, con lo cual surgió una sociedad basada en el frío interés, en el inhumano pago al contado. La visión de Marx de la burguesía no podía ser más descarnada. El fervor religioso, los vínculos basados en la caballerosidad y el sentimentalismo, fueron sustituidos por el gélido cálculo egoísta. La burguesía hizo de la dignidad del hombre “un simple valor de cambio”. Reemplazó la anterior explotación legitimada por la religión y la política por una explotación brutal y descarnada, legitimada por el poder de los dueños del capital. Transformó al médico, al abogado, al sacerdote y al sabio en un asalariado más, en un instrumento de la patronal. Marx denunció un fenómeno que se desarrollaría geométricamente luego de la expansión universal del neoconservadorismo durante los noventa del siglo pasado: la proletarización de las profesiones liberales. El imperio de la burguesía transformó a la sociedad en una red de relaciones sociales basadas en el poder del dinero.

La burguesía emergió porque fue capaz de revolucionar de continuo los instrumentos de producción y, en virtud de ello, las relaciones de producción y, en definitiva, todas las relaciones sociales. La aparición de la burguesía fue el fruto de una revolución incesante de la producción, junto con una profunda conmoción de las condiciones sociales y una inseguridad permanente. La burguesía emergió cuando el sistema social y económico vigente hasta entonces se asemejaba a un volcán a punto de estallar. Cuando se partió en mil pedazos la antigua sociedad sustentada en antiquísimas creencias y pétreas tradiciones, se abrió una grieta donde surgió la burguesía y, con ella, una nueva sociedad donde comenzó a regir de manera implacable el poder del dinero. Obligada a expandirse por doquier, la burguesía otorgó un carácter cosmopolita a la producción de productos y a su consumo en todos los países. Ya en aquel entonces la economía había adquirido un carácter transnacional, al igual que la burguesía como clase social. Las antiguas necesidades satisfechas con productos nacionales, fueron reemplazadas por necesidades cosmopolitas cuya satisfacción quedó a cargo de productos elaborados en los países más recónditos.

El mundo se transformó en un sistema de relaciones entre países interdependientes. Lo nacional dejó su paso a lo internacional, tanto en el terreno económico como en el cultural. Los libros producidos en Inglaterra dejaron de ser patrimonio exclusivo de los ingleses para pasar a serlo de la humanidad. La burguesía se presentó como una ola gigantesca que arrastró a todas las naciones del mundo hacia la costa de la civilización, como un inmenso patrón de estancia que obligó a sus subalternos, los países, a adecuarse a las nuevas relaciones económicas. Dice Marx: “Se forja un mundo a su imagen y semejanza. Es el triunfo de Occidente”. La burguesía era sinónimo de concentración económica, social y política. Dice Marx: “Ha aglomerado la población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido la centralización política”. Las provincias, acostumbradas a un genuino federalismo, pasaron a formar parte de un solo cuerpo político, de una sola nación, gobernada por una sola autoridad política y sujeta a una sola ley. El dominio de clase impuesto por la burguesía no podía ser más absoluto.

En un siglo la burguesía fue capaz de crear fuerzas productivas más relevantes que todas las generaciones pasadas consideradas conjuntamente. Tal su pujanza, su fuerza arrolladora. Gracias a la burguesía la humanidad fue testigo del sometimiento de la naturaleza, del empleo de las máquinas, de la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, del auge de la navegación a vapor, de la apertura fluvial a la navegación, de la creación del telégrafo eléctrico y del surgimiento de poblaciones enteras como por arte de magia. Los medios de producción y de cambio que hicieron posible el surgimiento de la burguesía, habían sido obra del feudalismo. En un momento determinado, las relaciones feudales de producción dejaron de corresponderse con el desarrollo alcanzado por los medios de producción y de cambio. Aquellas relaciones, lejos de impulsar la producción, la frenaban. Las relaciones feudales de propiedad se transformaron en un escollo para el desarrollo productivo de la sociedad, con lo cual se tornó imperioso remover ese obstáculo.

Las relaciones feudales de propiedad fueron sustituidas por el principio de la libre concurrencia, apoyado en una constitución social y política que garantizaba su vigencia y bajo la égida del sistema de dominación económica y política implantado por la burguesía. Marx fue consciente de que en el momento de máximo esplendor de la burguesía se estaba produciendo un fenómeno similar. Así como las relaciones feudales de propiedad no lograron adecuarse a la nueva sociedad burguesa, las relaciones burguesas de propiedad comenzaron a no poder controlar el fenomenal poderío productivo de la sociedad burguesa. Desde hacía algunos años el desarrollo histórico industrial y comercial comenzó a ser sinónimo “de la historias de la rebelión de las fuerzas productivas contra las actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación”.

Marx destaca el ejemplo de las periódicas crisis comerciales, que sistemáticamente destruían no sólo gran parte de los productos elaborados sino también las propias fuerzas productivas ya creadas. Durante la crisis la sociedad quedaba a merced de una letal epidemia, la de la superproducción. El hombre retornaba a una barbarie momentánea, a un estadio de la civilización que creía superado. La industria y el comercio parecían haber quedado aniquilados, mientras el hambre comenzaba a expandirse por doquier. Esto fue posible porque la sociedad burguesa poseía demasiada industria, demasiado comercio; “demasiada civilización”, en suma. Las fuerzas productivas de que disponía la sociedad burguesa eran demasiado poderosas para las relaciones de propiedad burguesas. Éstas se habían transformado en un obstáculo para aquéllas. Y cada vez que las fuerzas productivas lograban desembarazarse de ese obstáculo, no hacían más que provocar un gran desorden en la sociedad burguesa, con lo cual llegaban a amenazar su propia existencia. Las relaciones burguesas de propiedad ya no estaban en condiciones para contener el cúmulo de riquezas creadas por las fuerzas productivas de la sociedad burguesa. Semejante crisis era resuelta por la burguesía destruyendo una masa de fuerzas productivas y poniendo en práctica una política colonialista (la conquista de nuevos mercados y la explotación más dura de los mercados que ya poseía). La burguesía venció la crisis preparando el terreno para nuevas crisis más extensas y violentas, y disminuyendo los medios aptos para prevenirlas. La burguesía superó la crisis con más crisis.

La burguesía creó no solamente las armas que la destruirán (y que le sirvieron en su momento para derribar al feudalismo) sino también preparó a quienes las empuñarán: los proletarios. La clase trabajadora, la clase oprimida, será el verdugo de la sociedad burguesa. La burguesía se desarrollaba al mismo tiempo que el proletariado, la clase de los obreros que sólo sobrevivían si trabajaban. Obligados a vender su fuerza laboral, eran una mercancía como cualquier otra, con lo cual quedaban sujetos a los vaivenes de la competencia, de las fluctuaciones del mercado. El imperio de la máquina y la división del trabajo no hacían más que quitarle sustantividad al trabajo, con lo cual el obrero perdía todo incentivo para efectuar correctamente su trabajo. El obrero dejaba de ser persona para ser una pieza más de la gran maquinaria, un ladrillo más en la pared al que únicamente se le exigían tareas rutinarias y monótonas, que no requerían esfuerzo intelectual alguno. En consecuencia, el costo del obrero se reducía a lo que mínimamente necesitaba para sobrevivir y garantizar su linaje. El sistema capitalista condenaba al obrero a la más miserable de las explotaciones. “Pero el precio del trabajo”, explica Marx, “como el de toda mercancía, es igual a su costo de producción. Por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta el trabajo, más bajan los salarios. Más aún, cuanto más se desenvuelven el maquinismo y la división del trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo, bien mediante la prolongación de la jornada, bien por el aumento del trabajo exigido en un tiempo dado, la aceleración del movimiento de las máquinas, etc.”

Con el advenimiento de la burguesía el pequeño taller fue barrido por la gran fábrica capitalista, donde las masas obreras estaban hacinadas y sujetas a una disciplina militar. Al igual que los soldados rasos de la milicia, los obreros ejercían sus tareas en condiciones inhumanas, sujetos a permanente control de sus superiores (oficiales y suboficiales). Los obreros estaban a merced de la clase burguesa, del propio estado burgués, de la máquina, del capataz de la fábrica y del patrón, su gran explotador. Y este despotismo era tanto más perverso y siniestro cuanto mayor era la sinceridad del capitalista al proclamar que su único interés era la obtención ilimitada de ganancias. Cuanto más desarrollada era la industria moderna, mayor era la cantidad de mujeres y niños que realizaban trabajos en las fábricas. Para el capitalista sólo existían “instrumentos de trabajo”, cuyo costo dependía de la edad y el sexo. En este sombrío panorama esbozado por Marx el obrero perdía su dignidad, dejaba de ser una persona para quedar reducido a la categoría de “objeto”. Una vez que el trabajador había recibido su salario en metálico, pasaba a ser víctima de otros “personajes” de la burguesía, como el casero, el tendero y el prestamista. El advenimiento de la sociedad burguesa empujó a los pequeños industriales, los pequeños comerciantes, los rentistas, los artesanos y los campesinos, al mundo del proletariado. Todos pasaban a ser proletarios, víctimas de la explotación capitalista. El sistema de dominación burgués se apoyaba, en definitiva, en un implacable conflicto entre dos clases sociales irreconciliables. Por un lado, los capitalistas; por el otro, los proletarios. La fábrica era la cárcel que albergaba a los proletarios durante las larguísimas jornadas laborales, mientras los capitalistas se valían de la explotación a la que los sometían para obtener pingües ganancias.

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